CARTAS A TORA CLXXXV

Querida Tora: Llegó una familia nueva a la vecindad: el señor, la señora, hijo e hija. Llegaron a mediodía y, además de sus muebles, trajeron...

3 de julio, 2020

Querida Tora:

Llegó una familia nueva a la vecindad: el señor, la señora, hijo e hija. Llegaron  a mediodía y, además de sus muebles, trajeron dos cajas grandes, de madera, que intrigaron a los vecinos. Y todos corrían a darles la bienvenida, a preguntarles si estaban bien, si no se les ofrecía algo; pero lo que en realidad querían saber era saber qué tenían aquellas cajas. Hay por aquí un dicho que dice (yo creo que esto es pleonasmo, pero no sé de qué otra forma decirlo [otra vez el mismo verbo]): “La curiosidad mató al gato”. Yo por eso no me acerqué, hasta que el misterio se reveló solito: traían un arpa y un contrabajo (un violín grandote que se carga con trabajo). También  tenían una guitarra y un violín. Es que son  músicos, y han formado un cuarteto de cuerdas.

A los vecinos les hizo mucha ilusión tener unos músicos por compañeros, y se alegraron mucho el día que supieron que iban a ensayar en la vecindad. Pero resultó que al ver la vivienda no la midieron, y en ninguna habitación cabían los cuatro con sus instrumentos. Entonces se salieron  al pasillo a ensayar. Los vecinos los rodearon y les aplaudieron, entusiasmados. Pero apareció el portero, y les dijo que no podían  obstruir los pasillos. Entonces los músicos se subieron a la azotea. El portero subió tras ellos y les dijo que la azotea era un área común y que si la querían emplear con  algún  fin particular, tenían que pagar por el tiempo que la ocuparan. Los señores protestaron (sobre todo la hija, que tiene una voz muy estridente); y entonces el portero le puso multa por “alterar la paz pública” y no dejar dormir a los ninis que allí viven. En vista de esos inconvenientes, y de lo difícil que resulta subir y bajar los instrumentos, los señores pidieron un cuarto en la azotea para ensayar, Se los alquilaron, pero a los dos días les dijeron que lo tenían que compartir con tres madres solteras que no podían pagar otra cosa; pero que ellas y sus hijos se iban a estar calladitos mientras ensayaban.

Por el contrario, durante los ensayos era cuando los niños más lloraban. Pero no por la música, sino porque las madres los pellizcaban, obedeciendo órdenes del portero. Y cuando el señor (y la niña de la voz chillona) fueron a exigir que se los llevaran, el portero les dijo que debía darles vergüenza discriminar a esas pobres mujeres nada más por haber abierto las piernas en un mal momento (así, con  esas horribles palabras se los dijo). La niña, que no entendió lo de las piernas, le pidió explicaciones al padre; y éste sudó la gota gorda (y la flaca también) para explicarle lo que no tenía mayor explicación. Total, que la niña fue a pedir al hermano que le abriera las piernas, a ver qué era eso. ¡No sabes el escándalo que se armó! Y la madre, que tiene una voz todavía más estridente, insultó al portero, a su madre y a toda su parentela;  y luego se pusieron los cuatro a tocar enfrente de la portería, para molestarlo todavía más.

El portero se puso unos tapones en los oídos y se quedó como si nada. Pero luego llegó la Flor, y ella sí protestó y le exigió una solución al problema de “los escandalosos esos”. Los vecinos dijeron  que no era justo que le hiciera caso a esa mujerzuela (en palabras de las señoras, porque los señores emplearon otras más fuertes), y estuvo a punto de armarse una zacapela (diccionario, por favor).

Los más sensatos fueron los músicos, que optaron por irse a ensayar al parque cercano. Y allí, la gente hasta les daba dinero cuando terminaban una pieza. Allí estuvieron unos días, pero luego buscaron otra vecindad donde pusieran ensayar sin problemas, y allá se fueron. Dieron un concierto de despedida a los vecinos (desde la calle, por supuesto), y se fueron en medio de bendiciones y buenos deseos por su éxito. Así, la vecindad se quedó sin unos inquilinos que podían alegrar la vida de sus habitantes. Y todo por unos pesos que quería embolsarse el portero para cumplir los caprichos de la Flor. Esto lo sé yo, que en cuanto puedo me meto a la portería a oír lo que hablan, pero no se lo puedo decir a nadie.

¿Quién crees que haya perdido más?

Te quiere,

Cocatú

 

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