¿Y dónde están los universitarios?

Corría el año de 1999 y un nuevo semestre en la universidad daba inicio...

10 de julio, 2018

Corría el año de 1999 y un nuevo semestre en la universidad daba inicio, recuerdo con perfección el viaje que hicimos como grupo escolar a Valle de Bravo, el profesor de la materia de Metodología de la Sociología II se las arregló para organizar un viaje de práctica en el que aprenderíamos el proceso para ser observadores electorales, impartido por el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM por sus siglas). El viaje no fue distinto a como son todos en época universitaria: sin reglas, con mucho alcohol y con poco a nada de teoría; hoy, me queda claro que se utilizaron recursos públicos porque el maestro no escatimó en comidas y bebidas para todos. Unos días después, la huelga de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) estalló y con ella, diez largos meses de negociaciones que no llevaban a nada, hasta que la solución al conflicto llegó en febrero del año 2000 con Juan Ramón de la Fuente como Rector de la máxima casa de estudios en sustitución de Francisco Barnés de Castro. Por mi parte, terminé emigrando a una universidad privada y lo demás, es historia.

Como estudiante, lo que vi y presencié durante los días de movilización estudiantil previos a la huelga definitiva y lo que ocurrió después puede que sea tan sólo una cara de la moneda pero algunas cuestiones me siguen haciendo eco:

  1. Nunca entendí por qué aquéllos que provenían de familias bien, que llegaban en auto a la Facultad, que pasaban las vacaciones en el extranjero, que desayunaban en la cafetería y cuyos padres eran influyentes en el ámbito empresarial o institucional, se ponían la camiseta de “compas” y decían oponerse al pago de cuotas cuando era evidente que podían pagar más, mucho más de lo que entonces proponía “El Plan Barnés” y no me refiero a que estuviera a favor de dicho plan sino que me parecía un acto de “doble moral”.
  2. Por su parte, los que provenían de la “clase trabajadora” y que apenas tenían el recurso para pagar sus pasajes, mostraban alergia ante esos juniors que pululaban en la Facultad pero también fueron los que llegaban tarde, los que no cumplían con las tareas, los que no sabían qué responder en los exámenes y los que terminaron “haciendo grilla” en el movimiento junto a los “dinosaurios”, esos seres que pasaban largos años en las Preparatorias y Facultades porque no aprobaban las materias y presentaban decenas de exámenes extraordinarios.
  3. Durante esa época, palabras como neoliberalismo, FOBAPROA, zapatistas, radicales, ultras y movimiento, entre otros, ocuparon el escenario.

Nunca se me hubiera ocurrido desempolvar dicho recuerdo sino fuera porque los azares del destino me llevaron hace algunos días, a mirar desde las gradas una de tantas comidas de egresados de nivel licenciatura en otra universidad particular de mediano pelo y no pude evitar pensar en lo afortunada que fui de pertenecer a una generación con sentido crítico, con inexperiencia política e inocente en muchos sentidos pero preocupada por los temas de interés nacional, motivada por el deseo de convertirse en factor de cambio para el país, empoderada por pertenecer a la máxima casa de estudios y orgullosa de contar con una identidad universitaria que si bien los estragos de la huelga dañaron profundamente, no se parece a ninguna otra por su historia y su relevancia en la historia de México.

La huelga del 99 estuvo motivada por el aumento en el pago de colegiaturas que entonces era de veinte centavos, se decía que querían privatizar a las universidades públicas pero al paso de los años y frente al contexto actual, la lectura de dicho suceso es diferente, los mismos exlíderes reconocieron que el radicalismo los dividió y que sus motivos no estuvieron bien fundamentados pero lo hecho, hecho está. Dieciocho años después, el perfil universitario ha cambiado (la delincuencia ha traspasado las fronteras de la UNAM) y ciertas instituciones privadas de educación superior se han convertido en fábricas de licenciados y licenciadas sin identidad, sin verdadero espíritu universitario y sin oportunidades de empleos dignos y reconocidos. La globalización y el TLCAN en el contexto actual cambiarán todas las reglas, lo cual hace obligatorio pensar: ¿Hacia dónde se dirige la educación superior en México? ¿Las instituciones universitarias seguirán produciendo fuerza laboral para un mercado global sin empleos o se preocuparán por sembrar en sus egresados un pensamiento crítico que los convierta en verdaderos líderes? Dieciocho años después al parecer, la narrativa ha cambiado y a nadie le preocupa luchar por mantener vivo el espíritu que dio vida a la máxima casa de estudios desde una vocación humanística. La educación pública superior también merece atención y no sólo porque en sus campus se cometan homicidios o se trafique droga.

¡Se los dejo de tarea!

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