“Las lágrimas no piden explicación, se explican solas”
Ángeles Mastretta, El cielo de los leones
Generalmente asociamos las lágrimas al llanto como la expresión de tristeza o dolor aunque a veces es posible llorar de alegría, especialmente cuando una carcajada espontánea es tan intensa que produce lágrimas de risa, de tal suerte que podemos considerar que las lágrimas no son más que resultado de una emoción sin etiquetarla como alegre o triste porque puede producirse en ambos casos.
Sobre el llanto, definido por al DRAE como la efusión de lágrimas acompañada frecuentemente de lamentos y sollozos, indudablemente se relaciona con la pérdida y el duelo y en consecuencia, con la tristeza e incluso en un nivel extremo, con la depresión.
Las lágrimas a las que se refiere Ángeles Mastretta son resultado de nuestra dormida capacidad de asombro ante una serie de sucesos que no tienen más explicación y que nos llevan al estremecimiento hasta las lágrimas y por ello, se explican por sí mismas.
Aquéllas otras, esas que se hacen presentes en el camino del dolor, no desaparecen pronto pero alivian y al paso del tiempo liberan el alma hasta encontrar nuevas ilusiones y motivaciones que nos ayudan a seguir adelante a pesar del vacío que sentimos.
Recientemente, he tenido experiencias cercanas de fallecimientos, acercarse al dolor ajeno es algo difícil de manejar, uno nunca encuentra las palabras precisas que expresen por un lado, el apoyo y consideración para el deudo y por el otro, el sentimiento ante la pérdida. Hay de muertes a muertes, lo seguro es que no estamos preparados para ella, nos sigue doliendo, nos sigue azotando como vendaval en el alma y nos noquea de tal forma que difícilmente encontramos el consuelo necesario. Para una madre, perder a su hijo es morir en vida o al menos, dejar morir una parte de sí misma, para una madre viuda que ha visto morir a su compañero de vida, el dolor es doblemente letal al enterrar a su hijo y para la misma mujer, acompañar el dolor de su hija al enterrar a su yerno debe ser más que otra pérdida, la muerte misma.
Las lágrimas se hacen presentes de forma natural y espontánea ante una experiencia tan dolorosa como lo son los funerales aunque a veces simplemente no se puede llorar (eso me pasó en el sepelio de mi único tío fallecido y el más amado pues era como mi padre) y otras, son contenidas por miedo a eso desconocido de lo que nadie nos habla y que significa dejar de tener o de pertenecer.
Contener las lágrimas no es muestra de fortaleza o resignación; por el contrario, es lo más cercano a dañar la salud física y mental. Generalmente, ante un proceso de duelo se nos dicen palabras del tipo: todo va a estar bien, el tiempo lo cura todo, se te pasará, estarás bien, algo mejor llegará o debes seguir adelante pero la realidad es que mientras uno se retuerce del dolor, las buenas intenciones de los demás al darnos ánimos en realidad son como palabras huecas, sin sentido y llorar, si bien no es la solución a ningún problema es una forma de liberar el cúmulo de emociones contenidas ante la experiencia: coraje, frustración, tristeza, enojo, decepción, etc. Después del llanto, llega la paz, como si uno se hubiera vaciado y limpiado; de hecho, las cosas se ven diferentes y se puede pensar de otra manera, visualizar otras posibilidades pero el miedo nos paraliza y tenemos la idea de que si nos contenemos estaremos mejor y podremos seguir adelante más rápido, nos gana el deseo y la presión por estar bien y ahí estamos con procesos de duelo inconclusos que con el tiempo, cobrarán la factura.
No he visto llorar a la mujer viuda que perdió a su hijo y cuya hija ha enviudado también, pero veo su dolor y lágrimas en sus ojos, los percibo en su respiración, en su andar, en su voz; dan ganas de tomarla de la mano y transmitirle paz, darle un gran abrazo y hacerle sentir que no está sola pero la vida a veces nos coloca ante situaciones que no podemos o que no nos corresponde resolver y el duelo se vive, se siente, se procesa, se supera y se cicatriza de forma personal aunque nunca se olvida, uno elige vivir en el sufrimiento por el dolor o superar la pérdida y aprender a vivir con la cicatriz.
Somos condicionados para no llorar como si fuera la peor de las cosas que podemos hacer y con mayor razón si se trata de un varón, porque todavía hay conservadores que defienden la idea de que “los hombres no lloran” y es tan absurdo, es como agitar una lata de refresco y evitar que explote al abrirla repentinamente.
Nadie se ha muerto por derramar lágrimas pero contenerlas tampoco es sinónimo de bienestar sino al contrario. “…No es la lluvia lo que ha empapado la tierra. Son las lágrimas de todos los que pasaron antes por este camino mientras iban llorando una pérdida…” (Jorge Bucay, Médico y Psicoterapeuta Gestáltico)
Imagen tomada de http://www.revistacronopio.com/?p=14043
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