Cartas a Tora CXLVIII

Querida Tora: Hay una muchacha en la vecindad (vive en el 18 con un montón de hermanos y una madre viuda y de mal genio),...

13 de septiembre, 2019

Querida Tora:

         Hay una muchacha en la vecindad (vive en el 18 con un montón de hermanos y una madre viuda y de mal genio), que siempre anda vestida de oscuro, con anteojos y trenzas, que no habla con nadie y a todo el mundo cae mal, al grado que ni la saludan ni la toman cuenta para nada. Pero un día, la muchacha empezó a vestirse diferente, a pintarse un poco la cara y a sonreír de vez en cuando. Todos se quedaron asombrados, y empezaron a murmurar todo lo que se puede murmurar de una mujer (que es mucho). Pero no se dieron cuenta de que había entrado a la Universidad. Luego empezó a llegar tarde, muy tarde. Y cuando la madre le preguntó, dijo que se reunía con amigos a estudiar y a hacer trabajos. Sin embargo, el día siguiente salía muy temprano para ir a clases. Con el tiempo, la gente se acostumbró al cambio, y ya ni siquiera murmuraban.

         Pero la madre no se conformaba, y le pidió a su hijo mayor que la siguiera en las noches, Así lo hizo el muchacho. Y en una ocasión volvió muy agitado, diciendo que la hermana andaba de “teibolera” (una palabra inglesa mezclada con una española, y ambas corrompidas al máximo). La madre por poco se infarta, sobre todo porque no sabía lo que eso significaba. El hijo se lo explicó, y la mujer puso el grito en el cielo (¿cómo puedes poner un grito en el cielo? No me lo imagino. Pero así se dice). Y una noche decidió ir a convencerse por sus propios ojos.

         Con mucho miedo, la madre y el hijo entraron al antro donde estaba la chica. Y allí se estuvieron, hasta que la vieron salir a agarrarse de un tubo y a hacer cosas que a ella se le antojaron indecentes con un pobre y honrado tubo. La madre se indignó tanto que se subió al escenario a cachetear a la hija. Pero el público empezó a aplaudir y a exigirle que bailara con el tubo. Ella les gritó que los tubos son para otras cosas más decentes, y se llevó a la hija a rastras. El encargado del antro quiso impedírselo, pero se llevó un par de bofetadas de antología, y tuvo que dejarlas ir. La chica lloraba y decía que no hacía nada malo, y prometió al encargado que volvería.

         La madre la encerró, pero no podía tenerla así eternamente, y tuvo que permitirle ir a clases, después de que le prometió que no volvería al antro. La chica prometió, pero a los dos días regresó tarde y le entregó una buena cantidad de dinero, que era lo que había ganado en esos días. La madre cambió de actitud, y empezó a acompañarla por las noches. Y cuando una noche vio que a la salida del antro la esperaba un hombre muy bien trajeado, le dio permiso de ir a tomar con él copa (solamente una). Pero la muchacha dijo que al día siguiente tenía clases, y no fue.

         Una noche que llegó saliendo de la escuela, la madre le preguntó por qué no iba a trabajar, y ella contestó que porque tenía un examen muy importante el día siguiente, y le habían dado permiso de faltar. La madre quiso hacerla recapacitar, diciéndole que sus hermanos se estaban poniendo gordos y relucientes y ya tenían dos pantalones cada uno. Pero ella no transigió; y al día siguiente presentó su examen, que la acreditaba para ejercer como ortodoncista. La madre gritó, lloró, le dijo que trabajando de “esa cosa” no les alcanzaría para comer carne ni siquiera una vez a la semana. Pero la chica, firme en sus trece (¿en sus trece qué?).

         La situación se puso tan violenta, que la chica se fue de la casa (escándalo, tragedia  y  amenazas de perdición le lanzó la madre). Empezó a vivir sola (auténticamente sola, no como suelen decir las muchachas que viven), y todas las quincenas le llevaba a la madre una cantidad “para que comieran carne dos o tres veces por semana”.  La madre se calmó un poco, dijo a las vecinas que estaba “haciendo un  internado” en otra ciudad, y acabó por conformarse.

         La muchacha no volvió al antro, y con el tiempo se casó con un compañero de profesión, y entre los dos pusieron un consultorio.

         Te cuento todo ésto porque me pareció una historia tomada de alguna novela del Siglo XIX o de una película de la “Época de Oro”. Algo así como “Flor de Fango”, “Castidad en el Infierno” o “La Mujer que no Quiso Perderse”. ¿A ti qué te parece?

         Cuando regrese, vamos a tener que hablar de muchas cosas. Ya verás.

Te quiere

Cocatú

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