Dime ¿cuántos años tienes tú? Así sonaba una rima infantil que se cantaba en una especie de juego de sorteo infantil y que básicamente consistía en que un grupo de niños (y niñas) formaban un círculo, ponían al centro uno de sus pies de tal forma que sus zapatos quedaran pegados unos con otros y el que era señalado al final quedaba descartado hasta quedar un ganador para múltiples objetivos lúdicos y sí, también era una forma de discriminación al igual que cuando los mayores designaban a los menores “de chocolate”; es decir, que su participación no les daba un carácter oficial dentro de los juegos por su edad.
La palabra discriminación viene a cuento porque es el tema latente en medios, literatura, cine y debates entre otros ámbitos y porque en pleno siglo XXI es un tema preocupante que impera en las sociedades de distintas naciones por múltiples factores. El Diccionario de la Real Academia Española indica que el acto de discriminar significa seleccionar excluyendo y/o dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos o de sexo, entre otros.
Como siempre aclaro, este no es un tratado académico respecto del tema sino un punto de vista en función de lo que se vive a diario en las diferentes esferas en las que transcurre nuestro día a día. Decía, que la discriminación era parte de muchos de los juegos infantiles pero entonces nadie se inconformaba ni se manifestaba, simplemente no pasaba nada. Actualmente es muy fácil caer en situaciones discriminatorias con o sin intención y les relato el siguiente suceso:
Hace algunas semanas invité a mi madre y hermano a desayunar, decidimos visitar el Centro Histórico un miércoles por la mañana para realizar algunas compras y aprovechar la poca afluencia a primera hora, además de disfrutar de un rico desayuno con una linda vista a la explanada del Zócalo libre de todo. No es la primera vez que visito dicho lugar porque es uno de mis favoritos; sin embargo, mi sorpresa fue encontrarme con un rudo (descortés) personal de seguridad que antes se distinguía por su amabilidad y con decepción noté que su actitud era diferente si se trataba de extranjeros o de huéspedes con un estatus evidentemente por encima de tres humildes visitantes sencillamente vestidos (mi familia y yo) y entonces comenté: “la discriminación la hacemos entre nosotros y nos quejamos cuando los extranjeros (algunos) llegan a México con actitud soberbia y prepotente a tratarnos como seres inferiores a ellos.” La situación la comenté con el Gerente del restaurante quien gentilmente me explicó que las reglas de seguridad habían cambiado un poco y sólo le pedí que cuidaran las formas porque la actitud de servicio que los ha distinguido se estaba mermando aunque también entendí que debido a las recientes manifestaciones y actos de violencia era natural el refuerzo de la seguridad en un lugar de tal categoría.
Es increíble que el color de piel siga determinando la pertenencia o el rechazo a una agrupación del tipo que se trate o que sea motivo de persecución; sin embargo, sucede pero ¿cómo evitar la discriminación cuando estamos saturados de publicidad engañosa sobre cuerpos perfectos, belleza inmaculada, juventud a prueba de todo, cabello teñido, estatus por el auto que conducimos o la marca de ropa que vestimos? Todo lo anterior sin incluir las preferencias sexuales y las etiquetas de raro, amanerado, marimacho, etc.
Somos una sociedad altamente discriminatoria incluso entre mexicanos porque tratamos con reserva a los que vienen de otros estados y a su vez, ellos nos tratan diferente porque llegamos de la Ciudad (perdón, Megalópolis) y no aceptamos lo diferente porque no cumple con los cánones que la sociedad nos ha marcado como lo mejor o exclusivo.
Se dice que los niños son crueles porque dicen lo que piensan sin filtro de ningún tipo pero en realidad, ellos repiten lo que ven y escuchan en casa con su familia y es así que empiezan a volverse intolerantes con el gordito o el que usa lentes o el que tiene alguna capacidad diferente o el que es más moreno. Una de mis sobrinas decía a sus cuatro años que ella y su mamá eran blancas pero que su hermana y su papá eran cafecitos por ser morenos y causaba gracia y risa entre todos, el problema es cuando de la gracia se pasa a la discriminación y de ahí a la intolerancia.
La discriminación es uno de los muchos temas pendientes en las agendas de los gobernantes y también es un asunto del que todos, usted y yo somos responsables y es desde ahí que debe sembrarse el cambio de ideología si tan sólo consideramos que la diversidad es parte de la vida y el respeto es la base de la armonía y la convivencia en paz a pesar de intereses políticos, religiosos o económicos y aunque “hasta la basura se separe” como algunos dicen.
¡Se los dejo de tarea!
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