¡“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras.” – Jean Jacques Rousseau / Filósofo francés.
A propósito de la celebración por el día del niño, circularon por los diferentes medios y redes sociales, un sinfín de artículos en torno a una etapa en la vida que como muchas otras, tiene sus contrastes. Por un lado, hay quienes consideran que la infancia es el mejor momento en la vida de alguien, algunos opinan que infancia es destino, otros más clasifican a los niños y niñas en un target que representa un nicho especializado para la mercadotecnia pues de hecho, quienes gozan de una holgada posición económica adquieren los productos más insólitos para los pequeños de la casa, mientras que en las zonas marginadas del país existen poblaciones en las que a duras penas tienen un bocado para comer pero más allá de asuntos de mercadotecnia, lo cierto es que la infancia es una etapa en la vida que cada vez tiene mayores riesgos y sufre de situaciones indecibles porque es un momento de alta vulnerabilidad (en contraste, los ancianos también lo son y ya veremos luego por qué) en la que no cuentan con todos los recursos para mantenerse a salvo y sobrevivir en lo que cada vez se parece más a una jungla en la que la lucha por sobrevivir no distingue entre las especies más fuertes y las débiles.
Dicho sea de paso, ser niño o niña a pesar de todas las legislaciones y de la extensión de información respecto a los derechos humanos de los que gozan o deben gozar los menores, siguen existiendo las injusticias porque en un mundo de adultos y bajo esa perspectiva no hay manera de entender el proceso infantil aunque todos hayamos sido niños alguna vez porque todo se rige bajo reglas que los adultos hacemos, lo cual es equivalente a querer hablar de equidad de género en un debate entre especialistas masculinos, ¡no hay idea! Lo cierto es que para muchos debe parecer una idea utópica el llevar a los niños a una asamblea para ser escuchados, niños legisladores con voz y voto porque se nos ha enseñado que “los niños no saben lo que quieren” y en automático, hacemos callar su voz ante los reclamos de descanso, de juego, de amor, de mimos y demás expresiones que una vez crecemos, olvidamos cómo son. La frase con la que inicio esta colaboración me encantó desde que la leí por primera vez hace un par de años pues como mamá, me mantengo al pendiente de todo lo que rodea a la infancia y el universo es muy basto aunque en realidad, falta mucho, mucho por hacer en materia infantil; la profundidad de la frase radica en un principio que muy pocos consideran: los niños y niñas viven inmersos en una realidad alterna que obligamos a abandonar a costa de horarios, hábitos, actividades (que por cierto hoy faltan porque viven a un ritmo tanto o más acelerado que el adulto) e imposiciones adultas. Tan sólo por poner un ejemplo, cuando mi hijo de casi cinco años empezó a comer alimentos variados (ablactación) asistir a un desayuno o comida fuera era un martirio porque los alimentos son preparados para adultos, así que llegar y pedir una preparación especial para un bebé de seis meses era motivo de que mandaran a llamar no al gerente sino al director de un psiquiátrico porque ninguna mamá pide comida especial para su bebe porque ¿acaso comen? Y entonces siempre pensé que los restaurantes han sido cortos de visión por no incluir papillas en sus cartas (quien lo haga que me pague derechos de autor por la idea) en lugar de esa ridícula zona de juegos que han ido sustituyendo por videojuegos porque es lo que los infantes prefieren y yo me pregunto: ¿Ellos lo prefieren o nosotros hemos propiciado que así sea? Piense por un momento y sin juzgar porque no hay padres buenos ni malos sino en proceso de aprendizaje (y es para toda la vida porque cada etapa es diferente) si los comportamientos de los niños son naturales o impuestos por una sociedad consumista cuyo eje es la productividad y la competitividad. ¿Por qué invertir en videojuegos que es más que comprobado que tienen cierto grado de afectación en las ondas cerebrales y no en una especialista que realice actividades propias de la infancia? La respuesta es sencilla: no hay lugar para los niños, el mundo le pertenece a los grandes, los bombardeamos toda la niñez pensando en qué serán cuando crezcan y en realidad ¡ya son! Ellos eligen a muy temprana edad si les gusta la ciencia, el arte, el ejercicio, la música, el silencio, la escritura, la lectura, etc., y no hay más que desarrollar ese talento en el que ellos invierten todo su tiempo y energía pero que cortamos a la hora de hacerlos cumplir con el deber ser para que sigan una receta convencional en la que intentamos preparar seres felices y plenamente realizados en la vida. ¿En serio la receta funciona? El tema no se reduce a educación, implica otros campos que nadie se ha ocupado de ver y quienes lo hacen, tarde o temprano encuentran obstáculos porque si a muchos no les interesa (o no les conviene) tener un pueblo educado, mucho menos niños informados, educados, que ejerzan sus derechos en libertad y que tengan voz y voto. No a los niños convertidos en adultos, dejemos que disfruten y gocen de su infancia, procuremos impulsar políticas públicas o iniciativas que favorezcan a los que se encuentran en desventaja por nacer del lado de la sombra, bajo la cual se esconden las peores mezquindades cometidas por los seres humanos. ¡Se los dejo de tarea!
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