La salud, definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como: “Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” es un tema social de muchas aristas pero principalmente, es un asunto personal, pues del individuo depende su conservación o deterioro. En el sitio web de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos encontramos que: “Toda persona tiene derecho a la protección de la salud, si las personas hacen uso de los servicios de salud tienen el derecho de obtener prestaciones oportunas, profesionales, idóneas y responsables. El Estado otorgará servicios de salud a través de la Federación, Estados y Municipios de acuerdo a lo establecido en la ley.” Y resalta tres aspectos: atención oportuna, confidencialidad y trato digno; de los cuales, el primero y el tercero son constantemente incumplidos por dos de las principales instituciones proveedoras de servicios de salud: IMSS e ISSSTE.
De la primera, en su portal se encuentra que: “Es la institución con mayor presencia en la atención a la salud y en la protección social de los mexicanos desde su fundación en 1943, para ello, combina la investigación y la práctica médica, con la administración de los recursos para el retiro de sus asegurados, para brindar tranquilidad y estabilidad a los trabajadores y sus familias, ante cualquiera de los riesgos especificados en la Ley del Seguro Social.” Y, además reporta 19’623,674 puestos de trabajo registrados, de los cuales el 86% son del tipo permanente. De la segunda, en el sitio web se lee al respecto de lo que hacen: “Satisfacer el bienestar integral de los trabajadores al servicio del Estado, pensionados, jubilados y familiares derechohabientes. Otorgar seguros, prestaciones y servicios, con los valores institucionales de honestidad, legalidad y transparencia.”
El asunto es que de las dos, no se hace una; por experiencia, he utilizado los servicios de ambas instituciones como derechohabiente y recientemente he tenido tres experiencias hospitalarias (mi madre, mi padre y una tía fueron hospitalizados por diversas razones) todas han tenido sus inconformidades y por qué no decirlo, sentidas quejas porque uno se siente en verdadera orfandad cuando un familiar ingresa al hospital, porque nadie se toma el tiempo de informar oportunamente, porque los médicos se comportan como semi-dioses que no se sienten obligados a explicar nada a simples mortales (pacientes y familiares), porque a final de cuentas no hablan el mismo idioma (o no quieren hablarlo) o porque el paciente está en una fase terminal y no hay nada qué hacer o porque no hay los recursos y pues, “hágale como quiera porque es lo que hay”. Es entonces que uno se pregunta: ¿Y los derechos humanos? ¿Y el código de ética? ¿Y el sentido humano de una profesión cuya materia prima son humanos y no sólo cuerpos en laboratorio?
Quizá en las últimas colaboraciones he insistido mucho en este tema y debo admitir que en mi andanza hospitalaria (que aún no termina) he aprendido mucho, pues sólo cuando se está inmerso en un tema se entiende mejor su funcionamiento y la seguridad social en México es un sistema que por muy caduco que parezca, tiene sus puntos luminosos resultantes de una constante lucha de quien acompaña al paciente para pedir (o exigir) atención, información, buen trato, seguimiento y por qué no decirlo, hay que ser muy estratégico y tener un estado profundo de claridad para no terminar desquiciado. Me pongo también en los zapatos de un doctor o doctora titular del área de urgencias con 50 o 90 pacientes a cargo a los que hay que atender, vigilar, albergar y canalizar a las diferentes áreas de especialización o retornar a su casa y todo, en una noche porque seguramente al día siguiente habrá más urgencias (siempre las hay). Y no quisiera saber ni sentir lo que significa para una enfermera o enfermero que un paciente termine sus días en el piso que le toca atender y peor aún, que le corresponda prepararlo para la llegada de los servicios funerarios y la tramitología.
La vida en un hospital no se limita al paciente que tenemos internado, se trata de un engranaje en donde todo debe funcionar sin interrupciones minuto a minuto para dar atención a todas y cada una de las necesidades: urgencias, consultas médicas, trámites, estudios clínicos, defunciones, cirugías, medicamentos, ambulancias, etc. Todos los puestos son importantes, desde el oficial que vigila el acceso y salida hasta el director, aunque siempre “hay un prietito en el arroz” a causa de una enfermera que no atendió de forma inmediata al paciente, de un médico faltista que deja a sus pacientes esperando por “periodo vacacional o incapacidad”, de un administrativo mal geniudo que se niega a informar, de una omisión en la entrega del medicamento o de esos autonombrados Godínez que se toman su tiempo y le dan prioridad al café o la torta de tamal o al envío de un mensaje por WhatsApp, pero también existen talentos naturales con un alto sentido de calidez humana que se comprometen, que ayudan, que dan los mejores tips, que alivian la estancia tanto del paciente como del familiar acompañante, que resuelven, que facilitan y que terminan siendo verdaderos amigos y una referencia vital para una vez que pasa el proceso emergente y empieza el periodo de rehabilitación, pero esos, lamentablemente, son los menos aunque quedan tatuados en la memoria y para los cuales, la gratitud no alcanza para reconocer su labor.
Lo ideal sería no enfermar nunca o no accidentarse, pero vivimos en un mundo en el que no tenemos tiempo para ocuparnos de la salud en toda la extensión de la palabra, tal vez cuando lo hagamos, no tendremos que lidiar con servicios tercermundistas a precios de primer mundo y entonces, la medicina dejará de ser sinónimo de negocio para volver a la raíz de su nacimiento como ciencia al servicio de la humanidad.
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Fuentes:
http://www.who.int/suggestions/faq/es/
http://www.cndh.org.mx/Derecho_Proteccion_Salud
http://www.imss.gob.mx
https://www.gob.mx/issste/que-hacemos
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