Cambio un poco la dinámica de mi colaboración de los jueves para poner sobre la mesa (o sobre la pantalla de sus ordenadores, tablets y teléfonos inteligentes) un tema que parece poco explorado y me refiero a la violencia psicológica “conjunto heterogéneo de comportamientos, en todos los cuales se produce una forma de agresión psicológica.” Y que muchas veces ni siquiera es detectada porque tanto la víctima como el victimizador se acostumbran a vivir en un entorno violento. Y para ello, les voy a relatar una historia cuyos nombres originales he cambiado por seguridad de los involucrados.
Josefina tiene un hijo con quien fue su pareja los últimos años, una relación disfuncional en la que ella siempre se creyó en desventaja por ser menor y porque poco a poco su inseguridad llegó a tal grado que llegó a pensar que no tenía más opciones en la vida que aguantar de por vida lo que no la hacía feliz. Al nacer su hijo y convencida de querer ser una mamá de tiempo completo (a pesar de las críticas y la presión de familiares y amigos para conservar su empleo estable en una instancia de gobierno con grandiosas prestaciones) se dedicó durante los primeros tres años en cuerpo y alma a su bebé. Al cabo del tiempo y motivada por querer hacer algo más, empezó a buscar la forma de generar sus propios ingresos y convencida de que en el mundo empresarial quien no pasa por Hacienda vive en la clandestinidad, se registra como pequeño contribuyente y empieza a trabajar. El padre de su hijo, quien para ese entonces ya la acosaba con frases como: no tengo dinero, no llego a dormir, no cumples con tus obligaciones, estás subiendo de peso, ¿para qué haces eso?, ya olvidé que un día trabajaste, no te hace falta comprar eso, no necesitas arreglarte, entre otras, al verla con una identidad corporativa y motivada por darle un mejor futuro educativo a su hijo que el que ella misma tuvo y que no fue nada despreciable, le propuso hacer un negocio familiar para convertirlo en el patrimonio del menor y en una oportunidad para resolver los problemas de “familia”. Así fue que Josefina entregó en sus manos el control de su vida contable (él es contador) y de sus finanzas pues él negoció y acordó los términos de los contratos que ella firmó, justo en el momento en que sus padres pasaban por una crisis de salud. A los pocos meses de iniciadas las operaciones, Josefina notó un cambio drástico en el padre de su hijo y haciendo caso de su intuición empezó a seguirle los pasos y a rastrear lo que pasaba con ella fiscalmente, lo que encontró no la sorprendió: ninguna declaración presentada, facturas emitidas al por mayor, ingresos no declarados y ni siquiera informados a ella, un tipo de fraude muy bien pensado y difícil de demostrar: una madre otorga de buena fé su identidad fiscal al padre de su hijo y ante la denuncia, lo de siempre: es un problema marital, arréglelo y luego regresa. ¿Cómo demostrar que ella no cobró todo ese dinero que figura en las facturas ni gastó lo que dicen otras tantas más? Pero además, ¿cómo recuperar la propiedad de lo que pertenece al haber firmado? Y peor aún: ¿Cómo confiar en el padre de su hijo quien mintió, estafó y manipuló?
Meses de dolor, de presión, de trabajo intenso al tomar posesión de una mínima parte de lo que representan los negocios, su vida cambió y la de su pequeño también porque dejó de un día para el otro la tranquilidad de su hogar para despertarlo a primera hora de la mañana y llevarlo a trabajar con ella en un espacio de cinco metros cuadrados. Buscó y buscó opciones, ayuda, orientación pues no había rastros de golpes, los mensajes que intercambiaba con el padre de su hijo no eran violentos ni siquiera hostiles pero entre líneas ella sabía que él la presionaba, que la acosaba, apenas lo veía e intentaba tocarla, abrazarla y para ella significaba algo peor que una bofetada. Un buen día, después de mucho buscar se encontró con la definición de violencia psicológica y se sintió aliviada porque al fin, todo aquello que durante meses la atormentó y le provocaba un profundo dolor, tenía nombre y sabía lo que tenía que hacer, a pesar de que no fuera fácil, a pesar de saber que el propio padre de su hijo, olvidándose de su rol paterno atentaba contra ella en cada mensaje, en cada llamada, en cada acción aunque él fingiera amor, consideración, bondad. ¿Cómo desenmascarar a un manipulador? ¿Cómo defenderse, cómo perdonar para no terminar convertida en un ser igual de despreciable? ¿Cómo sonreír cada día para que su pequeño hijo de casi cinco años no adivine el dolor, la tristeza, el miedo que habita en ella?
Parece rota, poco a poco ha ido reuniendo las piezas para encontrarse con su esencia, con su fortaleza, con su inteligencia pero no es fácil, una persona cualquiera puede tomar la identidad de alguien más y delinquir con total impunidad porque es muy difícil comprobar ese tipo de fraudes, porque en la era digital basta con una firma electrónica para tener acceso a la vida de una persona, porque todos tienen un precio y porque es fácil comprar lealtades, información, acceso porque alguien que se ha movido entre corruptos también aprender a ser uno de ellos y quien delinque en medio de la impunidad, aprende que nadie podrá castigarlo, que hay huellas profundas difícil de detectar porque ni siquiera la víctima sabe que las tiene y parece un túnel sin salida y parece que la pesadilla nunca terminará y porque se llega a creer que nunca se podrá alcanzar la paz y la tranquilidad.
Esa otra corrupción, no la de los magnicidios o genocidios o el huachicoleo, o las guarderías, o los desaparecidos. Esa otra corrupción que se ejerce contra un ser humano que actúa de buena fé y que piensa que es imposible que alguien tan cercano como el padre de su hijo sea capaz de cometer en su contra. Al cierre de esta colaboración, Josefina aún no logra deslindarse de los malos manejos de los que fue presa y apenas empieza a cerrar heridas, todavía con miedo, con terror de que su hijo resulte afectado o su familia y con zozobra en el corazón, con el anhelo de despertar un día y pensar que todo fue una terrible pesadilla, ese es el resultado de la otra corrupción, la que no se dice ni se ve pero que existe en múltiples formas y más frecuentemente de lo que se cree.
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