La hazaña deportiva de los Patriotas de Nueva Inglaterra en el Súper Tazón LI deja varios aspectos a analizar, no solo por el ámbito deportivo, sino por los aspectos políticos, socioculturales y reacciones emocionales en redes sociales de todo tipo, al ser el equipo favorito del beligerante presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Para nadie es una noticia los altos niveles de polarización entre los fanáticos mexicanos del futbol americano, que esperan junto con muchos millones de aficionados del resto del mundo la máxima justa del deporte del emparrillado. No en vano se estima que el evento deportivo tuvo niveles de audiencia de aproximadamente 117.5 millones de telespectadores, en sus puntos más altos al final del partido.
Por si no fuera poco en sí el fenómeno cultural y sociológico que representa el día del Súper Tazón en Estados Unidos de América (EUA), se sumaba al morbo y animadversión natural al equipo de Nueva Inglaterra, “Los Pats”, debido a la dinastía deportiva ganadora que ha forjado, pero sobre todo por ser el equipo cercano y favorito del supremacista y polarizante Donald Trump.
Si faltara un ingrediente a ese pequeño experimento social mediático que es el “súper domingo” en la Unión Americana, trasladado a nuestra enrarecida relación diplomática con Trump, se enfrentaba a nuestro renacido nacionalismo medio rancio, de consumir lo nacional, el evitar tradiciones y productos estadounidenses, que hace caer en la contradicción total, a los aficionados al deporte rudo de las tacleadas.
De suerte que era políticamente correcto y patriótico despreciar al equipo de Nueva Inglaterra y su fanático número uno: el presidente Trump, en una lógica de asestarle al menos un golpe anímico, al ver humillado y vencido a su equipo en la final. Este escenario estuvo muy cerca de cumplirse, ya que de no ser por épico regreso del equipo de futbol americano, la derrota pudo ser escandalosa por el marcador y las circunstancias. Incluso el espectáculo de medio tiempo, a cargo de la cantante Lady Gaga, no terminó de gustar a muchos, ya que se esperaba algún posicionamiento político de mayor envergadura, en contra de las políticas retrogradas de la Casa Blanca.
En medio de este controvertido huracán de emociones, está entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra, Bill Belichick, que es un estratega genial en su deporte al haber logrado con jugadores de perfil muy modesto, jugar siete finales y ganar cinco de ellas. Contrastando con su personalidad egocéntrica, poco caballerosa, engreída y poco ejemplar para el espíritu deportivo, sin pasar por alto la amistad de años que tiene, junto con el dueño de la franquicia, Robert Kraft, con el entonces magnate republicano.
La situación polémica se multiplica con el Mariscal de Campo, Tom Brady, quien es amigo de Trump, ex compañero de golf en los campos del ahora presidente y ha sido invitado como juez a los concursos de belleza que realizaba. Brady es de los contados jugadores de la NFL que apoyaron su polémica candidatura, por lo que no solamente en México por razones obvias, sino en los mismos EU, los Patriotas son detestados y son políticamente polarizantes.
Esas contradicciones nacionales gigantescas se evidencian con el enorme número de mexicanos, que año con año, viajan al súper domingo y buscan mimetizarse con los fanáticos estadounidenses en su fiesta deportiva. O qué decir de varios alcaldes de diversos municipios (varios mexiquenses entre ellos) a los que se les descubre posando para la foto desde el estadio en turno del súper tazón, enfundados en los colores de su equipo favorito sin importar que sus gobernados no tengan los servicios públicos básicos y ellos jamás puedan tener la oportunidad de pagar un boleto para este espectáculo.
En la demencial era Trump, reconocer el éxito deportivo de un equipo cercanísimo al poder gubernamental de los EUA, es sumamente complicado, pero caer en los extremismos absolutistas de buscar la pureza política en actores sociales y jugadores es imposible de lograr. El mejor ejemplo de la diversidad dentro de los mismos “Pats”, es el jugador Martellus Bennett, quien al final del encuentro deportivo pidió tirar el muro y dijo amar a México. Si bien al principio se podría tomar con reservas sus declaraciones al calor del triunfo y la adrenalina, se confirmó su posición política, al asegurar que no acompañaría al equipo en su visita a la Casa Blanca con Trump, a pesar del malestar que generaría en el dueño del equipo campeón.
De esta paradoja en el súper tazón se debe rescatar el espíritu deportivo de los Patriotas de no darse por vencidos ante la adversidad, centrando la atención y reconocer su mérito deportivo. Si se dificulta como sociedad mexicana desasociar sus posiciones políticas de la cúpula deportiva, entonces como adversarios imitemos su fortaleza al enfrentar lo inimaginable y busquemos la unidad que tanto requiere el país ante los escenarios más complicados. Sin falsas unanimidades “juguemos” a favor del bien común como el hilo conductor de la organización.
El Súper Tazón demostró que dentro de la diversidad de ideas, en un mismo equipo, evento deportivo y actores sociales, no existe impedimento para afrontar tareas que parecían titánicas, siendo este el perfecto ejemplo de la sociedad moderna que trabaja en común acuerdo a pesar de sus enormes diferencias y creencias personales. Pero sobre todo no se debe olvidar a los aliados que pueden concretar, entre los que parecieran totalmente diferentes en idioma, raza y credo, pero que comulgan con las ideas universales de la diversidad y el trabajo en equipo.
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