La corrupción proviene de la inmadurez y la incapacidad

Una de las causas, si no es que la principal, por la que el sistema político mexicano atraviesa una de sus peores crisis...

23 de mayo, 2017

Una de las causas, si no es que la principal, por la que el sistema político mexicano atraviesa una de sus peores crisis, se relaciona con los constantes escándalos de corrupción en los que están envueltos sus principales miembros.

Sin dejar de lado el análisis respecto de la mermada capacidad y eficiencia de los servidores públicos para el cumplimiento cabal del desarrollo de sus funciones, y como sus decisiones equivocadas influyen negativamente en el devenir de la sociedad y el país.

Para comprender esta situación, necesariamente habría que reflexionar acerca de la formación, en todos los sentidos, de quienes ocupan los principales cargos de gobierno.

Nos referimos por supuesto a su educación académica, pero también a la familiar, a su entorno, y de manera muy particular al proceso de construcción de convicciones e ideales.

Es evidente que en los últimos veinte años, algo en ese proceso se distorsionó, quebrantó los modelos que durante tanto tiempo se establecieron casi como dogmas de fe.

Su formato exigía, además de contar con las conexiones suficientes y adecuadas, ciertos perfiles, en los que la preparación y el talento eran condiciones obligatorias.

Aunque se siga criticando a los regímenes previos a la alternancia, no se puede negar que en su conformación esos valores se privilegiaban como antecedente de oportunidades, en el previo de una segunda parte formativa doctrinal y práctica en el ejercicio gubernamental.

Sin embargo, eso dejó de existir, porque la clase política de principios de este siglo perdió el sentido de responsabilidad, incluso de patriotismo para dar paso a los abusos y los excesos.

Los tres últimos encargados de la institución presidencial no quisieron o no pudieron mantener el ejercicio central del poder tradicional, terminaron por limitar su autoridad y con ello propiciar un desbalance de los equilibrios.

Se trata de un escenario en el que lo que antes era fundamental hoy ya no importa, con una dilatación manifiesta de los márgenes entre lo que es correcto y lo que no lo es.

Esta coyuntura dio pie al ingreso de una enorme cantidad de actores políticos, que arribaron -más bien abordaron como piratas- a una disciplina a la que antes no cualquiera tenía acceso.

En la actualidad cualquiera puede ser funcionario público, legislador, alcalde o gobernador, sin tener una formación académica sólida; peor aún, sin experiencia y por ende nulo conocimiento de la administración.

Esta suerte de renovación, que está terminando por ser retrograda, favorece la improvisación y ésta la colocación de los energúmenos que hoy satanizamos colectivamente por sus actos de corrupción, por su bajeza personal y moral.

Pero ello no ha sido obstáculo para seguirlos postulando o nombrando en las más altas responsabilidades, aun a sabiendas de sus carencias y que por lo mismo sus resultados serán incluso peores.

Sólo basta revisar los directorios de las cámaras, de las dependencias federales, los gobiernos estatales y municipales, para encontrar sujetos que han estado inmiscuidos en todo tipo de escándalos, muchos de ellos en los que las acusaciones en su contra están plenamente consignadas.

En teoría, al menos así se entiende que debería de ser: los gobernantes deben representar a lo mejor de la sociedad, tener argumentos para poder asumir o competir por un cargo, suponiendo que su capacidad probada los avala para ello, en vez de entregar tal poder a delincuentes o ineptos.

Más allá de cuestiones de edad o género, lo que realmente tendría que importar es la eficiencia, el valor de la madurez y la experiencia, que sólo se consiguen salvo muy contadas y honrosas excepciones, con el largo paso por el escalafón jerárquico.

Sin que se trate de una añoranza de un pasado que sin duda fue mejor, antes las carreras políticas se construían en el tiempo y crecían con base en los ascensos producto de la disciplina y del desempeño, situación que adicionalmente aportaba un pleno conocimiento de muy diversas áreas del gobierno, que al final de la historia permitían que el gobernante tuviera una visión completa e integral.

Lamentablemente, y existen cientos de ejemplo para avalar esta juicio, es que hoy lo que caracteriza a la clase política nacional y a la de los estados, es la inexperiencia, la incapacidad y con ello aparejado una carencia absoluta de responsabilidad y compromiso.

Elementos que son por sí mismos un aliciente para la corrupción, precisamente porque la debilidad de estos personajes los lleva a plantearse carreras políticas de corto plazo, ante la imposibilidad de poder permanecer más tiempo y eso es lo que produce la voracidad y la prepotencia con la que se conducen.

Peor aún, si se trata de un esquema en el que quien gobierna, es el primero en pensar y actuar de esa forma, quien instituye la complicidad con sus subalternos.  

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