Después de la tormenta no vendrá la calma

El refrán acuñado por la sabiduría popular reza que “después de la tormenta viene la calma”; sin embargo...

14 de junio, 2016

El refrán acuñado por la sabiduría popular reza que “después de la tormenta viene la calma”; sin embargo, el balance de los resultados electorales sugieren todo lo contrario: el previo de un huracán y un terremoto políticos simultáneos.

La nueva conformación del mapa político y del poder nacional infiere una necesaria reestructuración del gobierno federal y las fuerzas políticas de aquí a la sucesión presidencial, todos se juegan su futuro y el margen de error se acotó al máximo, o al mínimo, según se quiera ver.

En lo que resta de su gobierno, Enrique Peña Nieto no sólo tendrá que definir cuál querrá que sea su propio legado histórico como Presidente de la República y cómo podrá alcanzarlo, sino que también tendrá que hacerlo como jefe de su partido.

El asunto es que independientemente de la marcha de su administración, el Presidente no puede desvincular el hecho de que todo lo que hace su gobierno influye poderosamente en el ánimo electoral.

Visto así, la lógica nos remite a que las primeras acciones de corrección tienen que empezar por su propio gobierno, desde las políticas públicas hasta el perfil de quienes las encabezan y ejecutan.

No se trata nada más de perfilar a precandidatos de manera individual gracias al efecto propagandístico, sino más bien de fortalecerlos a través de los resultados institucionales.

Si la elección fue un termómetro para medir el nivel del llamado por el propio mandatario “mal humor social”, la analogía concluye que el enfermo está muy grave, por lo tanto el análisis de las causas más allá de los efectos posteriores obliga a la autocrítica.

El asunto es que para el régimen no eran desconocidas las condiciones que derivaron en esta situación y por ende en el resultado de los comicios, de modo que el círculo rojo presidencial no puede pretextar asumirse sorprendido.

En todo caso, lo que se aduce no es un exceso de confianza, una apuesta por la operación electoral eficientista a través del partido, que además terminó por no resultar, sino que en el epicentro del poder, muy aparte de los errores en cuanto a las postulaciones de candidatos y en el desarrollo del proceso, lo que resalta es que se negaron a aceptar el escenario, ni que decir de sus consecuencias.

Desde esta perspectiva queda claro que la sociedad en lo general está buscando equilibrios para contrarrestar la fuerza de unos sobre otros; es decir, una especie de balanza que ponga a los partidos realmente a competir, ya no sólo en las campañas, sino principalmente en los gobiernos.

Tampoco se puede hacer de lado que aun y cuando el PAN pareciera ser el gran ganador de esta contienda, y del desbordado entusiasmo de su lider nacional Ricardo Anaya que claramente raya en la arrogancia, hay que precisar que de las siete victorias, sólo tres fueron con candidatos de origen y formación panista, en Chihuahua, Tamaulipas y Aguascalientes.

En los otros tres casos, Durango, Quintana Roo y Veracruz, los candidatos provenían de escisiones al interior del PRI y en alianza con el PRD. Sólo en Puebla se puede distinguir un triunfo, con base en un régimen estatal coyunturalmente panista que en su momento también fue producto de un desprendimiento priísta.

Esta situación hace inferir que al menos en esas tres entidades la comunidad local no votó por la plataforma panista, ni por su ideología o preceptos, sino que lo hizo en cada caso de acuerdo con circunstancias locales muy particulares.

En contraparte, el mismo PAN pierde las gubernaturas de Oaxaca y Sinaloa a manos del PRI, por las mismas razones por las cuales ganó en los estados que apuntábamos anteriormente.

Al menos en esos estados, no se puede hablar de una autentica alternancia, más aún si los triunfos se obtienen con las banderas del PAN y el PRD para que al final de cuentas terminen gobernando ex priístas.

De ello se deriva que el mensaje de la sociedad está orientado a señalar y reprobar qué es lo que ya no funciona, no es una tendencia específica en favor de ninguna fuerza política. El fondo es coyuntural y depende más del juicio al gobierno saliente que a la oferta del entrante y no es un debate entre izquierdas, centro o derechas.

Se trata pues, de que en adelante, los errores ahora sí se pagan y que las elecciones de estado, no serán más en lo subsecuente garantía de permanencia o impunidad y eso que todavia restará ver el desempeño de estas nuevas administraciones

En conclusión, el ejercicio democrático del domingo pasado deja como gran enseñanza, que la fuerza de la decisión social ha rebasado por fin el monopolio de los partidos.

Ahora los partidos tendrán el gran reto por delante de entender ese mensaje que de suyo es rotundo y claro, ya sea para aumentar sus expectativas o de lo contrario provocar una mayor desilusión, que por consecuencia será factor de sus derrota o victorias.

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