Banalidades

Escribir es una de mis más grandes pasiones.

6 de noviembre, 2015

Escribir es una de mis más grandes pasiones. Llevo varios años en ello desde que empecé con mis blogs y he tenido la oportunidad de publicar para algunas revistas y espacios web. He abordado desde la crítica política hasta mis temas predilectos y más recurrentes (ya lo habrán notado): la música, crónica y el artículo de opinión.

Hace algún tiempo me preguntaba una amiga cómo hacía para que fluyeran las palabras cuando escribo o cuánto tiempo tardo en terminar una columna. La verdad –le contesté– no tardo mucho, una vez elegido el tema y más o menos puestas en orden las ideas, me siento frente a la computadora y la cosa fluye. El chiste es que llegue la inspiración y, no lo puedo negar, muchas veces he cambiado de argumento justo al terminar de escribir. Digamos que lo que más tiempo me lleva es justamente decidir el tema a abordar y, en caso necesario, investigar sobre ello. Mi verdadero problema es cuando termino el texto porque soy sumamente perfeccionista y exigente conmigo mismo, así que leo y releo una y otra vez hasta que estoy completamente satisfecho con el resultado. Más seguido de lo que quisiera siento que no queda del todo perfecto, y mientras más paso los ojos sobre la columna más correcciones quiero hacer, pero hay que enviar para la publicación.

Pues para no hacer el cuento largo estoy ante el temido problema: la falta de inspiración. Y es que hoy no escribo sobre nada en especial. Tenía la más sincera disposición de escribir algo verdaderamente relevante, cualquier cosa relacionada con este espacio, pero en realidad no fluyen las ideas (cuando uno se propone algo pero no lo consigue es desesperante). No viene a mi mente una historia, una palabra, una buena idea a la cual recurrir para partir de ella. Y no es que no haya sobre qué escribir. Muy por el contrario el mundo me regala material: que si la confirmación de la próxima visita del Papa, que las aprobaciones para la siembra individual de mariguana (igual y si recurro a ella se me abre el cerebro pa’ escribir…), que los videos de la fuga del Chapo o la crisis de Ricardo Salinas y TV Azteca… un sin fin de materia digna de un artículo, pero no me fluyen, las palabras no salen de mi mente, no llegan a mis dedos para ser transportadas a la pantalla por medio del teclado.

Pero eso no me detiene, estoy aquí sentado frente a la computadora con una taza de café, pensando en banalidades, esperando que llegue la inspiración.

Llevo ya un largo rato, hace unos minutos tenía en la mente algo, comencé a escribir, mis dedos se paseaban rápidamente sobre el teclado que, cansado de mis constantes golpeteos, ponía en la pantalla letras que yo no le pedía lo cual me hacía borrar y escribir de nuevo, borrar y escribir de nuevo. Simplemente no podía parar, la idea era grandiosa, el asunto era perfecto, las ideas fluían, salían las palabras, la pantalla se llenaba sin siquiera darme cuenta y entonces… el teléfono suena, intento dejarlo así hasta que se canse (ya contestará alguien más) pero inmerso en la escritura y en mi esfuerzo por no dejar ir las palabras no recordaba que no había nadie en casa, por fin me doy cuenta de ello y corro hasta el teléfono a contestar (pienso que ante tanta insistencia seguramente la llamada es importante). Doy el último trago a mi café.

– ¿Bueno?

– Buenas tardes, ¿me puedes comunicar con Diego?

– Lo siento, número equivocado…

Regreso a la computadora, el texto está ahí, esperando ser terminado por el que escribe, esperando ansioso la continuación, el cursor parpadea pidiendo desesperadamente que siga escribiendo. Ahí está el texto pero ¿a dónde se fue la idea? No puedo continuar, por más que leo vuelvo a leer lo que llevo hasta ese momento, por más que intento recordar qué era lo que quería plasmar no puedo. Desesperado (ahora yo más que el cursor) me sirvo otro café, borro, escribo, borro… pero ya no puedo seguir escribiendo. La idea se fue, simplemente me ha abandonado como quejándose de mi distracción, de mi falta de atención, del mismo abandono en que yo la deje al ir a contestar una llamada equivocada. Por eso estoy aquí, sentando ante la computadora con una taza de café pensando en banalidades.

Voy por mi idea y vengo.

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