“Para saber hablar es preciso saber escuchar.” – Plutarco / Escritor Griego.
El acto de escuchar (prestar atención a lo que se oye) es una habilidad clave en el proceso comunicativo que garantiza la fidelidad en los mensajes que se emiten y reciben pero más allá de ser parte de la comunicación; escuchar nos permite mantener atención plena en el aquí y en el ahora, enfocarnos y tomar mejores decisiones, ser conscientes del entorno en el que vivimos y de lo que ocurre a cada instante, generando una mejor calidad de vida.
Ahora que la tecnología nos permite el fácil y libre acceso a toda clase de aplicaciones en el móvil, se ha vuelto frecuente ausentarse del entorno haciendo uso de los audífonos; he visto peatones cruzar un eje vial con celular en mano y audífonos que les impiden notar la presencia de personas, autos, mascotas, bicicletas, etc., y también hay temerarios ciclistas que hacen uso de los audífonos perdiendo el contacto con el medio ambiente. Escuchar, que no es lo mismo que oír (percibir por medio del oído) aunque sean sinónimos pues lo primero requiere de atención y lo segundo es una función automática (a menos que se tenga una discapacidad), permite el intercambio de ideas y también interviene en la tolerancia pues quien no se toma el tiempo para escuchar, no será capaz de mostrar empatía por lo que su interlocutor quiere expresar.
Si todos hiciéramos el ejercicio de escuchar antes que juzgar, el mundo tendría otro color y matices. El año pasado, a propósito de las diversas manifestaciones en torno a los feminicidios, pregunté a una amiga cien por ciento activista y experta en la materia, ¿qué pasaba después de una marcha? Ella me explicó que justo la finalidad de las movilizaciones es lograr justicia, reformas a la ley, políticas públicas, etc., y que al término de las mismas, se levanta un acuerdo con las instancias correspondientes en el que dan por recibidas las peticiones del grupo manifestante y lo que sigue es no quitar el dedo el renglón hasta lograr resultados y entonces me surgió otra duda: ¿las autoridades responden porque realmente escuchan las peticiones de los manifestantes o por quitarse el problema de encima? Escuchar requiere de empatía, si dos personas se sientan de frente y conversan sobre cualquier tema, es preciso saber escuchar para entablar el diálogo o de lo contrario, el encuentro se queda en monólogo. Durante una entrevista, el acto de escuchar permite a ambas partes “entrar en materia” o de lo contrario, se corre el riesgo de caer en errores como ha pasado con ciertos reporteros que cubren una nota y por obtenerla preguntan cualquier cosa a los involucrados, repitiendo incluso los cuestionamientos o siendo demasiado obvios.
En la escuela primaria, el acto de leer en voz alta significaba poner atención, ¡cuántas veces escuché a los maestros decir: pongan atención! Porque escuchar atentamente daba lugar a la comprensión del texto, se corregían errores de dicción, de acentuación, de entonación, etc. Lo mismo ocurre durante una clase, ¿cuántas veces un maestro imparte clase una hora sin parar de hablar y nadie lo escucha? Los automovilistas que sintonizan alguna estación de radio ¿realmente escuchan o sólo oyen ruido sumado al resto del ruido ambiental?
Los cantos populares, cuentos, mitos y leyendas que forman parte de la tradición oral se transmiten de generación en generación y requieren también del acto de escuchar para cumplir su propósito de difundir el conocimiento. Así que escuchar no es un simple acto que pueda realizarse en piloto automático, es también un pilar en las relaciones de todo tipo porque hace falta escuchar para comprenderse a sí mismo y al entorno, para comunicarse, para aprender, para interactuar, para opinar, pare reflexionar. Y a propósito de escuchar, ¿ha escuchado atentamente su voz o la de su pareja, o la de su pequeño hijo o la de su padre y madre o la de su abuelo?
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