El más grande candidato en la historia del país, fue en contraste, uno más de los mediocres presidentes que ha dado la nación. Después de derrotar al todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI), le perdonó la vida, le dejó cogobernar a través de lo más rancio de su corporativismo, se alió con sus formas tradicionales de clientelismo electoral, para al final, tener que salir a hacer campaña a favor de candidatos presidenciales priístas, salvando “el pellejo” y evitar juicios por corrupción en contra de sus hijastros “Los Bibriesca”.
Fox se transformó en lo mismo que juró combatir, se mimetizó con la corrupción endémica del PRI, se benefició de hacer negocios al amparo del poder, destrozó al Partido Acción Nacional (PAN), cuando se impuso como candidato presidencial. Aquel aguerrido político, “entrón” y dicharachero que sacó al PRI de la residencia oficial de los Pinos, con la promesa de un cambio democrático, terminó siendo un “matraquero” más de la cargada tricolor.
La fallida transición democrática afectó al sistema educativo que estuvo entregado a las manos de la líder sindical vitalicia, Elba Esther Gordillo (ahora en prisión domiciliaria) de quien se auxilió Fox para intentar aprobar algunas reformas tratando de “maicear” a legisladores priístas. A Fox poco le importó impulsar una reforma educativa que sacara del fondo el nivel educativo nacional, por más que haya aplicado y publicado las deprimentes calificaciones de la prueba PISA, que nos explican por qué tenemos una amplia gama de analfabetas funcionales. La alianza con la maestra Gordillo le costó al Estado mexicano claudicar en su obligación de otorgar educación de calidad, ante un gremio que no fue el aliado que buscaba el expresidente panista, pero sobre todo, fue una jugada política que condenó a varias generaciones de mexicanos a sufrir una inmovilidad socioeconómica.
Fox caricaturizó su figura presidencial, pifias, dislates, ridículos, fueron el común denominador de un sexenio desperdiciado, con escasos avances democráticos, contadas reformas a favor de la transparencia, pero sobre todo, la completa dilapidación del inmejorable momento petrolero, que llegó a cotizar a más de 100 dólares el precio por barril del hidrocarburo. Esos cuantiosos recursos económicos no fueron invertidos en infraestructura ni modernización de la planta productiva nacional, no se sabe a ciencia cierta en qué se invirtieron esos ingresos históricos petroleros.
El desperdicio de oportunidades es el común denominador de las naciones que se quedan atascadas en el retraso, Vicente Fox evitó confrontarse con los poderes facticos del viejo priísmo, si existía un momento mexicano, era el año 2000 donde el contexto internacional no veía riesgos en la transición mexicana. El presidente George W. Bush, antes de los atentados del 11 de septiembre, mantenía un interés en México como un mejor socio comercial, si bien nunca al grado de regalar una reforma migratoria, pero lo suficientemente accesible en términos economicistas. Los mercados internacionales reaccionaron bien a la alternancia, no existían aún los miedos a gobiernos populistas, ni la deuda interna del país representaba los niveles escalofriantes que ahora padecemos.
El nuevo milenio se auguraba más accesible, si se actuaba con un mínimo de voluntad política, con o sin reformas estructurales, existía un margen de maniobra para brindar mejores oportunidades a los empresarios en la creación de empleos. Las tradicionales devaluaciones sexenales se habían evitado, los niveles de inseguridad nacional no eran la pesadilla que son hoy en día, esa alineación planetaria fue totalmente desperdiciada por un presidente, cobarde, traicionero, poco inteligente y totalmente inconsciente de su momento histórico irrepetible.
El enorme poder presidencial de Fox fue utilizado solamente para denostar a sus enemigos políticos, tanto al interior de lo que quedó del PAN, como su máximo Némesis, el entonces jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador. El mismo Tribunal Federal Electoral aseguró en su sentencia sobre la impugnación de la “polémica” elección presidencial de 2006, que la intervención de Fox en el proceso electoral era la máxima irregularidad en la contienda, que bien pudo provocar la nulidad, si los magistrados electorales hubieran tenido un poco más de valor en sus resoluciones.
Al más puro estilo de las formas priístas, Fox intentó imponer a su tapado Santiago Creel, que a la postre sucumbió ante el expresidente Felipe Calderón, que no le perdonó a Fox ni a los mexicanos, dudar de sus capacidades como estadista y su siempre cuestionable legitimidad. A pesar de su animadversión con Calderón, el exmandatario Fox hizo campaña a su favor, abrió las arcas públicas y pagó estratosféricas cantidades en medios para polarizar la elección, no por convicción partidista o democrática, solamente para evitar ser enjuiciado ante la enorme corrupción de su sexenio fallido.
Ya en la cruda política fuera del poder, Fox junto con Calderón, no conciben ni se adaptan el vivir sin el manto presidencial, con la máxima pesadilla de sentirse incomprendidos y con su legado en el basurero de la historia. Su premio de consolación es asegurar que trabajan juntos contra la amenaza populista mundial, con las consecuencias de mantener una sociedad en continua polarización. El papel de Vicente Fox como “palero” del PRI, es tan patético como lo fue la gran oportunidad dilapidada para el país, a manos de un político que en cuestiones mediáticas y pseudo–intelectuales, aún encuentra cobijo en programas más cercanos al “reality show”; por lo pronto ya se reunió con Meade para “sumar esfuerzos”.
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