CARTAS A TORA CLXXIII

Querida Tora: Pasó algo muy triste en la vecindad. La señora del 57 se murió, dejando un muchacho de 15 y una muchachita de 11...

3 de abril, 2020

Querida Tora:

    Pasó algo muy triste en la vecindad. La señora del 57 se murió, dejando un muchacho de 15 y una muchachita de 11. Más triste todavía fue que el chavo, el domingo a mediodía (la señora murió ese día en la madrugada) se presentó en el patio, cuando hay muchos vecinos reunidos; y subiéndose en un cajón  (Es chaparrito) lo anunció a toda la vecindad. Hubo “ayes”, lamentos, pésames… Pero eso no fue todo. El muchacho prosiguió, diciendo que no tenía dinero para el entierro, y que les pedía una cooperación para enterrar a su mamacita humildemente, “pues más no se puede”.

    Todos se conmovieron  y empezaron a darle los 10, los 20, los 50 pesos. Y en eso se apareció el portero (me extrañó, pero vas a ver lo que pasó) y, muy sonriente, pidió a uno de sus guaruras que lo acompañara para tocar a las puertas de todas las viviendas para pedir ayuda. (Pero él no dio nada).

    Así se hizo, y en la noche ya habían reunido suficiente para el entierro. Los muchachos lloraban de agradecimiento e invitaron a todos al entierro el día siguiente. Que fue bastante humilde, pero cumplió con todos los requisitos.

    Terminada la ceremonia, en su vivienda, el muchacho le dijo a la hermana que les había sobrado algo, y se preguntaba si debía devolverlo a los vecinos o emplearlo en procurarse algo de comer, pues estaban con  los estómagos vacíos desde la muerte de la madre. ¿Y qué crees? Que entra el portero, que había estado oyendo la conversación por la ventana abierta; y les dice que ese dinero le pertenecía a la vecindad, porque la vecindad se los había dado, y que debían entregárselo a él para emplearlo en las obras que tanto necesitaban. Aquí entre nos, eso era mentira: lo quería para llevar a la Flor a cenar, ¿tú crees? El muchacho dudó, pero la hermana le dijo que no; que ese dinero les pertenecía, y que era justo que los ayudara a resolver una situación tan apremiante como la que tenían. El portero se enojó; les echó en cara su ayuda, la disposición con  la que el guarura los acompañó toda la tarde para conseguir el dinero; y dijo que si la vecindad se los había dado, a ella pertenecía. La hermana siguió negándose y entonces el portero la cogió de las trenzas y trató de quitárselo. Ella gritó, el chavo entró al rescate, y quién sabe qué hubiera pasado si no es que los vecinos acuden y sujetan al portero. Y enterados del problema, todos dijeron que el dinero era de los muchachos.

    El portero se fue con la cola entre las piernas (es una figura literaria, como ya te habrás dado cuenta). Y el muchacho volvió a su rutina de trabajar en la mañana y estudiar en las tardes. Para eso, tenía que correr mucho para llevar a la hermana a la escuela, y recogerla, y llevarla al mercado y todas esas cosas. El pobre andaba todo el día corriendo, pero contento de poder hacerlo. En alguna ocasión le encargaba a una de las vecinas que le echara un ojito a su hermana (en sentido figurado también, no vayas a pensar que esta gente se quita y se pone los ojos a voluntad). Y en una ocasión en que salía con su  hermana, oyó que el portero decía “No te apures. Yo te la cuido”. No le gustó la forma en que lo dijo, pero se tuvo que aguantar.

    Al día siguiente, lo mismo. Y al otro, también. Los muchachos estaban molestos, inquietos y atemorizados. Hasta que un día el chavo del siete (ese que es abogado y una vez intentó derrocar al portero) le dijo que no se dejara, que pusiera una demanda por acoso, que le darían su merecido al portero; y que él le ayudaría.

    Y allá va el muchacho a la Delegación. Pero no encontró a nadie que quisiera levantar la demanda, porque “no tenía más pruebas que su palabra” (el chavo del siete estaba encerrado con su secretaría y no pudo salir a ayudarlo). Así que al día siguiente fue el muchacho a darle gracias al del siete, y a decirle que se iban de la vecindad; que tenían unos parientes en una colonia alejada, y que allí estarían más tranquilos.

    Y así lo hizo. Claro que están ahora más tranquilos, pero a mí me dio mucho coraje que tuvieran que irse nada más porque el portero es un desgraciado. Pero nadie pudo hacer nada. Así pasa también en la  azotea cuando llega un gatote pardo, que les quita las hembras a todos, los rasguña y los muerde. Pero ellos son animales, y no tienen más que dientes y uñas para defenderse. En cambio, los humanos…

    Ahí lo dejamos, mi amor. Espero tener algo más alegre que contarte en la próxima.

Te quiere

Cocatú.

 

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