En un mundo en el que todo cabe y en el que día a día se pugna por la igualdad y el respeto a los derechos humanos, en el que resulta cada vez más difícil salir adelante, prosperar, aspirar a un empleo y un salario dignos, es común encontrarse en la televisión parodias de lo que ocurre en la vida real y así es que pasamos de la pesadumbre a la risa, riéndonos de nosotros mismos en un juego cruel en el que consciente o inconscientemente terminamos burlándonos también de los demás y por qué no decirlo: discriminando.
Corría el año de 1958 cuando la televisión vio surgir al personaje de Gutierritos interpretado por el gran actor Rafael Banquells, hombre humilde, trabajador, benevolente en exceso y falto de carácter que sufría el desprecio de su mujer y compañeros de trabajo quienes le gastaban bromas pesadas e incluso, según la historia uno de ellos le roba el crédito de su libro y el amor de una joven bella. En él se retrató al hombre oficinista, asalariado e impopular de aquélla época.
No estoy de acuerdo con las etiquetas en las personas aunque no sea otra cosa más que la aplicación de adjetivos para clasificar o describir a alguien que pertenece a un grupo determinado: fresa, hípster, cholo, punk, intelectual, etc. y en ese sentido, me sorprende que hoy día esté de moda el término Godínez para referirse a la persona oficinista, asalariada y con un horario de trabajo de 9 a 6 de la tarde. Me sorprende no porque sea una idea innovadora pues los jóvenes de los años cincuenta tuvieron en Gutierritos a su personaje de oficina y en los ochenta existió Peritos (interpretado por Luis de Alba). Me sorprende porque estamos viviendo una época de intolerancia a lo diferente, a lo que rompe los paradigmas establecidos que hemos heredado de nuestros padres y abuelos cuyas generaciones se están volviendo obsoletas en algunos aspectos dadas las circunstancias de la vida actual. Y me sorprende aún más porque lejos de ser una tendencia que promueva un cambio de actitud, es como si se aceptara sin más remedio e invitara a los demás a colgarse en automático una etiqueta en tiempos en los que ¡No las queremos ni las necesitamos! Y menos si se trata de un acto que mal intencionado puede derivar en discriminación pues en cierto sentido, denominar a alguien como Godínez es despreciar el estrato al que pertenece pues equivale a la palabra Naco que hace poco causó tanto revuelo al haber sido utilizada por un clasista.
Y de eso se trata esta colaboración porque como bien ha apuntado el señor Eduardo Ruiz-Healy en diferentes ocasiones y momentos en su programa y en su columna diaria, vivimos en una época de transformación del lenguaje y cambiamos las palabras y los términos como si le temiéramos a llamar las cosas por su nombre aunque por otro lado, nos estamos llenando de categorías y clasificaciones según nuestra profesión, nuestro empleo, la forma en que vestimos, lo que leemos, lo que comemos, los pasatiempos que tenemos, las preferencias sexuales, todo; como si una fuerte necesidad de pertenencia nos empujara a categorizarnos en tal o cual grupo.
El asunto es que conformarse con ser un Godínez falto de oportunidades resulta una fatalidad que impide aspirar a una mejor calidad de vida a pesar de que el mundo esté de cabeza y de que la economía penda de un hilo en todos lados o de que nos amenace un desquiciado que odia a los mexicanos, pues es posible vivir mejor por difícil que parezca si tenemos el valor y la astucia para buscar otros caminos, libres de etiquetas y de categorías, de pugnas y confrontaciones como en tiempos en los que todo se resolvía a través de la violencia.
Quizá la revolución de pensamiento y de estructuras sociales que vivimos en la actualidad demanden un cambio que implica romper viejos paradigmas para crear otros nuevos a partir de lo que hoy somos y vivimos pero el asunto se complica cuando la congruencia cede el paso a posturas radicales y dejamos de llamar a las cosas y las situaciones por su nombre pero los sustituimos por otros que igual dividen, discriminan, reducen, violentan o excluyen.
¿Por qué repetir la gastada figura del o la oficinista que come en su escritorio, que siempre llega tarde, que se duerme después de la comida, que lee el periódico o revisa su Facebook mientras el jefe no está, en lugar de dignificar el trabajo que se realiza y el puesto que se tiene, así sea el del vigilante del edificio? Y de aquí, se deriva el asunto de no desempeñar el trabajo con la mejor actitud a pesar del pésimo salario que se recibe a cambio pero esa, es otra historia.
¡Se los dejo de tarea!
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