CARTAS A TORA CLXXXI

Querida Tora: El domingo pasado, el portero nos sorprendió a todos. Citó a una junta “Urgente” a mediodía; y al llegar, los guaruras dieron flores...

5 de junio, 2020

Querida Tora:

    El domingo pasado, el portero nos sorprendió a todos. Citó a una junta “Urgente” a mediodía; y al llegar, los guaruras dieron flores a las señoras. Una a cada una, no vayas a creer que un ramo; y las habían cortado en un terreno baldío cercano, yo los vi. Pero ellas quedaron muy contentas; con  excepción de la del 56, que le tocó un cempasúchil, y como esa es la flor de los muertos pensó que era una indirecta y se echó a llorar; pero enseguida le trajeron una ortiga y se quedó muy complacida.

    El portero se subió a un cajón (es más bien chaparrito), y dijo que la junta era para felicitar a los vecinos por su buen comportamiento, por la solidaridad que demostraban y por esas ganas inmensas de vivir que tenían. No sabes cómo lo aplaudieron. Y más cuando les ofreció un coctelito “que la Flor había preparado con sus lindas manos”. Y allá viene la Flor con sus cucuruchos de papel llenos de un líquido de color indescifrable que sabía a demonios, pero que a todos les encantó. Toda esa tarde la pasaron los vecinos hablando de lo atento que era el portero, de su don de gentes y de los “delicados detalles” que tenía con ellos.

    A mí, la verdad, todo aquello me pareció muy sospechoso. Sobre todo,  porque el del 39 estuvo todo el tiempo a su lado, alcanzándole los cucuruchos y limpiándole la chamarra cada vez que le escurrían unas gotas. La verdad la supe unos días después.

    ¿Y sabes por qué? Pues porque en el 39 hubo otra fiesta, igual de escandalosa que la anterior, y que acabo también  tardísimo. Los vecinos empezaron a quejarse, pero los guaruras aparecieron el día siguiente repartiendo florecitas a las señoras (esta vez no hubo cempasúchil), y con eso se calmaron.

    Las fiestas se repitieron todas las semanas, y cada vez era peor. Al grado que en los pasillos amanecían varios borrachos, dormidos o inconscientes, llenos de suciedad y de moscas. Y los vecinos tenían que limpiar el pedazo de pasillo que le toca a cada vivienda y, además, soportar los insultos de los borrachos. Muy pronto la situación se hizo insostenible, y fueron a protestar con el portero. Este les repitió lo del reglamento y el arco de triunfo (que nadie sabía lo que es un arco de triunfo, pero se lo imaginaron muy bien). Y las fiestas siguieron.

    Los vecinos se reunieron varias veces para encontrar una solución al problema, y el portero empezó a decir que estaban organizando un complot en su contra; y los amenazaba y los insultaba cada vez que podía (y podía mucho). Los inquilinos llegaron al grado de empezar a juntar palos de escoba para ir a la portería a exigir sus derechos, y el portero dio a sus guaruras unas cachiporras (de juguete, pero que se veían muy feas) para defenderse. En cualquier momento hubiera saltado una chispa que incendiaría la vecindad.

    Entonces, decidí intervenir y me alié con la Mocha. Entiende: no lo hice de manera abierta; pero esperé a que se durmiera y le dije al oído que había que llamar a la policía antes de que hubiera derramamiento de sangre, Y como la Mocha es bastante brava, en cuanto hubo una fiesta más en el 39 corrió a buscar una patrulla y la llevó a poner el orden. 

Se armó un mitote (Ya sabes lo que eso significa, ¿no?) tremendo, pero se llevaron a los invitados  ¿Y qué crees? No eran invitados. Para asistir a la fiesta había que pagar una cuota; y allí les vendían el licor y unos charritos para asentar un poco el estómago; y si la fiesta se prolongaba más de las doce de la noche, había una cuota extra; y cada hora, otra cuota. El del 39 lo negó todo, pero los asistentes lo incriminaron diciendo, además, que en ningún lado les cobraban tanto como allí por una “miserable” fiesta.

    La policía quiso interrogar al portero; pero éste se excusó diciendo que tenía “un infartito al miocardio”, y que no podía comparecer. Y como el del 39 repartió todo lo que había recaudado en la fiesta entre la policía, ya se olvidaron  del caso. Lo cierto es que el portero recibía un abultado porcentaje de la cuota por cada fiesta y por cada botella que allí se vendía, pero amenazó al del 39 con acusarlo de “lenocinio en grado 8” (lo que sea que eso signifique) si lo delataba (todo esto lo supe porque los oí discutir en la portería cuando el del 39 regresó a la vecindad).

    Total,  que el del 39 se fue de la vecindad. Y para celebrarlo, el portero convocó a los vecinos a una reunión con flores (de un baldío más lejano, para que fueran diferentes) y les obsequió unas “cubitas”, que es lo que más les gusta. Con  eso, la armonía volvió a  la vecindad y todos pudieron  dormir mejor.

    Bueno, mi amor, te dejo porque la gatita rubia me está llamando. No te esponjes. Se perdió uno de sus gatitos, y le voy a ayudar a buscarlo.

Te quiere,

Cocatú

 

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