Crónica de una tarde de película

Ahí estábamos, dispuestos a pasar un rato de sana diversión, celebrando a uno de nuestros más grandes ídolos, con ánimos de disfrutar una buena película,...

26 de junio, 2015

Ahí estábamos, dispuestos a pasar un rato de sana diversión, celebrando a uno de nuestros más grandes ídolos, con ánimos de disfrutar una buena película, pero más aún, de escuchar buena música.

Como escribí la semana pasada, en estos días Paul McCartney celebró su cumpleaños 73. En el Centro Cultural Futurama suelen hacer eventos especiales en las semanas de cumpleaños de los Beatles, la razón: el director, Ricardo Calderón, es probablemente el fanático más grande del cuarteto y el dueño de la más amplia colección de música y objetos referentes al grupo. Durante estas semanas especiales realizan exposiciones de discos, revistas y todo tipo de artículos invaluables, todos propiedad de Calderón, así como proyección de documentales, películas y conciertos alusivos, y lo mejor de todo ¡gratis!

Todo comenzó más o menos a las cuatro de la tarde cuando mi amiga, con quien comparto la “beatlemanía”, y yo nos vimos para dirigirnos al lugar con la idea de comprar de camino un par de frappes para eso del calor y hacer un poco de tiempo antes de que empezara la función. No contábamos con que la cafetería-restaurante-fonda-bar-lounge era atendida por sólo dos personas: cajera-mesera-dueña-cobradora y cocinero-barista. Con tan ocupado y obligadamente multifuncional personal, el tiempo de espera para dos bebidas fue de veinte minutos (con lo paciente que soy), y recibir nuestros dos pesos de cambio nos tomó otros diez ¡Media hora para hielo molido! Pero no dejaríamos que nada se interpusiera en nuestra musical celebración.

Ya con nuestros frappes en mano y los dos pesotes (de los grandes) en la bolsa, por fin pudimos entrar al centro a ver nuestra ansiada película. Nos sentamos estratégicamente en las últimas filas por dos razones, 1: la sala es muy chica y 2: somos antisociales y no soportamos tener a alguien atrás haciendo ruido o pateando la butaca. Estrategia fallida.

Si bien celebro que existan recintos como este que dan espacio a la cultura y el entretenimiento y los acercan al público de manera gratuita, hay que decir que al Centro Futurama le falta mucha organización, difusión y en esta ocasión (no es la primera vez que vemos algo ahí) limpieza; la sala olía a saliva seca (true story). ¿Alguna vez han olido su almohada después de una noche de babear? Pues imaginen que en la sala habían puesto a secar cien babosas fundas de almohada, ese era más o menos el buqué. No lo pudimos pasar por alto ni dejar de comentarlo entre nosotros, pero decidimos aguantar con tal de disfrutar la película “total, en un rato nos acostumbramos y se nos olvida” (¡ingenuos!).

La sala empezó a llenarse, cosa con la que no contábamos, y al parecer todos eran tan antisociales como nosotros, de pronto nos vimos rodeados de aficionados al cine, a McCartney y a la gratuidad. Atrás de nosotros una señora que todavía no notábamos pero que tendrá su participación en la historia (la llamaremos señora “Y”), a nuestra izquierda a la orilla de la fila una pareja de novios y a mi derecha, separados sólo por una butaca, un recién llegado y peculiar personaje (Mr. “X”), el protagonista de la tarde. Desde que lo vi entrar supuse una incómoda función, y es que no podría salir nada bueno de una bolsa de plástico tan grande y mágica como la de Mary Poppins. El sr. “X” es de estos que bufan con cualquier movimiento, recorrió las butacas bufando, se sentó echó bufando, se acomodó bufando y de nuevo bufó cuando abrió la misteriosa bolsa. La película empezó y a la primera escena ya estaba riendo, una de esas risas roncas y ahogadas tras de la cual, por supuesto, bufó.

En cuanto las luces se apagaron se empezaron a escuchar las manos de la gente abriendo bolsas de papas, dulces y cacahuates para meterlas hasta el fondo. Y parecía que se ponían todos de acuerdo porque en cuanto el ruido de adelante cesaba daba paso al de atrás, al de al lado y de nuevo al de adelante. No sé ustedes, pero este tipo de ruidos incesantes me saca de quicio. El sr. “X” abrió su bolsa sin fondo, sacó unas pepitas en bolsa de celofán y su respectiva Big Cola. Perfectamente instalado en su cinéfilo picnic comenzó a vaciar la bolsita, pepita por pepita, hasta el fin. Cada vez que su mano entraba para sacar uno de sus trofeos era como una taladrada a los críticos oídos de mi amiga y míos. Bolsita-pepita-bufido, bolsita-pepita-bufido. ¿Me molesta que coman en el cine? No, están en todo su derecho, lo verdaderamente molesto es que sea de manera tan escandalosa como si estuvieran solos en la sala. Bolsita-pepita-bufido, bolsita-pepita-bufido. Y nosotros que somos sumamente tolerantes nos volteábamos a ver con ojos de incredulidad y esa sonrisilla que no expresa otra cosa que desesperación y frustración.

Por fin terminó. La tormenta de pepitas había pasado. Fueron segundos en calma. -Ha sido mucho tiempo- pensé -pero ya todo pasó-. “¡Y apenas van veinte minutos!” comentó atinadamente mi amiga. ¡Veinte minutos, lo que parecía haber sido una eterna hora fueron sólo veinte minutos! Y cuando uno se siente en calma no se da cuenta de que es sólo el ojo del huracán. Después de un par de minutos en glorioso silencio se escucha una gaseosa explosión, el sr. “X” abrió su Big Cola de un jalón y dejó escapar un sonido tan escandaloso que parecía que abría una botella de champagne, pero era apenas un refresco de 600 ml. La calma había sido sólo un descanso para terminar lo que tuviera en la boca, saciar la sed provocada por la sal de las semillas y dar paso a la siguiente botana. La mágica bolsa de plástico apareció de nuevo y de ella sacó lo que fuera. Aquí vamos de nuevo. Bolsita-papita-bufido-refresco, bolsita-papita-bufido-refresco…

Yo me movía desesperado en mi asiento y mi amiga se reía. “¿Te quieres ir?” me preguntó más de una vez “¡No, quiero ver mi película en santa paz!”. En esos momentos de estrés como que los sentidos se agudizan, podíamos escuchar hasta la respiración de la persona en la primera fila y, por supuesto, el baboso aroma de la sala seguía ahí.

El tipo por fin terminó, esta vez de verdad, y se hizo la calma. Una vez saciadas hambre y sed se quedó profundamente dormido. Por fin disfrutamos de unos momentos en silencio, pero nada es tan duradero. Fue ahí cuando notamos a la señora “Y”, es de esas personas a las que les suena el celular a media función. Peor aún, es de esas personas que contestan el celular a media función. ¡No, es de esas molestas señoras a las que les suena el celular y contestan a media función sin la mínima atención de por lo menos susurrar! La llamada duró tres minutos.

Pero seguimos atentos a la película, intentamos aislarnos del ruido y concentrarnos sólo en la pantalla. Mi amiga escuchó ruidos extraños, la pareja a su izquierda estaba entrada en apasionados y grotescos besos. Estábamos rodeados. Fajoneo a babor, ronquidos a estribor que hicieron voltear a más de uno, a nuestras doce murmullos y más bolsas de papas a las seis. Por nuestro lugar se colaba una suave brisa que hacía circular el aroma a saliva y regresaba a nosotros una y otra vez.

En la pantalla la película nos sacaba un par de risas, pero comenzó a hacerse lenta pasada un poco más de la mitad. Sabíamos que no sería buena y no esperábamos más. No estábamos ahí por la actuación del beatle, sino por nuestro fanatismo. Bolsita-botana-fajoneo-ronquido-buqué…

Dos horas después McCartney encontró lo que buscaba, la película terminó, las bolsas de papitas y sus molestos ruidos desaparecieron mágicamente, el señor “X” despertó a tiempo para los créditos finales y mi amiga y yo salimos felices y con una amplia sonrisa en la cara después de disfrutar dos horas de Paul y Ringo.

Give my regards to Broad street. ¡La banda sonora es maravillosa!

Voy vengo.

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