CARTAS A TORA CLXXXII

Querida Tora: Fíjate que la abuelita que vive en el 42 casi se cae al agujero del patio. Eso hizo que los vecinos se acordaran...

12 de junio, 2020

Querida Tora:

    Fíjate que la abuelita que vive en el 42 casi se cae al agujero del patio. Eso hizo que los vecinos se acordaran de que seguían con  ese problema, y fueron a pedirle (a exigirle) al portero que lo resolviera. Y no se conformaron  con los pretextos que les dio de falta de dinero, y cada día se ponían más pesados. Por fin, el portero tuvo una idea.

    Mandó a uno de sus guaruras a Teotihuacan, y le dijo que comprara algún idolito que estuviera muy presentable (no en el museo, porque allí son más caros, sino con los que andan entre las piedras vendiendo “piezas auténticas”). Y le dio dinero para que pudiera comer en alguna fondita, por si se le hacía tarde. El muchacho se fue en camión de segunda y solo se echó una garnacha y un refresco, con lo que le alcanzó para comprar una reproducción “auténtica del dios Tláloc en actitud enfurecida”, según le dijo el vendedor. El resto se lo guardó para irse de parranda a la primera oportunidad que se le presentara (no se le presentó nunca, porque el portero se dio cuenta de todo, y se lo quitó, además de castigarlo tres días por “intento de corrupción”).

    Esa misma noche, el portero ordenó que colocaran la figurita en el agujero, medio escondida entre la tierra. Y al día siguiente, un guarura bajó al fondo y empezó a gritar que había encontrado un valioso tesoro arqueológico. Los vecinos acudieron en masa (diferente a la masa para tortillas, no te vayas a confundir) y se quedaron con la boca abierta (y llena de saliva, que fue lo peor) al ver aquel rastro de su pasado en su propio patio. El portero acudió también, y dijo que había que avisar al Instituto de Antropología. Así lo hizo (según dijo, porque nadie presenció el solemne acto), y  anunció a los vecinos que le habían dado orden de no tocar nada en el agujero, porque “podría esconder otros tesoros iguales, o más valiosos, que aquel”.

    Inmediatamente mandó a rodear el agujero con unas cintas para que nadie pudiera bajar al fondo y que no les permitían ni siquiera asomarse, “no fueran a estropear lo que allí había”. Pero el señor del 13 sacó unos prismáticos, y se pasaba las horas escudriñando el fondo en busca de otros vestigios arqueológicos. Y si algún vecino quería ver también, se los alquilaba para que los usara cinco minutos; y si descubría algo, tendría que compartir con él “la gloria del descubrimiento”. La novedad duró apenas una semana, pero las cintas quedaron aislando el agujero “para toda la eternidad, si es necesario”, declaró el portero en la junta del domingo, “pues es más importante conservar los restos del pasado que la comodidad del presente”. El del 37, que es tan bronco, lo quiso abuchear; pero los demás lo callaron y le dieron un “estate quieto” que le dolió bastante (no físicamente, porque la encargada de dárselo fue la del 18, que tiene sus haberes con él), y se fue a encerrar a su vivienda, ofendido y humillado.

    Según dijo el portero días después, la vecindad ya había sido incluida en los sitios de interés de la ciudad, lo que más temprano que tarde la convertiría en un sitio turístico de importancia, por lo que harían bien en ponerse a fabricar idolitos de barro, a hacer tejidos folklóricos y a preparar antojitos para las hordas de extranjeros que vendrían a conocer la vecindad. Todos se retiraron entusiasmados ante el brillante futuro que la suerte les deparaba; pero les dio flojera dedicarse a todas esas actividades, y no hicieron nada. Afortunadamente, porque jamás ha aparecido un  solo turista por acá, y no se desgastaron en vano. Pero con  las cuotas de mantenimiento del siguiente mes, el portero pudo comprarse una nueva pantalla de televisión que hizo que la Flor (Y su prima) reanudaran las visitas a la vecindad.

    Y te dejo, para que medites cómo la gente se deja engañar por los que detentan el poder (sobre todo, porque no es la primera vez).

Te quiere,

Cocatú.

 

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