CARTAS A TORA CLXXVIII

Querida Tora: Fíjate que en la vecindad empezó a haber una serie de robos hormiga (no robos de hormiga, lee bien), que nos inquietó a...

15 de mayo, 2020

Querida Tora:

    Fíjate que en la vecindad empezó a haber una serie de robos hormiga (no robos de hormiga, lee bien), que nos inquietó a todos. Y me incluyo, porque a mí a veces me echaban unos pellejos la señora del 14 o la del 34, que son buenas personas; pero si no me los comía enseguida, desaparecían. Y era muy molesto ir a pedir más, que a veces ya no tenían o me los daban de mala gana, diciendo que soy un tragón sin remedio.

    El caso es que los vecinos empezaron a decir que había que poner un “hasta aquí” al problema, y casi todas las noches se juntaban para hablar del asunto. Y al cabo de dos semanas, habían elaborado una lista de acciones a tomar; pero, naturalmente, fue una comisión a informar al portero todo lo que habían ideado.

    Al principio, el portero los mandó con viento fresco (eso quiere decir que no les hizo caso, aunque no sé qué tiene que ver el carácter del viento en esto). Pero como a la tercera vez se hartó y les dijo que desembucharan (como si fueran chorizos (a mí me pareció una majadería). Habló la señora del 7, que es muy correcta, muy mesurada, y le expuso la lista de acciones que consideraban había que poner en práctica para el bien de todos en la vecindad. Había cosas como esculcar a los visitantes a la llegada y a la salida, para asegurarse de que no se llevaran nada, o hacerles jurar por su mamacita santa que no eran ladrones, que estaban un poco fuera de razón; pero, en general, eran acciones sensatas y eficaces. Pero el portero se les quedó mirando y les dijo “¿Qué creen?  ¿Que yo estoy aquí de florero?”, y les dio la espalda. Todos empezaron  a protestar por el poco caso que les hacía, y entonces el portero se volvió y dijo “Aquí solo mis chicharrones truenan”, y se metió en la portería. Los vecinos se molestaron más todavía, y ya empezaban a golpear la puerta de la portería, cuando se oyó un  silbidito especial, y al punto los rodearon los guaruras y los encañonaron con sus pistolas. Todos sabemos que las pistolas son de juguete; pero siempre impresiona ver a unos muchachos altotes y fuertotes mirándote con ojos de “No te muevas porque te “quebró” detrás del cañón de un arma.

    De todas formas, los vecinos siguieron protestando, y quién sabe cómo les hubiera ido a los guaruras si no es porque sale el portero y dice (pero con  un modito muy feo): “Yo voy a imponer las medidas necesarias para salir del problema, y ustedes se me callan”. Se oyó muy feo pero, al fin y al cabo, era una promesa de hacer algo, y los vecinos obedecieron sin chistar.

    Unos días después el portero convocó a junta, y les leyó las medidas que se iban a tomar. Todas, salvo una, eran las que los vecinos habían propuesto. La que no habían sugerido era la prohibición de andar en los pasillos y en el patio después de las 10 de la noche, a menos que contaran con un permiso firmado y sellado por la “autoridá” (la “autoridá” es él, naturalmente). Los vecinos empezaron a decir que todo eso lo habían sugerido ellos, pero el portero volvió a silbar como el otro día, y todos los guaruras dispararon  al aire, con lo que se hizo el silencio. (Las pistolas tenían chinampinas; pero eso no lo sabían los vecinos, y les hizo un efecto terrible).

    No tuvieron más remedio que obedecer. Los robos cesaron; pero no por la eficacia de las medidas, sino porque el portero ordenó a sus guaruras que dejaran a los vecinos en paz durante un rato, no fueran as matar a la gallina de los huevos de oro, y que se fueran a hormiguear (así dijo, te lo juro) a otra vecindad. Y entonces me enteré de que los pellejos que me robaban se los daban a la Flor, para su gato, y no sabes el coraje que me dio, porque ese gato es un flojonazo que no se levanta de su cesto ni para ir al baño; solo se mueve para hacerle más gatitos a la gatita rubia (me dan ganas de ponerle veneno en los pellejos diarios, a ver si explota de una vez. No se lo vayas a decir a nadie, te lo ruego).

    Y me voy, porque ya salió la del 34 con mi comida; y ya no me los echa nada más, sino que me los da con sus propias manos, para que no me los roben (Nunca están de más las precauciones).

    Bueno, mi vida, me despido por unos días. Cuídate.

Te quiere,

Cocatú

 

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