Justo hace dos meses, escribí en este espacio respecto a la huelga que invadió la UNAM en el año 1999 y hoy, se cumple poco más de un mes del surgimiento de un nuevo conflicto gestado en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Azcapotzalco. No es de extrañar que la máxima casa de estudios albergue confrontaciones estudiantiles porque tampoco es novedad que exista una comunidad de individuos denominados “porros”, cuyo fin sea desestabilizar la vida académica al interior de sus planteles; sin embargo, lo sorprendente es que una noticia de tal naturaleza atraiga la atención de los reflectores y que se desempolve un asunto que parecía enterrado desde hace tiempo aunque en tiempos de cambio sexenal todo es posible porque muchas piezas empiezan a moverse de lugar, acomodarse o salirse.
En ese sentido, también es notable la “falta de recursos” o de apoyos provenientes de las instancias gubernamentales y que, por ejemplo, un medicamento que hace tan sólo un mes era surtido en dos cajas, ahora deba solicitarse al término de la primera o que no haya médicos titulares en las jefaturas de servicio o en caso contrario, que se desplieguen brigadas de limpieza y mantenimiento en ciertas zonas de la ciudad. También llama la atención que algunas obras que habían pasado meses sin avance, de un momento a otro se estén terminando o incluso, se hayan inaugurado a pesar de la visible falta de terminado fino como luminarias, pintura, levantamiento de material sobrante, etc.
Se dice que estamos en periodo de transición aunque en realidad, parece que estamos en la orfandad total pues el gobierno saliente ya no responde ante nada porque se encuentra en “proceso de cambio” y el gobierno entrante aún no tiene la autoridad para tomar decisiones (al menos, formalmente). El asunto se complica porque no se trata de una simple “transición” sino de un cambio que se vendió como la solución mágica a todos los conflictos sociales, políticos y económicos y que en el camino, empieza a deshilacharse (como diría mi mamá).
El fin de sexenio aún no llega, todavía le quedan escasos dos meses y semanas en los que evidentemente no podrán (ni querrán) resarcir el daño provocado durante los seis años que ostentaron el poder desde sus esferas políticas y aunque no se han ido, el ambiente que permea ya es de total incertidumbre por más seguidores que el gobierno entrante tenga pues “del plato a la boca, se cae la sopa” y lo bueno aún está por llegar porque no van a encontrar la casa barrida y trapeada y tendrán que empezar por hacer limpieza profunda o el caos les comerá el tiempo efectivo para tratar de poner orden en algo que de origen, ha estado plagado de traiciones y corrupción.
Lo cierto es, que no tenemos certeza de nada porque la vida es así y no tenemos el control absoluto pero además, todo se mueve en un ciclo infinito de altas y bajas como en una montaña rusa, lo cual parece no importarle a quienes ocupan los cargos políticos porque ellos no se trasladan en metro de lunes a viernes en horas pico, ni sufren de asaltos, tampoco lidian con el tráfico de la ciudad y mucho menos, sufren alguna consecuencia ante un paro estudiantil o una marcha. La política hace mucho que se alejó de las verdaderas necesidades de los ciudadanos y volteó la mirada a lo que para ellos tiene valor: el poder y el dinero pero tampoco nos demos golpes de pecho porque lo mismo ocurre en el ámbito empresarial y también “pasa hasta en las mejores familias”.
Pero volviendo al conflicto universitario, es una pena que diecinueve años después la UNAM se vea envuelta en un conflicto de tal magnitud, que los estudiantes resulten afectados en su integridad y en su vida académica, que la Ciudad Universitaria sea escenario de porros y que la nota sea por un asunto de inseguridad y no por cambios en su estructura que favorezcan a la comunidad universitaria, quizá por eso no quede más que decir: “Aquí nos tocó vivir”.
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