Lo único que cimbró a México la semana pasada, sobre todo a la paridad del peso, fue la renuncia de Agustín Carstens al Banco de México a realizarse en el próximo mes de julio, para irse al Banco Internacional de Pagos en Suiza. Porque el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares dejó a la opinión pública esperando sus declaraciones que impactarían la realidad nacional, que además de confirmar el estado de quiebra en que toma el gobierno de Veracruz y sus enormes retos, muy pocas cosas nuevas se dieron a conocer en el inicio del último mes de 2016.
Salvo el “remake” de la toma de protesta semi clandestina de José Murat Casab en Oaxaca, al más puro estilo del ebrio de poder Felipe Calderón, no hubo mayores noticias en los cambios de poder en las tres gubernaturas que se renovaron el pasado primero de diciembre. En Aguascalientes, Martín Orozco tomó posesión en un acto con normalidad institucional, que por lo agitado en estos tiempos, parece ya una excepción de la regla del conflicto post electoral.
Yunes Linares aseguró que se lograron recuperar mil 250 millones de pesos de ese inmenso botín que los forajidos denominados “la nueva generación de políticos” se habían robado, encabezados por el prófugo Javier Duarte. Aseguró el nuevo gobernador de Veracruz que Fidel Herrera podría tener vínculos con la delincuencia organizada y que se investigaría a fondo la corrupción. Lugares comunes que ya se han mencionado en cada cambio de régimen estatal, pero que no se ve fácil de cumplir debido a las complicadas ingenierías financieras que se presentan en este tipo de desfalcos, robos, lavado de dinero y enormes complicidades que hacen muy difícil comprobarle los delitos al nefasto ex gobernador Duarte, al no existir documentos firmados por él.
Veracruz vive un clima difícil, lleno de encono, abandonado desde hace tiempo por la federación, con niveles de inseguridad enormes, con luchas sanguinarias entre carteles de la droga y el crimen organizado, endeudamiento histórico, corrupción lacerante y sobre todo con un nuevo periodo de gobierno de escasos dos años, que se antojan insuficientes para poner tan solo la casa en orden. Al empatar los procesos electorales de la gubernatura con la elección presidencial, la nueva administración se verá afectada al ser un gobierno de oposición que buscará desnudar y sancionar los terribles excesos y omisiones que realizó el más mediático actor y ejemplo de la corrupción priísta, Javier Duarte. Diciembre pues, marca el fin de su “hipotético” fuero judicial.
Preocupa entonces que los elementos para que el país padezca la tormenta perfecta están dados, desde los internacionales con el factor Trump, así como los nacionales con la renuncia de Agustín Carstens, la enorme deuda interna, la corrupción generalizada, el bajo nivel de crecimiento y el estancamiento de las reformas estructurales, harán del año 2017 un año sumamente difícil. Eso se trasladará a las finanzas estatales que están en banca rota, con mil pendientes por atender, ya que Veracruz sin el apoyo de la hacienda pública federal, no podrá salir del atolladero en que lo sumieron la voracidad de los gobiernos priístas.
Ahora bien, a cuatro años del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, los números en todas las mediciones le son adversos, en crecimiento económico, inseguridad, popularidad, credibilidad y liderazgo. Sobre todo disminuyó el número de mexicanos gobernados por su partido, debido al relevo de los gobiernos de los estados que perdieron, producto de sus impresentables y prófugos gobernadores salientes, además del fracaso estrepitoso de su gobierno, en diciembre se podría estar gestando el adiós anticipado del régimen priísta de cara a la sucesión presidencial.
La difícil situación económica del 2017 provoca los más justificados miedos a una recesión de pronósticos reservados, por las difíciles circunstancias nacionales y por el impredecible actuar de Trump en la presidencia de Estados Unidos, donde ningún actor económico y analistas pueden determinar el impacto en los, aún, tres países socios del Tratado de Libre Comercio, en el continente y en el mundo.
Sumado a que en México debido a la proximidad de las elecciones del 2018, en el proceso más manoseado, reñido y de pronóstico reservado como es la elección en Estado de México, los priístas se juegan retener el territorio donde se exiliarían en caso de perder la presidencia y el futuro político de Eruviel Ávila como presidenciable en la baraja de candidatos.
Diciembre es el último mes que verá a un presidente de EUA razonable y pragmático con respecto a México, junto con una estabilidad macroeconómica que aún es manejable a pesar del dólar “noqueando” al peso cada día. La temporada navideña verá al titular del ejecutivo que aún mantiene el poder político gracias a la estructura presidencialista, pero conforme avance el año de 2017, el régimen “peñista” se irá diluyendo, todavía más, cuando ya no le sea posible contener a los suspirantes a sucederlo, si no es que estará atrapado en el huracán económico que bien definió Carstens, se producirá con Trump en la presidencia de EUA y los mil incendios que podrían darse a lo largo y ancho del país, sin que existan bomberos capaces de controlarlos.
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