María de Jesús Patricio, aspirante fallida a la candidatura independiente presidencial, es la única figura política que realmente proviene de la sociedad civil, lejos de las cúpulas de los partidos políticos tradicionales que buscan el poder, por el poder. Destaca el desempeño político de “Marichuy” al compararse con los otros tres aspirantes a la candidatura independiente, a quienes se les invalidaron miles de apoyos obtenidos de forma fraudulenta y que terminaron por dejar fuera de la boleta electoral a Jaime Rodríguez, alias “El Bronco” y Armando Ríos Piter, alias “El Jaguar”. Solo Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón, logró el número suficiente de firmas validadas para continuar su proceso de registro como candidata independiente, sin olvidar que tuvo cifras altas de apoyos duplicados y fraudulentos.
En contraste “Marichuy”, emanada del Consejo Nacional Indígena, es una médica tradicional que volvió a las primeras planas de los medios informativos al padecer un accidente automovilístico el pasado miércoles 14 de febrero, en el estado de Baja California Sur, donde murió uno de sus acompañantes de caravana, pero sobre todo por su ética, al ser la precandidata independiente que más alto porcentaje validó, más del 90 por ciento, en las firmas destinadas a obtener su registro ante el Instituto Nacional Electoral (INE).
Lejos de la meta necesaria para la candidatura a la presidencia de la República, la participación de “Marichuy” siempre fue de contraste y de autoridad moral. La candidata indígena aseguró nunca haber utilizado los recursos económicos que el INE otorgaba como derecho, por lo que sus viajes y eventos públicos eran costeados por su base de apoyo, el movimiento social del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional y otras asociaciones afines a esta ideología.
“Marichuy” manejó un tema central: denunciar el ancestral abandono a los pueblos originarios de México que termina condenándolos en muchos lugares a la pobreza extrema, por ello recorrió el país para intentar incidir en la agenda política nacional, tan ajena y secuestrada por los partidos políticos, que son poco claros con las problemáticas indígenas. Si bien las mal llamadas precampañas fueron una simulación total, al no existir una contienda interna real (ya que los candidatos siempre fueron opciones únicas sin competencia) ninguno de los tres principales candidatos de las coaliciones políticas, o la pseudo independiente, asomó por equivocación, alguna propuesta en favor de los indígenas.
Es de destacar que los partidos de eso que llaman la “izquierda”, como el Partido de la Revolución Democrática y MORENA de su líder patrimonialista, Andrés Manuel López Obrador, han olvidado incluír en sus programas a los pueblos indígenas, quienes deberían ser una prioridad indiscutible, ya que dichos institutos políticos aseguran que su agenda social está dedicada a los más pobres y marginados de México. En un país que perpetúa la pobreza y la utiliza como clientela electoral, la población indígena es doblemente segregada y discriminada.
La xenofobia de la misma población mestiza contra un nivel de la cromática de la piel característica de los pueblos originarios, es más común y preocupante de lo que se reconoce. Incluso el líder del PRI nacional, Enrique Ochoa Reza, cayó en declaraciones racistas contra la enorme población de piel morena, al descalificar a los ex militantes priístas que se mudan al partido MORENA, cuando los juzgó de “prietos que no aprietan” en una actitud despectiva y clasista contra el gran número de mexicanos que comparten una característica racial determinada. A pesar de sus disculpas, Ochoa Reza demuestra la arraigada cultura xenofóbica con la que una gran mayoría de mexicanos comulga y práctica de forma cotidiana.
Estos “accidentes” racistas no son fortuitos, están implícitos en el inconsciente colectivo del mexicano que es discriminador en su esencia, pero que lo disfraza de situaciones graciosas o temas sin importancia. Las comunidades indígenas en particular son los grupos más vulnerables del país, al vivir en un entorno de pobreza extrema, falta de oportunidades de desarrollo real, limitaciones de comunicación para quien habla algún dialecto y un inexplicable estigma social que esta enraizado en la mayoría de los ciudadanos y las elites políticas.
El mensaje de “Marichuy” recoge el olvido y las deudas ancestrales con las poblaciones indígenas; la sociedad debe exigir a las fuerzas políticas que se implementen políticas públicas verdaderas, que permitan la integración de los pueblos originarios con la sociedad. Pero sobre todo, no se debe limitar sus derechos como grupos étnicos que requieren del respeto y apoyo de las diferentes clases sociales, además de los grupos económicos y políticos.
Ante los embates de partidos políticos que buscan limitar los derechos políticos consagrados en la constitución, el llamado a la defensa de los grupos minoritarios como la comunidad Lesbico-Gay, los derechos de las mujeres a la igualdad de oportunidades y sobre todo el respeto a las comunidades indígenas, debe ser una bandera de lucha nacional en la que no se puede claudicar. Mientras México continúe sin brindar la oportunidad de desarrollo, integración total, tolerancia y protección de los grupos vulnerables, la construcción democrática estará incompleta, con la posibilidad real de desmoronarse, al no saber convivir y respetar los derechos de las minorías.
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