Ha transcurrido apenas un mes de la elección presidencial, donde Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ganó de forma contundente, pero a diferencia de otros procesos electorales, el traspaso del poder se ha intentado acelerar de forma nunca antes vista. Con este fenómeno también han llegado las confrontaciones innecesarias y los estridentismos de las partes ganadoras y perdedoras que no aceptan, críticas, señalamientos, lo que provoca que afloren muchos resentimientos acumulados en ambos lados.
Inmediatamente después de haber ganado, AMLO solicitó entrevistarse con el presidente en funciones, Enrique Peña Nieto, como si la transición del mandato se pudiera hacer casi de forma instantánea. Así lo quiso el virtual presidente electo y así le convenía al presidente en funciones, quien logró abrir un paraguas gigantesco ante la enorme tromba de impopularidad que padece. Esa animadversión hizo caer hasta el tercer lugar electoral al fallido candidato ciudadano, José Antonio Meade y lo que queda del Partido Revolucionario Institucional, que analiza hasta la posibilidad de cambiar sus siglas tradicionales, ante lo vituperado de su marca política.
Ante el vacío de poder del régimen priísta, el equipo de transición ocupó de facto el poder ejecutivo, sin tener aún las riendas y funciones constitucionales para ejercer un verdadero mandato presidencial. Esta confusión de formas, provocó una inmovilidad en el gobierno aún en funciones y la imposibilidad de que el nuevo gabinete ejerza el poder a cabalidad, cuando no existe un cambio de gobierno real.
Días después de la elección presidencial todo tenía un aspecto de luna de miel, incluso los rivales económicos del tabasqueño parecían fusionarse en un solo esfuerzo en favor de incluir a becarios que se capacitaran en las empresas privadas, con la idea de impulsar el desarrollo económico y el empleo. Las mismas cúpulas empresariales realizaban un mea culpa por haberse alejado de las mejoras salariales de sus trabajadores y hacían votos por regresar la confianza de las clases populares, para realizar un trabajo conjunto que mejorara las condiciones económicas del país.
Todo parecía un cuento de hadas que por ser tan maravilloso no podría ser cierto; a los pocos días empezaron las discrepancias naturales, los excesos declarativos de los nuevos secretarios de Estado que aún no toman posesión formal pero ya polemizan, además del silencio cómplice del régimen que, nulificado por su incompetencia, dejaba la arena pública para que el futuro gobierno lidiara con los problemas actuales que aún no les corresponde solucionar.
Sin embargo, la gota que derramó el vaso y que sacó de nuevo el carácter irascible del presidente electo, fue la multa millonaria del Instituto Nacional Electoral (INE) por la constitución del fideicomiso destinado a la ayuda de los damnificados de los pasados sismos del mes de septiembre. En dicha resolución se condena a Morena a pagar 187 millones de pesos de multa, por haber concretado el fideicomiso al estar penado por la ley electoral que los partidos manejen y entreguen dinero en efectivo, pues estas prerrogativas deben ser usadas para el proselitismo político debidamente comprobado. Si bien nunca se dudó de la veracidad de la entrega de los apoyos a personas damnificadas, ni se acusó al partido de haber comprado el voto o de que este fideicomiso fuera determinante en la victoria obtenida de forma aplastante, sí dejó un golpe mediático profundo en la imagen de anticorrupción de Morena.
Aunque no está dictada la última palabra, ya que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación resolverá la impugnación que realizó Morena ante la multa impuesta por el INE, sí provocó reacciones muy fuertes entre el equipo de transición y del virtual presidente electo, que calificó de vil venganza en contra de su partido el fallo de los consejeros electorales. Con este mensaje realizado a través de su Twitter, AMLO rompió con la armonía que se venía construyendo entre diferentes actores, que aunque no afectará para nada su popularidad después de la elección, sí mete ruido innecesario en la transición.
Estas desavenencias en el relevo de poder, podrían no ser más que anecdóticas, pero sí ilustran la posibilidad de que siendo presidente AMLO, pueda ganarle ese carácter de líder social y opositor que tanto le ha caracterizado y que no abona a la institucionalidad que requiere el país. Ante los primeros desacuerdos y complicaciones previos al ejercicio de gobierno, el tabasqueño debe serenar los impulsos y usar su ingenio que bien le ha valido ser la figura política más importante en los últimos 30 años. Las condiciones para que realice un buen gobierno las tiene al alcance, además de un bono democrático gigantesco que le dio la ciudadanía en la pasada elección.
Ante un ambiente internacional complejo, conjugado con una difícil situación nacional, lo mejor para los largos meses antes del traspaso de gobierno es que todos los actores políticos, simpatizantes y detractores, continúen trabajando de forma ordenada y los ánimos se serenen, para que la transición se dé de forma tersa y el nuevo gobierno pueda empezar a trabajar en la reconstrucción de un país aletargado y con una crisis de seguridad nunca antes vista.
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