Popularidad contra eficiencia: López Obrador vs Meade

El argumento más recurrente en contra de la postulación de José Antonio Meade como candidato del PRI...

1 de agosto, 2017

El argumentos más recurrente en contra de la postulación de José Antonio Meade como candidato del PRI a la Presidencia de la República es el tema de la popularidad.

Sus críticos señalan que es muy poco conocido para la población en general, porque para ellos el criterio más importante para ganar una elección es la notoriedad.

Sin embargo, la fama no es sinónimo de capacidad, existen incontables ejemplos de personajes populares que terminan siendo un fracaso, cuando asumen posiciones de poder, el del gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez “El Bronco”, resulta por demás contundente.

El mismo López Obrador, quien está en campaña desde hace diez y ocho años, no garantiza que su exposición y discurso crítico en contra del sistema le auguren un triunfo por descontado.

El hecho de que López Obrador sea el político con más publicidad y presencia en todos los medios y plataformas, no significa que por ello sea el más aceptado.

Si bien es cierto que en este momento todas las encuestas lo colocan en lo individual como el favorito para ganar la elección presidencial, también lo es que esas mismas mediciones reportan que su nivel de rechazo, es decir el anti–lopezobradorismo, es del mismo tamaño que el del anti–priismo.

Bajo esa consideración, no sólo no es invencible, por el contrario en un escenario de voto útil a favor de la fuerza que lo preceda en las preferencias, resulta por demás factible que sea vencido por un margen suficientemente amplio.

La disyuntiva de la discusión se concentra, más allá de a que partido o coalición represente en los comicios, en la necesidad de encontrar a la persona que tenga la imagen, los atributos y las capacidades para enfrentarlo y derrotarlo.

El problema es que en el análisis de la estrategia la pretensión está orientada a competir contra López Obrador usando los mismos elementos que él emplea, eso de entrada es un error de planeación, porque no es en el terreno que él domina donde se tiene que librar la batalla.

Es evidente que los actuales presidentes de los partidos y los líderes de los grupos de poder involucrados en las decisiones de las nominaciones presidenciales, no han leído el Arte de la Guerra de Sun Tzu.

La disyuntiva necesariamente está en la diferencia, en el contraste, en los equilibrios, en la presentación de una oferta que implique que en la comparación López Obrador no es mejor.

Se trata de demostrar la incompatibilidad, entre el populismo y el pragmatismo, entre las promesas imposibles de cumplir y la seriedad, entre el fanatismo y la responsabilidad.

En ese orden, los atributos de Meade son muy superiores a los de López Obrador. Meade es un funcionario público probado, que ejerce su labor con convicción y me atrevería a decir que hasta con orgullo.  

No es un rockstar, pero en cambio es muy eficiente, sereno y maduro, sin poses ni afectaciones histriónicas, independientemente de la posición que ocupe siempre entrega resultados positivos.

Si a eso le sumamos un perfil más ciudadano que partidista, un prestigio a toda prueba en el cual no existe un solo escándalo que se relacione con su vida pública y privada, es innegable que representa una opción que no sólo contaría con el voto duro tradicional priista, sino que además podría ser el mejor recolector del voto útil panista, perredista y de la sociedad sin militancia partidista.

Pero si el argumento se remite únicamente a la cuestión publicitaria, están de por medio consideraciones que limitan esa vertiente, toda vez que precisamente con base en sus virtudes profesionales y personales, Meade puede convertirse fácilmente en un producto muy exitoso en términos de marketing.

Simple y llanamente porque Meade encarna el ideal juarista del modelo de servidor público que hoy es la respuesta al enojo social derivado de la corrupción.

La oposición a su candidatura proviene esencialmente de dos inclinaciones, la de los contras, los que ven imposible que el PRI pueda ganar la elección por el rechazo que eso les provoca, sin importar quién sea el candidato ni el rival a enfrentar, sin analizar condiciones ni contextos.

La otra es la que encabezan los grupos de poder al interior del propio PRI, que ven en Meade un riesgo mayúsculo para mantener las prebendas y privilegios de los que han gozado en la mayoría de los casos con absoluta impunidad durante tantos años.

Resulta lógico pensar que, por sus características, Meade tendría que ser un presidente no sólo efectivo, sino adicionalmente muy ordenado y decente, que no respetaría los formatos partidistas, en los cuales no cree y con los que no comulga.

Sobre todo aquellos que implican la repartición de cotos de poder, los que suponen la construcción de fortunas aprovechando las ventajas de los cargos públicos. 

Lo que finalmente nos remite a la consideración que realmente interesa, la que trasciende, que no es cuestión de deseos sino de conveniencia ¿popularidad o eficiencia?

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