El asesinato brutal de Javier Salomón Aceves Gastélum, Daniel Díaz y Marco Ávalos, los tres jóvenes cineastas de Tonalá, Jalisco regresó los reflectores nacionales a la realidad de terror con que se vive en el país en materia de inseguridad. Todo esto en medio de una contienda electoral que no ofrece soluciones factibles, al gran flagelo que padece la sociedad mexicana. La barbarie del caso es un cúmulo de insuficiencias e ineptitudes de todas las instituciones de justicia, las policías corrompidas por el crimen organizado, la claudicación de muchas autoridades locales y estatales, ante un enemigo implacable e irracional.
La desaparición de los jóvenes cineastas provocó múltiples marchas, comunicados, manifestaciones y activismo en redes sociales, ahora con el trágico desenlace, manda un mensaje contundente y preocupante. Los ciudadanos que trabajan y estudian por un mejor futuro y la realización de metas personales, están totalmente vulnerables ante el poder criminal, que con toda impunidad, puede destruir un proyecto de vida al punto de desaparecer, literalmente a sus victimas.
El cartel Jalisco Nueva Generación (como otros carteles más) secuestran además de personas, la tranquilidad psicológica de varias entidades federativas, lo que provoca vivir y morir dentro de la lógica criminal de la luchas de plazas. Para estos delincuentes no existen familias que transitan de un estado a otro, no hay jóvenes estudiantes que tienen la mala suerte de padecer un percance mecánico en la carretera, o albañiles que se les ocurrió viajar a la playa por diversión, para la lógica criminal todo grupo de personas que se transporten en vehículos son potenciales enemigos, grupos contrarios que buscan arrebatarles territorios dominados por el terror de la cultura del narco.
La fiscalia de Jalisco informó el pasado 24 de abril que los estudiantes habían sido levantados y asesinados el pasado 19 de marzo al ser confundidos con integrantes de grupos rivales. Uno de los jóvenes fue muerto a golpes y los demás asfixiados para finalmente sus cuerpos ser diluidos en ácido por un presunto cantante de rap, Omar N, alias QBE, con historial delictivo en internet.
Esta acción criminal es común en el país, sobre todo en los estados donde el poder corruptor del narco es dueño de cada ciudad, transformando amplias regiones del territorio mexicano, en verdaderos estados de excepción. Los tres jóvenes asesinados fueron identificados por la presencia de muestras genéticas en casas de seguridad que son auténticas carnicerías humanas, donde decenas de infortunados mexicanos, han perdido la vida, en formas por demás sanguinarias.
El caso tomó notoriedad cuando el cineasta mexicano, reciente ganador del premio Óscar, Guillermo del Toro, se solidarizó en redes sociales para pedir el esclarecimiento de la desaparición de los jóvenes cineastas. El desenlace trágico y terrorífico pegó muy fuerte en el ánimo nacional, cualquier ambiente festivo o divertido, emanado de la campaña electoral se fue al caño, cuando se desnudó la trágica realidad en materia de inseguridad.
Los asesinos han demostrado su deterioro mental y su inhumanidad lacerante, el mito genial de la amnistía, las mejores policías, el nuevo sistema penal acusatorio, los sistemas anticorrupción, las pruebas de confianza y la fallida estrategia del sexenio de combate al narcotráfico, son un fracaso total que se paga con la vida de inocentes.
El siguiente presidente, de cualquier fuerza política o coaliciones inverosímiles, no tendrá éxito en el combate al narco y el crimen organizado porque el continuismo de las estrategias, o lo deschavetado de las nuevas propuestas no servirán para reconstruir el tejido social de una generación de muchachos que ya no les interesa la cultura del esfuerzo, ni la educación.
Son demasiados los jóvenes que se han dejado conquistar con la fama efímera, la fortuna fácil pero llena de sangre y el poder momentáneo de pertenecer a un cartel criminal, con tal de ganar unos años vida de lujos y excesos, así les cueste la vida. Amplias zonas fronterizas no proporcionan ninguna oportunidad de desarrollo a los mexicanos que obligados, o por voluntad propia, se integran a las filas de la delincuencia que operan con una impunidad casi total.
El atroz crimen de los jóvenes cineastas deja una sensación de impotencia generalizada y un miedo irracional en que cualquier momento se puede ser víctima de un asesinato a manos de grupos delincuenciales que dominan el país. En México existen homicidios innumerables, solo comparables con una guerra civil en cualquier parte de la geopolítica mundial, y ningún candidato ha planteado una solución medianamente funcional ante esta película de terror cotidiana.
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