El PRI ya tiene candidato presidencial

Desde que Luis Donaldo Colosio ocupó la presidencia del PRI, no se recuerda que los militantes de ese partido hayan estado tan satisfechos y convencidos...

15 de septiembre, 2015

Desde que Luis Donaldo Colosio ocupó la presidencia del PRI, no se recuerda que los militantes de ese partido hayan estado tan satisfechos y convencidos con su dirigente nacional como el caso de Manlio Fabio Beltrones.

Aunque en el momento de su arribo a la presidencia del PRI la expectativa no era mayor, Colosio ganó enorme popularidad en el ejercicio del cargo, la cual se acrecentó gracias a su personalidad, a la fuerza de un liderazgo genuino construido a través de alianzas, que vislumbraban la perspectiva de la precandidatura presidencial.

Los priístas, dirigentes, militantes y simpatizantes terminaron todos por creer realmente en Colosio, percibían en su figura un carácter fuerte, con capacidad de mando y organización.

En el caso de Beltrones, el gran entusiasmo genuino por su nombramiento, sobre todo entre militantes y simpatizantes más que en la cúpula del poder, viene precedido por su influencia y habilidades manifiestas.

Fue Beltrones quien representó el equilibrio de poder en los dos sexenios de los gobiernos panistas, el operador de la aprobación de las reformas constitucionales propuestas por el presidente Peña Nieto.

Más allá de las críticas, en Beltrones se reconoce a un político eficiente, pragmático y con una excepcional habilidad negociadora que finalmente deriva en resultados.

Desde este punto de vista, en el análisis el efecto que produce el arribo de Beltrones al PRI deja ver con claridad la debilidad de la figura presidencial, la creciente insatisfacción de los mismos priístas en relación con la conducción política y del gobierno.

Sin embargo, por la férrea disciplina característica del priísmo, esa coyuntura negativa no trasciende del ámbito privado, aunque en la intimidad exista un reconocimiento pleno de la situación.

Como en su momento lo hizo Colosio, Beltrones también urge a la autocrítica como elemento fundamental para reposicionar al gobierno y, por ende, al partido.

Precisamente por ello, la imagen de Beltrones se convierte en un contrapeso, porque en él se percibe experiencia, conocimiento, temple y lo más importante: capacidad.

La importancia de identificar el error para corregirlo, haciendo a un lado la arrogancia, que ha sido uno de los principales elementos nocivos de este gobierno.  

Por definición ideológica, en la práctica el priísmo requiere de un mando enérgico; esa es la esencia de su cultura que se formó en la imagen de un liderazgo infalible, mediante un mecanismo para la toma de decisiones horizontal.

El asunto es que con Beltrones, la gran mayoría de las expresiones del priísmo, salvo en algunos grupos de poder del llamado "círculo rojo" que lo ven como un rival, encuentran la figura que representa a un jefe.

Los priístas no saben moverse sin mando, el que proviene de la autoridad que otorga la jerarquía y la investidura, que hoy no sienten se ejerza desde los Pinos.

Por ello es que Beltrones no sólo ocupa esa posición en la concepción y la imaginación del priísta, sino que de manera natural reemplaza el espacio ausente, por esa necesidad de creer verdaderamente en su dirigente.

De tal suerte que el entusiasmo que provoca Beltrones, independientemente de lo que suceda en su gestión como cabeza nacional del partido, de aquí hasta el momento de definir la candidatura presidencial, lo coloca desde este momento como el más fuerte aspirante.

En el propósito el reto de Beltrones no se circunscribe solamente a ganar elecciones, aunque esa sea su principal obligación, porque en los resultados influyen poderosamente las acciones gubernamentales que hoy atraviesan una severa crisis en varios frentes.

El desafío para alcanzar la nominación a la candidatura transita en mantener esa expectativa de liderazgo, en consolidar la simpatía de los grupos en torno a un proyecto, que más que individual, se aprecia como una herramienta de solución.

No sólo en el objetivo de que el PRI mantenga la presidencia, sino también que ésta sea eficaz, doctrinalmente hablando, una presidencia que recupere el halo de firmeza y seguridad que necesariamente tiene que exhibir.

Los otros aspirantes visibles a la candidatura presidencial, miembros del gabinete y algunos gobernadores, no alcanza su dimensión. Da la impresión que, considerando el tiempo que falta, no podrán equipararla.

La encrucijada, en todo caso, se plantea a través de la determinación que el presidente Peña Nieto tendrá que tomar en uso de su facultad para designar a su sucesor.

Porque aunque aparentemente Beltrones no era su primera opción, las circunstancias están encaminado el rumbo en esa dirección. No se puede pensar que cuando Peña Nieto lo nombró presidente del partido no consideró ese escenario y sus implicaciones posteriores.

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