¿Disidencia o renovación?, la coyuntura priista

Conforme se acerca cada vez más la fecha para que el Partido Revolucionario Institucional...

27 de junio, 2017

Conforme se acerca cada vez más la fecha para que el Partido Revolucionario Institucional -es decir el presidente Enrique Peña Nieto-, defina al candidato para sucederlo, entre los grupos de poder del régimen se ha incrementado la natural efervescencia que precede a la nominación.

En contraste de la tradicional disciplina cuasi obediencia partidista, hoy priva en el ambiente una suerte de rebeldía en unos y la exigencia de renovación en otros, pero al final de cuentas el ánimo que impulsa a ambas corrientes es el mismo.

Se trata simple y llanamente de que nadie quiere quedar fuera de la repartición de posiciones, que todos quieren opinar porque eso conlleva influir y aunque la determinación sea unipersonal, la participación implica negociación.

Aunque aparentemente lo que se debate es el formato de selección y las características del perfil más idóneo para ser postulado como abanderado presidencial, la realidad es que las manifestaciones son presiones.

La regla fundamental de la ortodoxia priista es la sumisión al designio del presidente en turno para escoger a su sucesor, como prerrogativa de la investidura, eso lo saben y comprenden todos los que de una forma u otra representan algún tipo de liderazgo.

Sin embargo, esa misma tradición establece que el ungido tiene la libertad y la facultad de escoger a quienes le acompañaran en el gobierno y más aún, las candidaturas a los gobiernos estatales, el Senado y la Cámara de Diputados.

Es por ello que partiendo de la base de que la elección presidencial será muy competida, y aunque el PRI sacó buenas cuentas de los comicios estatales recientes, se entiende que está en desventaja.

Que no hay garantía alguna de que puedan conservar la Presidencia de la República y, por lo mismo, lo urgente es preservar las otras posiciones que no sólo sostendrían al partido hacia el futuro, sino que además son tanto o más atractivas si fueran derrotados.

Desde este enfoque, aquellos que alzan la voz exigiendo esquemas de selección democráticos, en una fuerza política que de origen no lo es, no están orquestando una rebelión contra el presidente.

Lo que sí están planteando es un llamado para ser tomados en cuenta, ser parte de la negociación y sobre todo que eso se cristalice en candidaturas a los gobiernos estatales y las cámaras.

Son los mismos miembros del partido los que entienden que hoy no sólo van a enfrentar a candidatos y coaliciones altamente competitivas, sino también un elevado anti priismo y eso es lo que los induce a tratar de asegurarse algún futuro dentro de los márgenes de lo posible.

De tal forma que hablar de una disidencia que no es más que un modelo encubierto de presión, no sería precisamente exacto, mucho menos cuando quienes la encabezan son elementos que se han ido quedando rezagados por su mal desempeño y fama pública, que representan precisamente todo aquello que hoy critican, como es el caso de los ex gobernadores de Yucatán y Oaxaca, Ivonne Ortega y Ulises Ruiz.

En todo caso si es que se pudiera hablar de diferencia, porque ellos de la misma forma pretenden su propia rebanada del pastel, es que los que están por la renovación y que igualmente saben perfectamente cómo funciona la sucesión, lo que proyectan es una modificación del perfil del candidato a escoger.

Una metamorfosis de estilo para organizar y ofertar la campaña política, no sólo respecto del abanderado, sino de quienes tengan la responsabilidad de coordinar el partido y la campaña.

El PRI es un partido nacional porque aun cuando se dirige desde la capital, la fuerza de su estructura está en los estados, lo que obliga a conformar una red de alianzas internas en las que por consiguiente se tenga que analizar y atender el aspecto regional.

Los que están por la renovación buscan ampliar la base de participación de liderazgos, para garantizar un trabajo operativo eficiente, que limite la simulación y que aperture espacios más allá de la cúpula.

Eso hace evidente el reclamo de separar a Enrique Ochoa de la dirigencia nacional del partido, toda vez que éste nunca entendió este concepto y porque las estructuras estatales jamás se identificaron con él y su equipo.

Finalmente, Ochoa Reza se irá del PRI, no será él quien lo conduzca en la batalla por la presidencia, no tiene el tamaño ni la capacidad para ello, pero eso no exige que haya prisa por removerlo, no hasta que no esté nominado el candidato.

La renuncia de Ochoa en este momento sólo representaría un compás de espera, que incluso sólo duraría unos cuantos meses, bajo la premisa de que el siguiente presidente del partido, al igual que el candidato, tendrá que arribar al puesto con fortaleza y reconocimiento.

Esa decisión, aun y cuando sabemos que tendrá que ocurrir, es secundaria, la que importa es la del candidato.

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