En la búsqueda por el bienestar, las personas acudimos a diversas fuentes que nos proporcionen tranquilidad, lucidez y nos ayuden a enfocar de nuevo nuestra atención en aquello que vale la pena atender, solucionar, disfrutar o hacer; en esa búsqueda hay quienes corren maratones, asisten a clubes de lectura, son cinéfilos, coleccionistas, se ejercitan, algunos hacen yoga, otros pintan o cantan o bailan y otros más meditan o se van de fiesta. En todos, hay un fin en común: disfrutar y abstraerse de la realidad al menos por el tiempo que dure el pasatiempo, hacer una pausa. En ese intento y por azares del destino, el fin de año me encontré por todos lados con una palabra que es común por la época navideña: deseos y entonces puse particular atención en revisar qué hay detrás de ese ritual que año con año realizo y que consiste en comer una uva al compás de las doce campanadas que anuncian la llegada del nuevo año. El ritual es lo de menos porque cada uno tiene el suyo en particular pero, ¿qué hay de los deseos? ¿Por qué pedimos de forma tan entusiasta doce deseos y por qué no cinco o veinte? No importa el número de deseos si antes no comprendemos de lo que se trata.
Así pues, me di a la tarea de indagar sobre los deseos, esos que según Cicerón (Escritor, Orador y Político Romano) “Deben obedecer a la razón” o que en palabras de Séneca (Filósofo Italiano) “Forman una cadena, cuyos eslabones son las esperanzas”. Del latín desidium, el Diccionario de la Lengua Española los define como “Movimiento afectivo hacia algo que se apetece” pero en el instante de comer uvas y pensar en los dichosos deseos, ¿realmente lo estamos deseando o simplemente repetimos una fórmula que no da resultados justo porque nuestra atención está puesta en no morir atragantados o no ser el último en comerse la totalidad de las uvas? El deseo no se queda en el plano del ritual que año con año hacemos con la esperanza de obtener más amor, prosperidad, salud, un empleo, etc., sino que es parte de la naturaleza humana y tiene su origen en la emoción; de ahí que la mercadotecnia se enfoque en detectar las necesidades de los consumidores y canalizarlas para que sean transformadas en el deseo por ciertos productos. Entonces, cuando deseamos viajar al otro lado del mundo, en realidad estamos tratando de cubrir una necesidad por hacer una pausa en nuestra ajetreada vida o poner tierra de por medio ante un problema o simplemente descubrir otros mundos. Del mismo modo, cuando deseamos perder peso estamos atendiendo a una necesidad de mejorar nuestra apariencia e imagen física por vanidad o por salud y así sucesivamente pero generalmente nos calvamos en el trillado cliché de los deseos y terminamos realizando rituales que no se convierten en realidad porque para pasar de la idea a la realidad hace falta poner manos a la obra y no conseguiremos aquello que anhelamos si primero no somos realistas con lo que queremos obtener y si tampoco hacemos algo al respecto.
Desear no es malo, tampoco se trata de un pecado capital; sin embargo, para el budismo el “tanha” es un deseo basado en la ignorancia y el egoísmo, de ahí que genere sufrimiento por ser irreal como quien pide convertirse en millonario sin tomarse la molestia de trabajar, entonces el deseo se convierte en obsesión absurda. Un deseo surge de una emoción y de nosotros depende aterrizarlo, volverlo una realidad, visto así resulta ser un detonante de motivación para alcanzar logros al corto plazo, por eso es importante que nuestros deseos sean medibles, alcanzables y realistas para que nos proporcionen bienestar y felicidad en lugar de angustia o enfado con la vida. la próxima vez que un deseo atraviese por su mente, piense de dónde ha surgido y la forma más práctica que tiene al alcance para volverlo realidad y no, las uvas no tienen nada qué ver además de ser un riesgo de asfixia. ¡Se los dejo de tarea!
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