Cartas a Tora CXLIX

Hubo un incidente en la vecindad y, la verdad, no sé si reír o llorar. Puede que esto te parezca extraño, pero a lo mejor...

20 de septiembre, 2019

Hubo un incidente en la vecindad y, la verdad, no sé si reír o llorar. Puede que esto te parezca extraño, pero a lo mejor cambias de opinión cuando te lo explique.

         Fue con los señores del 21, un matrimonio serio, agradable, tranquilo; tienen dos hijos, igual que los papás. Pues un  día vino de visita la madre de la señora, y se quedó unas semanas (¿cuántas?, no sé; pero no importa para lo que pasó). Simpatizó con las vecinas, y todos los días salía al patio a platicar con ellas.

         Pero un día no salió. Las vecinas fueron a preguntar por ella, y la señora les dijo que se había tenido que regresar a su pueblo, y que no tuvo tiempo para despedirse de nadie, pero que les había dejado muchos saludos. Las vecinas no se conformaron con esa explicación, y andaban todo el día parando oreja para averiguar algo. La del 37, que es tremenda, aprovechando un descuido de la señora, se metió a la vivienda y se encerró en un armario, dispuesta a averiguar la verdad. La sacaron el día siguiente, medio asfixiada y muerta de hambre; y todo lo que consiguió escuchar fue “Era muy arriesgado. No podía ser”.

         Total, no consiguieron averiguar nada. Pero yo sí. Porque yo lo vi todo.

         Resulta que la señora se murió de repente. Infarto masivo y fulminante, de modo que ni pío dijo. Entonces, los señores quisieron llevarla a su pueblo, para que la enterraran en la cripta familiar. Pero el problema era dar parte, embalsamarla, pagar lo que no tenían, y esperar días y días a que les dieran el permiso para trasladarla. Y para evitarse todos esos engorros, decidieron llevarla de contrabando.

         La metieron en la cajuela del coche, le pusiera un ramito de flores en las manos y la cubrieron con una manta; subieron a los niños (porque ni modo de dejarlos solos), y emprendieron en viaje.

         Era muy temprano, y decidieron desayunar, para no tener que detenerse en la carretera. Y fueron al King´s por unos tamales y atole. Comieron a toda velocidad, y cuando fueron por el coche… ¡el coche no estaba! ¿Te imaginas la impresión? Lo buscaron por todos lados; o, por lo menos, a la abuelita. Nada, Ni señas. Entonces, la señora propuso ir a dar parte a la Delegación (ahora se llama Alcaldía, pero ni quien se acuerde). Pero el señor, prudentemente, dijo que si lo hacían los iban a detener por trasladar un muerto sin permiso, y que eso tendría consecuencias funestas para los niños (imagínate, detenidos a los 8 y 9 años por una cosa tan fea). ¿Qué hacer? “Nada”, dijo el marido, “Dejar las cosas como están”. La señora no se conformaba: ¿Qué iba a ser de su mamacita? “La tumba se quedaba vacía, y eso era un desperdicio”, “¿Qué va a decir la gente? En el pueblo son muy mal pensados, y van a traer en jaque la honra de toda la familia”. Pero el señor no se dejó convencer (y yo creo que tenía razón). Así que tomaron a los niños, que ya estaban acurrucados en un rincón, llorando, les dijeron que su abuelita estaba bien, y se los llevaron a la casa, prometiéndoles que ese día no irían a la escuela.

         La verdad, la situación era para soltar el llanto. Yo ni siquiera me acabé las sobras de tamales que dejaron (el atole no me gusta mucho), y los acompañé para ver que llegaran bien a la casa. Pero luego empecé a pensar en lo que harían los ladrones cuando descubrieran el cadáver. ¿Te imaginas el susto? Ni siquiera el ramito de flores se los iba a quitar. ¿Se les ocurriría enterrarlo? ¿O lo tirarían en algún barranco? ¿O lo descuartizarían para venderlo en tamales? ¿O sería menos peligroso en tacos? La cuestión era bastante peliaguda, y me dieron ganas de reírme.

         Pero los gatos no podemos ni llorar ni reírnos. Así que mejor me dediqué a observar lo que hacían los del 21 para pasar el trago amargo.

         La señora lloró mucho, pero eso se explica. El señor tuvo que irse a trabajar como si no hubiera pasado nada, y creo que eso le ayudó. Los niños estuvieron de morros unos días; pero volvieron a salir al patio a jugar, y luego empezaron a reírse. La vida siguió su curso, como debe de ser.

         Tengo ganas de platicar contigo, porque te cuento todo lo que pasa, pero no tengo respuesta. Cuando regrese, tendremos que estar muchas horas hablando. Sobre todo, de “El Caso de la Abuelita Desaparecida”, como lo bauticé. Se oye bien, ¿verdad?

Te quiere

Cocatú

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