Desde los tiempos al frente de la gubernatura del Estado de México, Enrique Peña Nieto estaba acostumbrado a la comunicación social totalmente propagandística, sin ninguna clase de crítica, señalamientos o preguntas incómodas que le hicieran salirse de un guión preestablecido. Con las consecuencias conocidas de cuando improvisa, provoca dislates que son memorables.
Esta situación no sería más tragicómica o anecdótica, si Donald Trump no fuera el presidente de los Estados Unidos y la diplomacia continuara en modos tradicionales; ahora en estos tiempos de intentos intervencionistas descarados contra la nación, la claridad en la diplomacia y la comunicación social ante el mundo y los mexicanos debería ser perfecta. En una ecuación de tragedia griega, el gasto en comunicación social que realiza el gobierno, es inversamente proporcional al efecto positivo que produce en la audiencia nacional.
El desencuentro diplomático de la semana pasada, donde se filtraron presuntas partes de la llamada telefónica entre Trump y el presidente Peña, en la cual se manejó la posibilidad de una intervención militar estadounidense en contra de lo que denominó los “bad hombres”, debido a la incapacidad del gobierno mexicano de detenerlos y controlarlos, generó de inmediato diversos desmentidos desde la cancillería mexicana a diferentes medios y periodistas que manejaron la información. Al final otro trascendido vía un funcionario anónimo desde la Casa Blanca, mencionó que sí se había ofrecido el apoyo militar a México, pero que se hizo en un tono más “coloquial”. Videgaray aceptó, en entrevista con una televisora estadounidense, que Trump sí había ofrecido apoyo militar al país, es sin duda otra agria discordancia en la enrarecida relación entre México y EUA.
La eterna crisis comunicativa de la presidencia de la República agrava los problemas diplomáticos, dispersa el renovado espíritu de unidad nacional al no existir objetivos específicos que coordinen esa movilización, y crea una total desconfianza y escepticismo en torno al presidente Peña sobre ¿qué se trató en la llamada con el belicoso Trump y cuál fue el tono que imperó?
Este problema de comunicación no es nuevo, desde el inicio de la propaganda alrededor de la aprobación de las reformas estructurales se prometieron un sinfín de mentiras, que no terminarían materializándose en la realidad. Basta recordar el caso de la reforma energética y su promesa de que se acabarían los “gasolinazos” al ser aprobada. Sin embargo, durante su aplicación final (mediante la liberación de precios en el mercado) provocó aumentos y enorme descontento popular al no tener claro la población el mecanismo utilizado en la cotización de la gasolina en el mundo.
Otros ejemplos de fracasos comunicativos han sido las campañas de “Ya Chole con tus quejas”, las fallidas explicaciones “post–gasolinazo”, la resurrección de los pactos políticos de los años ochenta y noventa, para buscar moderar las protestas por el aumento de precio de los combustibles, que no lograron calmar a una sociedad que mayoritariamente, ya no cree en su gobierno ni en los políticos.
La reacción de la clase gobernante ante problemas políticos nacionales, estatales y municipales es lenta, junto con los posicionamientos informativos ante la opinión pública; ésto se explica porque antes de los acontecimientos de Ayotzinapa (que al final golpearon políticamente a Enrique Peña) todos los problemas no tocaban al presidente. Después de la matanza en Tixtla, Guerrero, fue como un “knock out” del cual el titular del ejecutivo ya no pudo levantarse y cada embate (con perfecta documentación como el caso de la Casa Blanca) o simples rumores y verdades a medias, acabaron por destrozar la frágil imagen presidencial a los niveles de 12 por ciento de aceptación entre los mexicanos.
Peña Nieto nunca fue ni será un estadista, tampoco lo parecerá, ya que su imagen política siempre fue cuidada, manejada, poco expuesta. Ante las crisis políticas, su figura presidencial se empequeñece y casi desaparece. El control de daños no existe en el pequeño grupo de poder cercano al presidente, lo que preocupa es que en la recta final del sexenio, no aprendieron a interpretar la difícil realidad nacional e internacional que enfrentan, por lo que terminan exhibidos y rebasados por lo contundente de la situación emergente.
Si a eso se le suma que el actual equipo de trabajo de la Casa Blanca en Washington, se caracteriza por jugar sucio, rudo, sin ética, ni diplomacia en favor de sus muy particulares intereses, el improvisado equipo del canciller Luis Videgaray termina “chamaqueado” ante los tiburones que empleó Trump para dominar el mundo.
En un anacronismo lastimoso, desnudo, insuficiente, inútil, la política de comunicación social desde la presidencia apuesta todo a evitar verdaderas conferencias de prensa con preguntas y respuestas, boletines informativos tardíos, ambiguos y escuetos cuando se requiere una claridad total en los posicionamientos políticos frente a crisis de las dimensiones que se enfrentaron en enero y en los primeros días de febrero.
En su mayoría el gabinete no responde los cuestionamientos que se les formulan, solo repiten la línea que se les da desde “Los Pinos” y los pocos que hablan de temas económicos y sociales, son los que en verdad tienen algún poder de incidir en las crisis, pero por lo general apuestan a evitar hablar de forma clara, o buscan ocultar las estrategias y tácticas para solucionar sus conjuntos de problemas, cuando ocasionalmente existe algún plan.
Una adecuada comunicación ante la opinión pública nacional lograría instalar una agenda común y permitiría enfrentar de manera coordinada, los retos que se afrontan ante la difícil y conflictiva vecindad con el iracundo presidente de EUA. Desafortunadamente esa política comunicativa, brilla por su ausencia.
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