Tenía sólo ocho años. Un niño lleno de imaginación, de sueños, de juegos. A sus ocho Julián nunca se imaginaría ser testigo de la mayor tragedia de la Ciudad.
Pasadas las siete de la mañana salió con su papá rumbo a la escuela. Antes de llegar tenían que recoger a Daniela, compañera de Julián, en la Colonia Roma y continuar su camino al colegio. Pasaban todos los días junto al Parque de Béisbol del Seguro Social donde Julián soñaba con jugar un día. En la radio escuchaban a Héctor Martínez Serrano que les daba los “Buenos días” todas las mañanas. No sabía que ese día no terminaría igual.
Casi a punto de llegar al cruce con Viaducto sintieron un fuerte movimiento, su locutor también: – “está temblando en la Ciudad de México”- advirtió a Julián y su papá. La rutina se convertía en caos. La gente comenzó a salir de los edificios y correr por las calles; la transmisión de radio se interrumpió y todo quedó en silencio, silencio que dejó escuchar la furia de la tierra y que sólo fue opacada por gritos y llantos de pavor. Julián no entendía lo que pasaba pero estaba aterrado, se refugió en los brazos de su padre y se quedaron inmóviles hasta que pasara el temblor. Pero el tiempo parecía no avanzar y la tierra se movía cada vez más fuerte, los segundos se hicieron interminables y los gritos en la calle cada vez más desgarradores.
Después de un rato parecía que todo había terminado, Julián salió de su refugio y miró a su papá – “sólo un temblor, ya todo acabó…”, dijo para tranquilizarlo – . Sólo habían pasado dos minutos, pero parecía haber sido una eternidad. No alcanzaban a entender lo que acababa de suceder. Se pusieron en marcha a recoger a Daniela y fue justo cuando cruzaron el Viaducto cuando comenzaron a ver la destrucción, el polvo se metía por las ventanas y se sentía un ambiente denso. En ese momento Francisco decidió regresar a casa, dio vuelta en “u” y se dirigió de nuevo a la colonia Narvarte. Julián entendió bien. Cuando llegaron a su casa en la calle de Yacatas todo parecía normal. El temblor se sintió fuerte pero no hubo daños como los que vieron antes. Mónica y la bebé estaban bien.
Prendieron el radio, no había señal de televisión. Martínez Serrano habló de nuevo, se enlazaba con Jacobo Zabludovsky que reportaba desde su coche. – “Estoy avanzando por la avenida Reforma y todo parece normal, como si nos hubieran mecido en una cuna…” – . El Ángel no se había bajado de su columna. La cosa es que en el poniente de la ciudad, de donde él venía, el suelo es más estable y seguro, por lo que no había afectaciones severas. Pero pronto llegó a la zona centro y minutos más tarde se daba cuenta del caos: el Hotel Continental y el Hotel Century se derrumbaron, el Hotel D’Carlo y la Dirección Federal de Seguridad con fuertes daños, un edificio aledaño al de la Lotería Nacional, incendios, policías, ambulancias, humo, sangre, muerte por todos lados. El Súper Leche, el Hotel Regis, el Hospital Juárez, la Secretaría de Marina, un edificio más en San Juan de Letrán y Victoria se vinieron abajo… – “Estamos en presencia de uno de los hechos más tristes en la larga historia de nuestra Ciudad” – . Las palabras del periodista habían cambiado, su tono de calma también. – “Estoy en frente de mi casa de trabajo, donde he pasado a lo largo de mi vida más horas que en mi propia casa y está totalmente destruida…” – .
Al medio día Zabludovsky termina su intervención. Cinco horas de narrar la tragedia. Julián y sus papás lo escuchaban con atención esperando que sus familiares y amigos estuvieran a salvo. Por fin regresa la señal de televisión, ahora ven en imagen todo lo que antes sólo se habían podido imaginar. La ciudad estaba destruida, paralizada, en llamas. Más tarde se enteran que la zona por la que pasaron en la mañana también sufrió severos daños. La colonia Roma era una de las más afectadas pero ellos no lo notaron porque Francisco dio vuelta sin pensarlo. Los Televiteatros desaparecieron, el Hospital General y tres edificios del Multifamiliar Juárez. Daniela y su familia no lograron salir a tiempo.
La desesperanza y el dolor se hicieron presentes. La información corría poco a poco y lo que escuchaban era realmente devastador. Las sirenas de las ambulancias se convirtieron en sonidos normales. Con los días el olor a muerte inundaba las calles; el Parque de Béisbol del Seguro Social fue habilitado como morgue para que la genta fuera a reconocer los cadáveres.
Los sueños de Julián se convirtieron en pesadillas.
Tenía sólo ocho años. Un niño lleno de imaginación, de sueños, de juegos. A sus ocho Julián nunca se imaginaría ser testigo de la mayor tragedia de la Ciudad.
La destrucción que provocó el terremoto de 1985 cambió la fisonomía y la vida de la Ciudad de México. Entre los escombros se asomó la incompetencia gubernamental para atender la emergencia. La catástrofe natural arrasó inmuebles, cobró miles de vidas y propició la solidaridad de millones en las brigadas de rescate de víctimas y en apoyo a las familias afectadas. Después del temblor ya nada fue igual.
A treinta años.
Voy vengo.
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