Con el agua hasta el cuello

Llegaron las lluvias (o mejor dicho nunca se fueron).

3 de julio, 2015

Llegaron las lluvias (o mejor dicho nunca se fueron). Como siempre el clima en nuestro país es impredecible.

A media semana estaba disfrutando de la soledad de mi casa. Encerrado en la oficina y sin un alma que distrajera mi trabajo diario, estaba clavado en la computadora enviando correos y leyendo una que otra revista en internet. Cuando estoy en la calle no tolero la lluvia, pero estando en mis aposentos la caída del agua me relaja y ayuda a concentrar.

Pensaba en qué escribir para esta columna, leyendo cuanta cosa se me aparecía enfrente buscando la inspiración divina, suponía que la música de Tlaloc me ayudaría. Y así fue.

Mientras estaba metido en mi lectura algo me distrajo y volteé a la puerta de la oficina, un discreto pero pesado río de agua avanzaba tan rápido como la marabunta que destruye todo a su paso. Me levanté de mi asiento, desconecté la computadora y ahí te voy a levantar todo lo salvable que pudiera. Cinco minutos le tomó al agua llenar por completo la casa. Garaje, oficina, sala, comedor, baño, cocina, todo inundado por completo. Tenía al menos cinco centímetros de agua.

Les platico. Llevo unos cinco años viviendo donde estoy. Desde que llegué hay un problema enorme: las coladeras de la calle se tapan de manera que se inunda en cada temporada de lluvias. Desde el principio he hecho reportes directamente en la delegación, en el Sistema de Aguas de la Ciudad de México, en Locatel, en los camiones que pasan destapando en calles aledañas. Nada, nunca nadie ha hecho caso de lo que pedimos. Frente a la casa hay una espantosa escuela que sufre lo mismo que yo, también han hecho los reportes y pedido lo mismo, de nada ha servido, no hay quién nos haga caso. Hemos destapado nosotros mismos hasta donde se ha podido, pero lo que se necesita es desazolve, y eso, sólo la delegación.

En esas estaba, subí a la recámara para cambiarme los zapatos y empezar un maratónico trabajo y me di cuenta que el patio de arriba estaba igual de inundado, un centímetro más y se mete a las recámaras, y entonces sí, el acabose. En cuatro pasos llegué al baño para tomar la bomba, salir al patio y darle a la coladera. Uno, dos, tres, cuatro, respira; uno, dos tres, cuatro. Después de varios intentos logré que se destapara un poco y el agua empezara a bajar.

Pero en el piso de abajo no había mucho que hacer además de esperar, seguía lloviendo, la calle ya era un canal de aguas negras y cada vez que pasaba un coche la empujaba hacia adentro. El día anterior había hecho un reporte en locatel, ahora hablaba de nuevo en calidad de urgente.

“Su reporte quedó levantado como emergencia, una cuadrilla se reportará para hacer el desazolve, le pedimos que sea paciente, toda la Gustavo A. Madero está en las mismas condiciones.”

Y yo por supuesto ni enterado. En ese momento empecé a escuchar helicópteros que daban vueltas una y otra vez. Subí a la azotea, helicópteros de la policía, radiodifusoras, televisoras, todo mundo sobrevolando alrededor de la colonia. Detrás de las casas vecinas Insurgentes completamente parado, se alcanzaban a ver  los metrobuses estacionados porque no podían avanzar. Sirenas de patrullas y ambulancias, altavoces de protección civil pidiendo calma y orden y, a quienes pudieran, que circularan por las calles internas de la colonia.

Y mientras la lluvia pasaba, a mover todo lo que se pueda. Quita alfombra, quita sillones, levanta las sillas, empezaba el circo. Por fin paró la lluvia y el nivel del agua bajó lo suficiente para que me pusiera a trabajar. Nunca nos habíamos inundado como esta vez. La cantidad de agua en las coladeras de la calle era tal, que dentro de la casa salía por todos lados: el registro del jardín, la coladera del baño, la del patio. No quiero ni contarles la peste. Armado con jalador en mano y bolsitas de plástico en los pies, me disponía a limpiar y rescatar la casa. Primero jalar el agua a donde se pudiera, el jardín, la calle, el patio, tarea difícil y asquerosa.

El agua trajo consigo hojas de árboles pero también de papel, bolsas, tenedores y cucharas de plástico de los malditos niños de la escuela que al salir compran papas y jícamas con chile y tiran la basura en la calle; lápices, palillos, ramas, un anillo y, lo crean o no, un condón (por aquello de las infecciones…). Todo eso dentro de mi casa, y al abrir la puerta de la calle una rata muerta que era planchadora.

Saca el agua, jala para acá, jala para allá. En ese momento suena el teléfono. Un familiar tiene en un edificio aledaño un departamento que pone en renta, al otro lado del teléfono su molesta inquilina que siempre viene a dar lata quejándose de algo.

  • “¿Hola, está Ana?”
  • “No señora, no ha llegado”
  • “¿Y José?”
  • “Tampoco señora”
  • “¡Ay! Es que se me metió el agua, y sale de las coladeras, y huele muy mal."
  • “Señora estamos igual, no la puedo ayudar, levante un reporte para que vengan a destapar”.

Y a seguirle dando a la jaladera de agua. Cinco horas me llevó sacar agua, barrer, trapear, volver a trapear y desinfectar. Lo que a la lluvia le tomó sólo veinte minutos.

Nadie vino por parte de la delegación. Entre los vecinos y yo hicimos cinco reportes, pero de nada sirvió. Año con año es lo mismo. Pero eso sí, obras por todos lados, nueva línea del metrobus, edificios de oficinas y residenciales, centros comerciales, tirar casas para levantar departamentos. Pero al drenaje nadie le hace caso, ese no se ve.

Las autoridades les dicen “ligeros encharcamientos” ¿Encharcamientos? Encharcado tienen el… ¡cerebro! Cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de las severas inundaciones, del problema de higiene que esto trae consigo. Un charco lo salta uno cuando camina, ayer mi calle era una pequeña y mal oliente Venecia.

Lo que más me molesta es la gente quejándose en las calles. “¡Maldito gobierno, nunca hace nada!”, “¡Maldito gobierno no desazolva!”, “¡Maldito gobierno no hace su trabajo!”, “¡Maldito PRI, maldito PRD, malditos todos!”. Y sí, maldito gobierno y maldita familia imperial de la Gustavo A. Madero. Pero la gente contribuye en mucho. Todos van por la calle tirando basura, papeles, bolsas de papas, la lata de refresco vacía, la colilla del cigarro. ¿Con qué autoridad, con qué moral, con qué derecho nos quejamos de las cosas cuando nosotros somos los que contribuimos en gran medida a que pasen?

Lo peor es que por más que se inunden sus casa, por más que se queden atorados en el tráfico, por más que se llenen de aguas negras, lo seguirán haciendo, total ¿qué tanto es un papelito?

Agua pasa por mi casa

Voy vengo.

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