Cartas a Tora CLXI

Querida Tora: Hace poco, llegaron unos vecinos nuevos, y se alojaron en el 58. Era un señor como de 50 años, algo serio y formal...

3 de enero, 2020

Querida Tora:

Hace poco, llegaron unos vecinos nuevos, y se alojaron en el 58. Era un señor como de 50 años, algo serio y formal pero, en el fondo simpático; y ella no llegaba a los 30 y estaba, como dijeron todos en  cuanto la vieron, muy “buenota”. Se llevaban muy bien con todos, y ella compartía los pocos lavaderos que aún funcionan con las demás, tendían  la ropa juntas y platicaba con todas.

A mí me echaban algunos pellejos, y por eso pude oír que un día el señor le pedía a ella que le diera un  hijo. Ella no parecía muy dispuesta, pero al fin dijo que sí, que había que intentarlo. Y no sé cómo fue, pero al mes siguiente anunció la mujer que estaba embarazada. Todas las vecinas se emocionaron, y la atendían como no te imaginas. El señor llegaba muy ufano, y convidaba a los demás una copa (pero solo una) todos los viernes, y se hizo muy cuate de ellos (aunque nunca participó en sus escándalos).

Un  día bajaba la señora de la azotea con algunas vecinas. Ya se le notaba algo el embarazo. Abajo estaban algunos viejos con sus celulares, a ver si podían tomarle fotos “un poco más arriba de las rodillas”, riéndose y cuchicheando como niños de secundaria. Y cuando ellas iban en lo más sabroso del chisme, la señora tropieza y se rueda las escaleras. Gran escándalo. No te imaginas el griterío y el corredero de gentes. Aquí entre nos, el desgraciado del 37 aprovechó para subirle la falda a la señora y tomarle fotos de las piernas descubiertas hasta arriba y mostrando un pedazo de la pantaleta, que no sabes cómo presumió luego. Pero con sus prisas, no se enteró de lo que había sucedido hasta el día siguiente.

La señora del 12, que fue la primera en acudir al lado de ella, se dio cuenta de que la mujer llevaba un  cojín en el vientre, y que el embarazo era fingido, pero no dijo nada. Y como la mujer tenía una pierna rota, se la llevaron al hospital. Allí, la mujer confesó que no podía tener hijos,  pero que había querido complacer a su marido, porque era muy bueno; que pensaba fingir los nueve meses y comprar (así lo dijo, comprar) un bebé recién nacido y hacerlo pasar por hijo suyo; pero, convencida de lo difícil que iba a ser eso (no sé si lo dijo por lo de comprar el bebé o por qué otra cosa), había preferido fingir que lo perdía. Pero no calculó las consecuencias de una caída por las escaleras. Y le pidió que no dijera nada. La del 12 prometió ayudarla en todo lo que pudiera.

Llegó el marido, afligidísimo, y corrió al lado de su mujer, a la que colmó de caricias y le dijo que no se apurara, que aunque no pudiera tener un  hijo él la querría siempre, y todo lo que ya te imaginas. Las vecinas lloraron como no sabes; los compadecieron y los alentaron a seguir adelante. Pero lo que no imaginaron (ni tu tampoco, te lo puedo apostar) es que el señor encontró al lado de la cama de su esposa un expediente médico; y sin querer vió que era de un tal Roberto no sé qué. Se quedó helado; pensó (O quiso pensar) que era una equivocación, pero cuando vió la mirada que ella le dirigió comprendió que no se había equivocado. Su esposa era un hombre operado para convertirse en mujer.

Se fue sin decir nada, y se pasó la noche en una cantina bebiendo hasta caer al suelo; y cuando se levantó volvió a beber hasta quedar inconsciente. Volvió a la vecindad dos días después. La esposa (la seguiré llamando así, a falta de mejor palabra) ya estaba de vuelta, con  la pierna enyesada, y atendida por las vecinas, que decían  que el marido se había comportado como lo que era, marido. Y sin decir nada tampoco, le dio una paliza espantosa, le rompió la otra pierna y un  brazo, la mandíbula y todos los dedos de la mano derecha. Las vecinas entraron al quite, pero a ellas les tocó también, sin  deberla ni temerla. Y se fue, sin  llevarse ni su ropa.

La esposa sobrevivió gracias a la ayuda de los vecinos, y se fue en cuanto pudo caminar. ¿A dónde? No lo sé, pero es de suponer que algún pariente tendría (espero que no haya querido engañar a otro hombre). Del marido tampoco se supo nada; y como los vecinos no supieron la verdad, quedó con la fama de ser un macho golpeador insensible, además de hipócrita. ¿Qué te parece?

Espero en la próxima poder contarte algo más alegre.

Te quiere

Cocatú

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