Reporte 79

La semana pasada escribí sobre la vorágine informativa y sus efectos en las noticas que caducan casi de forma inmediata a menos que se conviertan...

13 de marzo, 2018

La semana pasada escribí sobre la vorágine informativa y sus efectos en las noticas que caducan casi de forma inmediata a menos que se conviertan en tendencia y permanezcan por algunos días en las redes sociales y los medios de comunicación; tal es el caso del sismo del pasado 19 de septiembre de 2017 que recobra prioridad cada que un nuevo tema se actualiza pero hay otros aspectos, por ejemplo los daños colaterales derivados de tal suceso que los medios masivos no abordaron de cerca y que han tenido tanto o más impacto que aquéllos que ocuparon las primeras planas, revisemos algunos.

Existe el despacho de diseño que tuvo su base en la Colonia Roma durante ocho años y de la noche a la mañana, tuvo que emigrar porque además del impacto por el evento como tal, la Roma se volvió fantasmal los días y semanas siguientes sin que nadie quisiera pararse por ahí, alejando a clientes, vecinos y amigos. Y hoy, casi seis meses después, se encuentra en otra base que no corresponde con su identidad ni con los lugares que habían sido su estudio y hogar pero al menos, puede recibir a sus clientes para seguir trabajando y creciendo como firma, no se quedó sin hogar pero perdió un poco de esa identidad corporativa que hacía sentir bien a cada cliente que visitaba sus instalaciones y tendrá que empezar de nuevo.

También en el corazón de la Roma, existía un lugar que fue creado para despertar el talento musical de los niños a edades tempranas, un espacio lúdico, pequeño pero con un toque mágico que permitía la exploración libre y el aprendizaje de forma simultánea, el cual cerró sus puertas porque sus clientes emigraron de los alrededores. El inmueble no sufrió daño alguno pero la población al que iban dirigidos sus servicios cambió por completo, obligándolos a rediseñar su concepto.

Más lejos, en Coapa, una familia compuesta por papá, mamá e hijo universitario perdió su departamento y todo lo que había dentro, quedándose con no más que lo puesto y pudiendo sacar únicamente las cosas de valor y documentos del inmueble, su propiedad no sufrió daños como tal pero el edificio sí tuvo afectaciones, por lo que desalojaron a todos los condóminos. El día del sismo, el joven se encontraba a la mitad de clases, sus padres no podían localizarlo y ante la incertidumbre, su papá tuvo una crisis de salud y terminó en el hospital por varios días; mientras, el chico perdió a dos de sus grandes amigos porque el campus en el que estudia tuvo daños severos. Su familia está con vida, él salvó el semestre y su padre está mejor pero la vida les cambió en un tris.

Rumbo al norte de la ciudad, alejado un poco del epicentro de los hechos más lamentables, una señora cuyo hijo salió con vida del sismo, se volvió voluntario y entre tanto ir y venir el chico murió, las causas no han podido ser explicadas porque el dolor ahoga todavía las palabras, pero seis meses después la madre desconsolada, aún no supera el suceso.

Cierto matrimonio que habita en la Condesa está buscando una mejor opción para vivir, el sismo los encontró con seis meses de embarazo y un pequeño de tres años, el edificio tiene cuarteaduras en los acabados pero el susto de lo acontecido y los sismos posteriores aunque de menor magnitud, han sembrado en ellos la incertidumbre necesaria para decidir cambiar de residencia y con ello, sus rutinas y actividades diarias.

Además del impacto real que dejó la experiencia, lo cierto es que la Ciudad de México se dibujó diferente después del 19 de septiembre, aún hay secuelas, dolores y cuarteaduras por sanar; sin embargo, detrás de cada historia existe también una grandiosa oportunidad para aprovechar la sacudida que todos tuvimos y cambiar y evolucionar lo que sea necesario con tal de seguir adelante y confirmar la capacidad que tenemos para caer y volver a levantarnos, para seguir de pie como individuos, sociedad y país. Lo grandioso detrás de cada historia es la huella que permanece después de un evento de tal magnitud que nos demuestra que no tenemos el control sobre nada, que no somos súper héroes para predecir o evitar la coyuntura pero que, si logramos ser lo suficientemente hábiles, podemos vivir para contarla.

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