Cartas a Tora CXXXVII

Querida Tora: La vecindad ha estado bastante tranquila, si no fuera porque la Flor se vino a meter, y causó un problemita (Así, en diminutivo,...

21 de junio, 2019

Querida Tora:

La vecindad ha estado bastante tranquila, si no fuera porque la Flor se vino a meter, y causó un problemita (Así, en diminutivo, porque no corrió sangre, ni mucho menos).

Un día, la Flor decidió que estaba muy pálida; y como no tenía dinero para irse a Cancún, ni a Los Cabos, ni a Huatulco, se le ocurrió tostarse al sol en la azotea de la vecindad (En su edificio de departamentos no podía, porque están a punto de echarla “por comportamiento escandaloso en más de una ocasión”). Le pidió permiso al portero, porque sin su permiso no se mueve una hoja de árbol en la vecindad. El portero le dijo que si, pero que con cuidado lza verdad, no sé a qué se refería con eso; pero la Flor ni se lo tomó en cuenta, porque en cuanto llegó a la azotea se quitó el brassiere y se acostó sobre una toalla playera (Haciéndose ilusiones, supongo).

Enseguida se alborotaron los cuartos que hay en la azotea. La mayoría están habitados por “ninis”, así que casi todos estaban ahí, y enseguida se pusieron todos a espiar la Flor por las rendijas de sus cuartos (Casi todos son de tablas mal ensambladas, y quedan muchas rendijas (Los perdedores fueron los estudiosos y los trabajadores, que estaban en sus actividades. Fíjate qué ironía). Aunque eso de perdedores es un decir, porque la Flor ya está bastante grande y bastante ajetreada, así que lo que más exhibe son pellejos y algunas lonjas. Pero la ilusión obra milagros, y los ninis se pasaron la mañana sin hacer nada (Lo cual no es nuevo), pero imaginando lo que no pueden tener (Porque la Flor no se los va a dar, no por otra cosa).

El asunto se menciónó mucho en la vecindad, y no tardó en llegar a oídos del portero,      quien se enojó mucho; y decidíó subir a la azotea al día siguiente.

Así lo hizo, y se metió en uno de los cuartos, dispuesto a echar a todos los ninis de ahí; que, aquí entre nos, eran muchos, porque habían subido varios de los que viven abajo. Pero en cuanto se acercó a ellos, acertó a ver por una rendija el espectáculo que ofrecía la Flor; y se quedó como hipnotizado, callado, pegado a la rendija, casi sin respirar. Y es que le pareció que era mucho más interesante lo que veía por ahí que contemplar a la Flor en la portería, cuando se pasea desnuda por todas las habitaciones. Esto no se los dijo a los ninis, temerosos de que fueran a espiarla por las ventanas de la portería; pero no los regañó ni los echó a patadas, como era su intención; y se limitó a decirles que no abusaran, que no permitieran que la Flor se enterara de que la estaban espiando. Ellos, encantados, siguieron en sus puestos hasta que la mujer se cubrió y bajó.

Así estuvieron varios días, hasta que la Flor decidió que ya estaba bastante tostada (Más bien negra), y dejó de subir a la azotea. Y aunque los ninis le dijeron que se veía muy bien así, que siguiera tostándose al sol, ella no les hizo caso, porque se barruntó algo. El portero también le insistió que subiera a la azotea, pero ella le contestó que estaba muy lejos, que mejor se iba a asolear en una de las ventanas de la portería que recibía el sol de mediodía. Pero el día siguientes se encontró la ventana tapiada, sin saber cómo ni por qué. Y decidió que era mejor no asolearse tanto, no le fuera a dar cáncer de piel.

Pero las viejas de la vecindad habían  oído a los ninis elogiar el tostado de la Flor, y no se quisieron quedar atrás. Y empezaron todas a subir a la azotea, a encuerarse un rato al sol. Los ninis ya hasta cobraban por ocupar los puestos de observación, según el tamaño de la rendija y lo que se alcanzaba a ver. Pero no les duró mucho el gusto, porque  cuando los viejos se enteraron subieron a madreárselos (Perdón por la palabra, pero fue la verdad) a todos. Y a las viejas también.

Por lo demás, nada ha cambiado, Las cosas marchan como siempre. A ver qué te puedo contar la próxima vez.
 

Te quiere

Cocatú

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