El papel de Ochoa Reza como Inquisidor

El discurso de Enrique Ochoa Reza como presidente del PRI es, más que un planteamiento ideológico, una declaración manifiesta de intenciones; Una hoja de ruta...

19 de julio, 2016

El discurso de Enrique Ochoa Reza como presidente del PRI es, más que un planteamiento ideológico, una declaración manifiesta de intenciones; Una hoja de ruta para la agenda del partido y del régimen en conjunto. La estrategia que proviene de las instrucciones que recibió de Enrique Peña Nieto.

La nueva circunstancia es producto de un diagnóstico donde por primera vez en el sexenio parece que la autocrítica influye en las actitudes, aún y cuando sea a través de un ejercicio íntimo que se acepta a medias en público.

En la evaluación se reconoce que en las condiciones actuales el PRI ha perdido su capacidad de competencia electoral y que ello se debe principalmente a la carencia de confianza en el gobierno y el descrédito de sus miembros.

Que el régimen no tendrá oportunidad de permanecer en el poder, por lo que es urgente un cambio trascendental en las acciones y los comportamientos.

Visto así, entre los diversos retos que tendrá que enfrentar Ochoa Reza, el principal será el de posicionarse como un dirigente margen de operación y capacidad de decisión y no como un simple administrador.

Ochoa requiere acreditarse lo más pronto posible. Prestigiarse ante la militancia para tener autoridad, calidad moral suficiente para poder desempeñar el encargo.

Aun cuando se le señale por ser un desconocido para el priismo, llega a la posición investido de grandes facultades y con el respaldo absoluto del presidente Peña Nieto y su círculo rojo, grupo al que pertenece.

Más aún si se observa que el sistema operó mal mediáticamente el proceso de su imposición -lo dejaron solo y a su suerte-, lo que derivó en una andanada de críticas en su contra, tanto por sus escasos antecedentes priistas, como por la forma de su designación.

Esta situación lo puso en desventaja desde el primer día de su gestión porque fue calificado antes sin ni siquiera tomar posesión de su oficina, lo que es un lastre que pone en entredicho sus capacidades y que favorece el rechazo de los grupos de poder priistas.

Sin embargo, a pesar de ese error y el costo que tendrá porque ahora Ochoa Reza antes de otra cosa tendrá que llevar a cabo una profunda operación de acercamiento con las bases del partido para cicatrizar esa herida, está obligado a dar resultados inmediatamente.

A Ochoa Reza Peña Nieto le ha conferido no sólo la posición, sino el encargo de ser la voz del sistema, tanto del partido como del gobierno, con potestad para ejercer decisiones drásticas que necesariamente contribuyan a cambiar la percepción social.

Será el encargado de aparecer como el responsable del redireccionamiento, de la corrección de las fallas, con la idea de que quien se beneficie de ello con miras a la próxima elección presidencial sea el propio partido.

Porque hoy como parte del nuevo deporte nacional, el linchamiento, el presidente Peña Nieto es considerado el culpable de todo, aun y cuando eso no sea exactamente así.

Ochoa Reza expresa institucionalmente, y no podría ser de otra forma, que el Presidente es el mayor activo de su partido, pero en la realidad eso dista mucho de ser cierto.

El presidente Peña Nieto dejó que sus opositores le ganaran la batalla en materia del combate a la corrupción, no sólo porque no la asumió como una asignatura propia, sino porque fue demasiado permisivo con sus colaboradores.

Peña Nieto no quiso o no pudo dar manotazos en el escritorio a tiempo, lo que provocó una sensación colectiva de complicidad y por ende de impunidad; eso creó un gran resentimiento entre los mismos priistas, porque fue el elemento principal para aumentar la percepción social negativa respecto de la clase política priista.

Esa fue la reforma que le faltó al Presidente: una de carácter político partidista orientada a establecer parámetros, márgenes y castigos, factor que independientemente de la calificación de la acción propia de la administración del gobierno, ha causado la crisis actual del partido.

Bajo ese análisis, la tarea de Ochoa Reza para la que contará con el apoyo incondicional del poderoso círculo rojo presidencial, será la de erigirse como una especie de inquisidor, vigilante de los comportamientos de los funcionarios y gobernantes de su partido en todo el país.

El líder priista será quien recupere la autoridad política partidista para el presidente Peña Nieto, que si bien no perdió, si la relajó mediante una flexibilidad que se volvió en su contra.

Esto irá desde la selección y designación de dirigentes y candidatos, hasta la operación electoral, todo bajo una misma dirección centralizada, que más allá de las críticas y las dudas le otorgará a Ochoa Reza un poder extraordinario.

Lo interesante será observar si Enrique Ochoa aún y con todas esas facultades podrá reorganizar y conducir, si tendrá el tiempo de aquí a la elección presidencial para reposicionar al partido y hacerlo competitivo.

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