Una nota acerca de las expectativas sonoras de los oyentes
Antes de la época de Wagner la concepción de lo que entenderíamos por un sonido (musical) bello dejaría a más de uno sorprendido. Solemos entender la calidad sonora tocando las notas exactas señaladas en la partitura, sin que falle ninguna y con un sonido libre de impurezas. Sin embargo, en el periodo barroco y otros, no pensaban lo mismo que nosotros cuando se hablaba de la calidad del sonido. Lo que entendían por vino dulce, probablemente a nosotros nos parecería amargo.
El ruido parece lo contrario a lo musical, entendido como algo que destruye. El Maestro Gustavo Martín Barrera en su “Entendamos la música” afirma: “RUIDO. En física se refiere a un sonido cuyas vibraciones se producen de forma irregular. Musicalmente se define como un sonido desagradable o no muy aceptable”.[1]
De ahí que en la tradición musical más “clásica” occidental el ruido se opondría a lo más estable de la música. Ahora entendemos mejor que en realidad incluimos el ruido como parte del propio proceso de creación artística. Los timbres característicos de los instrumentos se escuchan junto con sus mecanismos de producción del mismo: es normal escuchar el ruido de las cuerdas frotadas, los mecanismos del violín u otros que constituyen parte de la ejecución misma. Es verdad, que, si la expectativa es la línea melódica en cuanto tal y estructuralmente perfilada, se puede desear ese mínimo de “ruido” o “interferencia”. Eso explica bien, por ejemplo, como algunos autores cuando hablan de los instrumentos deseables para determinada función y descarten otros. Así, en las expectativas del bajo continuo, del periodo barroco, sobre que instrumentos deberían tocar la línea del bajo, señala Agostino Aggazari en su “Acerca del tocar a partir del Bajo para todos los instrumentos”, que los instrumentos de viento no son adecuados por las variaciones que la presión del aire causa en los mismos, además de que son “ejecutadas de una manera ruidosa[2]”.
Pero esto está claro, es si es lo que queremos, ya que es posible, y deseable tener, instrumentos ruidosos en donde sus armónicos, nos pueden resultar más que gratos. En pocas palabras: depende en gran medida de nuestras expectativas aprendidas. Eso explica así, que, en otras tradiciones musicales, los elementos silenciosos y el ruido como tal son esenciales por decirlo así en su génesis. En ese sentido Christopher Small nos previene:
No debemos permitirnos que la brillantez de la tradición musical occidental nos ciegue de sus limitaciones e incluso sus áreas de empobrecimiento y tenemos que admitir que no tenemos nada para compararnos con la sofisticación rítmica de los Indios… que nuestros oídos están sordos a las sutiles inflexiones tonales del raga Indio o la música de la Iglesia Bizantina…y que la suave y melodioso melodía de la orquesta romántica ahoga los fascinantes zumbidos y distorsiones cultivadas tanto por africanos como músicos europeos medievales3 .
Así que hablar de experimentación con el ruido, no significa la arbitrariedad con él, como el mero virtuosismo de los instrumentos, occidentales u orientales, no solo generan música y ya. Falta una conjunción de intenciones, técnica y sentido para entender y gozar de cualquier expresión humana dentro del ámbito de lo que podemos percibir con nuestros oídos.
El ruido funciona como una expresión más de nuestras capacidades de percibir y reinterpretar al mundo. El ruido es parte constitutiva de la expresión sonora humana. El goce de la distorsión, de los armónicos y de los ritmos enriquece y no empobrece nuestra interpretación del mundo
[1] UNAM, México, 1986, p. 166.
[2] En Strunk, Oliver. Source readings in Music History. The baroque era. Norton and company, 1965 p. 65.
3 Small, Christopher. Music, society education. Wesleyan University Press, 1996, P. 19. El subrayado es mío.
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