Existe la creencia generalizada de que acudir a una terapia de psicoanálisis equivale a tener un trastorno mental lo que significa estar loco; sin embargo, el tiempo que pasamos frente a un psicoanalista en realidad es tiempo que dedicamos a nosotros mismos, a escuchar lo que pensamos y sentimos al platicarlo y a entender nuestra actitudes ante ciertas circunstancias de la vida con el fin de encontrar soluciones y tomar mejores decisiones.
El trabajo terapéutico como todo tratamiento, requiere de tiempo pero sobretodo de convicción en querer realizar un cambio de raíz que nos permita alcanzar un estado de bienestar y también se necesita disciplina y constancia. Suele pensarse que la terapia nos dará las respuestas o las fórmulas para vivir mejor de forma mágica pero no es la terapia en sí lo que nos ayuda sino el trabajo que hacemos por y para nosotros mismos. Hay quienes pasan media vida en una terapia y nada cambia y hay otros que tan sólo requieren algo así como un ajuste en sus ideas y emociones para emprender el vuelo nuevamente.
Recuerdo perfectamente la tarde gris y lluviosa que enmarcó mi primera cita con la terapeuta: llegué mojada, con frío y con un gran vacío interno. El trabajo terapéutico me tomó un año y medio de sesiones semanales durante los primeros tres meses, posteriores sesiones quincenales y finalmente, mensuales durante el último semestre. Las palabras que me “dieron de alta” fueron más o menos así: “Mi trabajo contigo está hecho, puedes continuar sola porque durante todo este tiempo la labor ha sido tuya y tus ganas de querer tener una mejor calidad de vida. Hay quienes tienen algún tipo de patología y requieren más tiempo o incluso medicamentos pero no es tu caso así que ¡a ser feliz!”
La cita quedó abierta por si algún mal momento se atravesaba en mi camino, todavía he regresado algún par de veces más por lo que llamó ayuda para encontrar mi brújula que no es otra cosa que poner orden en ese pequeño caos en el que la mente y/o el corazón suelen enredarse, complicando todo lo que hay alrededor.
La pregunta que todos nos hacemos alguna vez en la vida es ¿para qué o de qué sirve acudir a una terapia? Yo diría que la labor de un terapeuta es la de acompañar un proceso de autodescubrimiento sobre aspectos de nuestra personalidad que desconocemos que existen o que nos negamos a aceptar como parte del todo integral que somos; de tal forma que, sesión a sesión entre pláticas, recuerdos, lecturas, música, meditación y otras técnicas utilizadas según la corriente psicológica del terapeuta es como ir reuniendo las piezas de un rompecabezas que una vez armado dará luz a lo que creíamos un cuarto lleno de sombras.
Desde mi experiencia puedo decir que aventurarse en una terapia es el mejor regalo que podemos hacernos y que no es necesario ser un suicida en potencia o un esquizofrénico o tener un trastorno bipolar o depresivo para acercarse a una terapia basta con querer tener una vida íntegra e integral, vínculos afectivos sanos, relaciones honestas, pensamientos positivos, ganas de alcanzar nuestros sueños o como yo lo expresé en aquélla primera sesión: tener paz y claridad.
Cada uno sabrá qué es lo que pretende alcanzar al asistir a una terapia siempre y cuando esté dispuesto a aceptar lo bueno y lo malo que encontrará por el camino pues finalmente y como reza el proverbio chino: “El trabajo del pensamiento se parece a la perforación de un pozo: el agua es turbia al principio, más luego se clarifica”
Ya que estamos cercanos a los buenos propósitos y deseos de Año Nuevo vale la pena considerar qué queremos regalarnos en un afán de mejorar nuestras vidas para sentirnos plenos, en paz y permitirnos gozar de las maravillas que la vida nos ofrece si tan sólo hacemos un alto en el camino para consentirnos y reconciliarnos con nosotros mismos.
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