Desde el invento de la tinta china pasando por la sofisticada máquina de escribir, el hombre ha inventado toda serie de artefactos para facilitar su labor de escritura y aunque las actuales computadoras automatizan en gran medida el trabajo de oficina, la máquina conserva un lugar especial en la memoria de quienes crecieron con su uso.
En su definición (para quienes no las conocen ni las imaginan siquiera) es un dispositivo mecánico, electromecánico o electrónico con un conjunto de teclas (llamadas tipos) que al ser presionadas imprimen caracteres en el papel y su uso desde finales del siglo XIX y durante casi todo el siglo XX fue indispensable para toda actividad que involucrara la escritura como el trabajo secretarial en las oficinas o la literatura, entre otras. Como invento, la máquina de escribir pasó por las mentes creativas de muchas personas que fueron perfeccionando la patente hasta llegar al modo final en que la conocemos. Su éxito comercial fue en el año 1872 gracias a la invención de Christopher Sholes, Carlos Glidden y Samuel W. Soulé y hacia 1920 alcanzó un modelo estandarizado que sólo variaba de acuerdo a cada fabricante, aunque básicamente el diseño era el siguiente:
“Cada tecla estaba unida a un tipo que tenía el correspondiente carácter en relieve en su otro extremo. Cuando se presionaba una tecla con la suficiente fuerza y firmeza, el tipo golpeaba una cinta (normalmente de tela entintada) extendida frente a un cilindro que sujetaba el papel y se movía adelante y atrás. El papel se enrollaba en este cilindro, que rotaba al accionar una palanca (la del «retorno de carro», en su extremo izquierdo) cuando se alcanzaba el final de la línea. Algunas cintas estaban divididas en dos mitades, una roja y otra negra, a todo lo largo, contando la mayoría de las máquinas con una palanca que permitía cambiar entre los colores al escribir, lo que estaba especialmente ideado para los libros de contabilidad, donde las cantidades negativas tenían que figurar en rojo.” (Fuente: Wikipedia). Con la invención de la máquina de escribir se aceleró el trabajo de los copistas, los escritos comerciales y políticos tuvieron un sello impersonal y mucho más formal; por otra parte, permitió la integración de la mujer al mundo laboral como dactilógrafa (mecanógrafa).
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Me declaro usuaria ferviente de la máquina de escribir ya que además de ser materia obligatoria para mí en la secundaria, no hubo tarea o trabajo que no fuera realizado gracias a dicho artefacto incluso durante los primeros meses de la Preparatoria, en donde el uso de la computadora se hizo obligatorio y sustituyó al dispositivo mecánico. Aprendí a teclear sin necesidad de ver los tipos y a una velocidad bastante rítmica, habilidad heredada de mi madre quien en sus años mozos estudio taquimecanografía allá por la lejana década de los sesenta en el airoso Instituto de la Juventud ubicado en la calle de Serapio Rendón, cuya función principal era ofrecer la opción de carreras comerciales a los jóvenes que no tenían acceso a estudios formales en otras instituciones educativas, lo cual los preparaba para el mundo laboral y así fue, porque mi madre logró colocarse como una excelente taquimecanógrafa en diferentes lugares e incluso, tuvo la oportunidad de aprender algunas otras cosas cuando laboró como apoyo de la asistente personal de un célebre político que entonces hacía sus pininos como ingeniero.
La máquina que acompañó mis días escolares fue una Olivetti Valentine color rojo, portátil que se ha convertido en un clásico del diseño industrial y que fue la sensación cuando salió al mercado en el año de 1969, pues su diseño estuvo influenciado por la cultura pop de los años sesenta y las viñetas comerciales fueron obra del famoso diseñador gráfico Milton Glaser, creador del logo “I Love New York”, así que se trató de un boom al ser tanto un objeto de oficina como icono de la moda a pesar de no alcanzar el número de ventas estimado por la compañía, pues su costo era alto.
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La pluma para tinta china que usaron los primeros escritores de la literatura fue sustituida por la máquina de escribir e incluso, algunos nostálgicos la siguen utilizando a pesar de contar con la maravilla que significa la computadora con sus procesadores de textos a través de voz; por mi parte, conservo y guardo con estima especial mi Valentine la cual algún día mi hijo preguntará curioso de qué se trata y no dudo que quiera utilizarla aunque sea como juego y tampoco sé si resultado de esta colaboración me anime a escribir dos o tres cuartillas para probar eso que dice: “lo que bien se aprende jamás se olvida”.
Y si algunos de ustedes, amables lectores, encuentran una máquina escondida en el ropero de su abuelita, no duden en guardarla pues no tarda en convertirse en invaluable objeto de colección.
Nos encontramos en la próxima Cápsula del Tiempo.
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