Algo pasa en nuestra era que como bien dice una frase hallada en la inmensidad del Internet: “Son tiempos difíciles para los soñadores” y es que nadie habla de “cosas bonitas” pues parece que no existen o que hemos dejado de verlas o de apreciarlas porque el centro de las narrativas actuales es que todo está más difícil cada vez o que vivimos en la inseguridad total o que nos hemos acabado al planeta, todas ellas, formas distintas para anunciarnos el “fin del mundo” y decirnos que vivimos en estados fallidos sin posibilidad ni esperanza alguna y entonces ¿qué sigue? ¿Qué podemos esperar? Porque tampoco veo a los ex presidentes liderar un programa de cambio o un movimiento social que defienda los derechos de los ciudadanos, tampoco los veo renunciando a sus fortunas para financiar programas sociales; así como tampoco escucho a los líderes religiosos motivar a sus fieles seguidores para hacer el bien y contagiar el espíritu de bondad para lograr una vida más esperanzadora.
En el mismo orden de ideas (y quizá la idea principal que motivó esta colaboración) por estos días leí un twitter de una profesionista seria a la que conozco y que decía más o menos así: “…Todo mundo escribe o ama la naturaleza y a su familia, aman a su país y les interesan cosas padrísimas ¿entonces por qué no está el mundo mejor?” Lo cual empata a la perfección con mi idea soñadora de que somos más los buenos que los malos y entonces ¿por qué la maldad tiene más adeptos que la bondad? Creo (y solo es una hipótesis aventurada sustentada por mis observaciones al entorno en el que vivo) que a nadie le conviene ni le gusta el bienestar porque no genera ganancias; me explico: no es novedad que los especialistas aconsejen alejarse de las adicciones, las cuales no solo se manifiestan por el consumo de sustancia tóxicas sino por todo aquello que adquirimos de manera metódica para abstraernos de la realidad y que nos otorga un beneficio o un placer volátil como las compras compulsivas (nótese que acabamos de pasar por el “buen fin” cuyo objetivo es gastar, gastar, gastar aunque lo disfracen de buenas intenciones) y la única forma de llegar a tales niveles de consumismo irracional es a través de las estresantes jornadas diarias que vivimos entre el trabajo, el tráfico y la familia. Otra forma de “desahogo” lo es el consumo de alcohol (por hablar de lo menos tóxico quizá) y si no, fíjese en la cantidad de comercios con venta de alcohol que reúnen a cientos de jóvenes cualquier día de la semana (porque ya no es exclusivo de los fines de semana). Así que las jornadas laborales decentes y una ciudad con mejor movilidad no generan consumismo irracional y por lo tanto, nadie gana con empleados sanos física y mentalmente. Ahora, pensemos en un país sin guerra que no consume armas ni noticias ni servicios funerarios porque aunque usted no lo crea, hay quienes viven de los enfrentamientos criminales porque literalmente recogen los cuerpos sin vida para ser los primeros en vender un funeral y una noticia a la prensa. Si usted presta atención, los noticiarios se han convertido en la “nota roja” transmitida en vivo y repetida veinticuatro horas al día, así que ante dicho panorama ¿En qué momento se puede pensar en positivo?
Algunos muy cercanos a las prácticas políticas hablan de que generar el caos para luego poner el orden es una estrategia que ciertos funcionarios eligen para colocarse la medalla de “salvadores” pero en realidad, tengo mis dudas al respecto porque generalmente lo dicen los opositores del partido gobernante en la actualidad pero más allá del complot político, lo cierto es que la paz, la armonía, el equilibrio y el bienestar no venden ni generan ganancias millonarias a las economías mundiales y quizá por ello, todas las alternativas para que los simples mortales alcancen un poquito de bienestar tienen un costo tan alto.
El asunto va más allá del consumismo irracional, tiene que ver con altos índices de suicidios y niveles de depresión, de altos costos en materia de salud y por supuesto, de un incremento en el número de muertos por inseguridad, enfermedad o suicidio como si de una guerra se tratara pero con otros matices y con otros “modus operandi”. El fin del mundo no está llegando, lo estamos provocando por cada vez que elegimos dejar de ser críticos, auto reflexivos, agentes de cambio por caer en un estado de conformismo, por seguir la oleada de un mundo que sí, puede que sea más caótico cada día pero que también es bello y tiene muchas cosas positivas qué ofrecernos aunque esas, no generen un solo peso a las transnacionales o a los gobiernos o a los medios de comunicación. Hasta aquí, el Reporte 79 de hoy.
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