Algo ocurre con el año 2019 que se escurre como agua entre los dedos, de enero a mayo los días han transcurrido en un ambiente hostil entre AMLOvers y antiAMLO, entre conferencias matutinas y aclaraciones, entre más gasolinazos, más despidos masivos en las instancias gubernamentales, acusaciones, desaprobaciones, declaraciones, etc. Así que nos estamos convirtiendo en un país en guerra no con los países vecinos sino con los vecinos de nuestra calle, oficina, edificio y demás. Lo mismo ocurre a niveles menos políticos como en una común y corriente unidad habitacional en la que sus habitantes no colaboran, no cooperan y no participan pero se pasan la vida quejándose y siguiendo “la voz del pueblo” cuando de cambio de administrador se trata y es que unos quieren que permanezca el sistema de siempre y otros votan por el cambio aunque no tienen idea de qué significa el cambio o cómo hacerlo y cada lobo que pretende llegar a la cima del poder tiene a sus aliados; en este caso, las personas de la tercera edad que con esfuerzo y el trabajo de toda su vida, son los propietarios (los pocos que quedan) de un departamento digno cuando la vida en vertical empezó a ser lo IN en el antes Distrito Federal.
Pero la división o la clasificación o las etiquetas no son cuestión exclusiva de los partidarios o apartidistas de un gobierno en cualquier rincón del mundo, también vivimos en una sociedad llena de clasificaciones: los veganos, los carnívoros, los Godinez, los chalanes, los que fuman y los que no, los que beben y los abstemios, los religiosos y los ateos, los ciclistas, los peatones, los automovilistas, los que tienen mascotas y los que no, los cero gluten y los alérgicos, los deslactosados y los light y así sucesivamente en una clasificación sin fin olvidando que en esencia somos uno mismo: humanos y toda clasificación parece ridícula porque polvo seremos y al polvo regresaremos (sin contexto religioso).
Mucho tiempo antes de que el tema del día en redes sociales o medios de comunicación fuera una constante agresión y debate entre fifís y chairos, antes de marchas a favor o en contra del actual gobierno fui descubriendo que los asuntos políticos se asemejan a un juego de sillas: en un inicio todos poseen una silla y en el transcurso del juego cuando las sillas se van “acabando” los que se quedan sin una salen del juego y así sucesivamente hasta que queda uno como triunfador. En el juego, se vale de todo excepto golpear o robar las sillas para apropiarse de alguna pero en la realidad, cualquier estrategia es válida para ganar una silla o “la silla”, desde desapariciones forzosas, accidentes aéreos, encarcelamientos y otras. A ninguno le interesa cuidar los intereses del pueblo que represente, una vez cercanos al poder y con el cetro en la mano, como diría la voz en off de aquél reality show: “las reglas cambian”.
No es novedad que los gobernantes abusen del poder, no es nuevo que haya “robos hormiga” por todas partes. Hay “secretos a voces” que todos conocemos, que omitimos, que no denunciamos y que muchos, usan a favor en un afán de aplicar la ley de la selva en la que sobreviven sí y sólo sí los más fuertes (o los más abusados) porque a final de cuentas, tanto en la política como en los demás esferas sociales, para pertenecer hay que ser o parecer uno de los que están dentro y seguir las reglas del juego, así funciona hasta en el juego de las serpientes y las escaleras o de la lotería y quien no las sigue pierde. Es evidente que a los políticos no les interesa quedar bien con el pueblo, les interesa acomodarse o desacomodar al que ya ganó su silla. No sé a ustedes pero a mí me resulta ridículo leer los tuits de los ex gobernantes y entre ellos, el mensaje de despedida a su ex esposa por parte del ex presidente de México fue una total burla no para la mujer en cuestión sino para el pueblo, confirmando que negocios son negocios, que en la esfera del poder se vale de todo para ser el ganador aunque ello signifique firmar un acta de matrimonio, caminar diez metros por la selva, portar un collar chamánico o abrazar a quien fuera el enemigo. En el juego de las sillas todo se vale y más si las sillas están cubiertas de poder.
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