Es difícil juzgar una situación en la cual no participamos o que no nos impacta de manera directa. El día de ayer, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y denominado como el #DíaNaranja se realizó la Marcha Feminista en la Ciudad de México, imposible permanecer ajenos a lo que sucedió porque es un tema que nos concierne a todos como sociedad pero que al igual que aquéllos, también tiene muchas aristas.
Soy mujer, no soy activista pero soy mamá, tampoco he sido abusada ni violentada por ningún hombre, no en el sentido de abuso sexual o físico pero he pasado por múltiples formas de machismo que no solo han ejercido hombres sino mujeres también, recientemente descubrí que viví violencia psicológica a lado del padre de mi hijo pero como esa no deja cicatrices, ni provoca sangrados, ni se enteró todo el vecindario pues es como si no hubiera pasado nunca. Mis amigas, activistas algunas de ellas, profesionistas e incluso las que han padecido situaciones peores me han dicho: “Qué pena, hay historias peores, sí debe existir una forma de denunciar y salir de ello, de superarlo” pero invariablemente se han dado la vuelta y han seguido su camino. Otras piensan que como no hubo agresión física ni sexual pues es que soy exagerada y otras más opinan que hablo desde mi estatus “burgués” (o fifí como el término de moda) porque sufrir, lo que se dice sufrir es otra cosa. Es muy fácil caer en la doble moral, en el doble discurso, en la contrariedad, en la incomprensión, en la indiferencia y muchas otras cuestiones que el espacio no me da para escribir pero el punto central es ¿qué hay detrás de una manifestación que se convierte en una pinta de monumentos, en una quema al estilo de las hogueras de la Inquisición?
En términos psicológicos se dice que es mejor desatar la furia en un objeto que en una tercera persona o en sí mismo y en ese sentido, el argumento de que el daño a los monumentos es mínimo en comparación al daño provocado ante el incremento de feminicidios en México, tiene sustento pero no justifica el acto porque quien produce daño en las víctimas indudablemente lo hace con alevosía y ventaja pero es alguien con una psicosis muy particular y al actuar a semejanza de aquél, el movimiento se desvirtúa porque nos convertimos en lo mismo que decimos odiar y coincido también (tal como me enseñó un amigo experto en artes marciales) en que a veces, la violencia justifica la violencia cuando no hay otros caminos, cuando se trata de salvar la vida o de hacer justicia por mano propia porque las leyes no siempre alcanzan para resarcir el daño provocado en una madre cuya hija ha sido asesinada o violada o consolar el dolor de una hija por una madre atacada por un violador o acompañar la ausencia de una hija desparecida. Y de todas estas manifestaciones no veo resultado alguno que nos de esperanza y arroje luz en un abismo profundo que no es reciente sino que empezó a gestarse desde años atrás con las desaparecidas en Ciudad Juárez, con las mujeres violentadas en Acteal y un largo etcétera que a los diferentes gobernantes no les ha interesado resolver ni en México ni en el mundo.
Hay un hartazgo pero también hay un nivel de violencia y enojo gigante que está sacando de contexto la lucha por la equidad, la seguridad y la libertad. ¿Por qué exigir del otro si soy la primera que puede elegir no trabajar en empresas de hombres o fundar la propia? ¿Por qué no manifestarse en un paro nacional sin mujeres laborando para exigir mejores condiciones laborales, por qué no aliarse y fundar un partido exclusivo de mujeres que sea contraparte del gobierno actual, por qué no escuchar las propuestas de hombres valientes que también han luchado junto a las mujeres por sus derechos, por qué dividir si al final fuimos creados hombres y mujeres?
La manifestación tiene sus razones, las formas denotan un radicalismo que no es bueno bajo ninguna circunstancia pero hay libertad de expresión y todos podemos ejercerla pero y después de la marcha ¿qué? Una declaración por parte del Gobierno de la Ciudad de México para activar una alerta por los altos índices de inseguridad, ¿eso es suficiente? Si en cuestiones básicas como los espacios exclusivos para mujeres y niños en el transporte no se respetan y nadie los hace respetar y no he visto grupos de mujeres defendiendo esos espacios; por el contrario, son las mujeres quienes se molestan porque quieren subir con sus acompañantes varones. No al doble discurso, no a la doble moral, no a hacerle grueso el caldo a los que buscan corromper, reventar movimientos auténticos y ridiculizar un teme que es más serio y prioritario de lo que parece. Hasta aquí el Reporte 79 de esta semana y los dejo con una frase que me define: “Nosotras no luchamos contra la violencia sino que trabajamos por la paz.” – Marcela Lagarde, Antropóloga e Investigadora Mexicana
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