“Hay una circulación común, una respiración común. Todas las cosas están relacionadas” – Hipócrates / Médico Griego
Si bien, todos nacemos sanos a excepción de ciertos males congénitos y que gracias a la ciencia en muchos casos, ya es posible detectar durante el embarazo, con el paso del tiempo, los hábitos adquiridos y las circunstancias que vivimos, la salud empieza a mermarse porque no cuidamos lo que comemos, lo que pensamos y mucho menos, lo que sentimos. Creo firmemente en que la cultura de prevención en materia de salud es la clave que necesitamos para detectar cualquier problema en el momento preciso para detenerlo e incluso, erradicarlo; el asunto es que estamos distraídos la mayor parte del tiempo y estamos tan ocupados que en cuanto aparece el primer síntoma de un resfriado, acidez estomacal, dolor de cabeza o de muelas, corremos con el médico para que nos llene de medicinas y con ello, seguir siendo productivos y evitar la enfermedad. La complicación llega cuando encontramos médicos sin un ápice de ética y mucho menos vocación (o talento natural) que lejos de garantizarnos la salud nos embarcan en una espiral enfermiza sin fin, esa falta de vocación los hace perder de vista que su conocimiento científico está y siempre estará al servicio de los demás, no estoy hablando de una relación simplista entre médico y paciente en la que el pago correspondiente de honorarios es el único valor (material) intercambiable sino del servicio humanitario que por juramento, todos los médicos deben (o deberían) ejercer: “Recordaré que la medicina no sólo es ciencia, sino también arte, y que la calidez humana, la compasión y la comprensión pueden ser más valiosas que el bisturí del cirujano o el medicamento del químico… Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios… Intentaré prevenir la enfermedad siempre que pueda, pues la prevención es preferible a la curación.” (Juramento Hipocrático en versión de Louis Lasagna, 1964). El asunto se complica porque la ética profesional se diluye por una simple y sencilla razón: no se estudia para desarrollar un talento sino para alcanzar la riqueza y el éxito que sólo alimenta al ego y se aleja del sentido humano en que un individuo está al servicio de uno o muchos como el periodista, el abogado, el arquitecto, y en este caso, los médicos.
El cine, que tiene por costumbre mostrarnos mundos paralelos al nuestro, aborda este tema de forma magistral con un filme que corresponde a la época de oro del cine en México: “El Rebozo de Soledad” – 1952, dirigida por Roberto Gavaldón, recibió el premio Ariel a Mejor Actor: Pedro Armendáriz, Mejor Actriz: Estela Inda, Mejor Coactuación Masculina: Carlos López Moctezuma, Mejor Actriz de Cuadro: Rosaura Revueltas, Mejor Fotografía: Gabriel Figueroa, Mejor Sonido: José B. Carles, Mejor Escenografía: Salvador Lozano Mena. Es la historia del Doctor Alberto Robles, a quien vemos recordar su influencia en el pueblo de Santa Cruz, del que es originario, como el médico inminente que sana a los pobladores e intercede por ellos ante las injusticias del cacique en turno aunque también es una película que aborda temas como la injusticia social, el cacicazgo, la opresión de la mujer, el machismo, la superstición y la ignorancia, es esencialmente una producción que nos hace reflexionar respecto al papel de los médicos en la actualidad ante la disyuntiva en la que se encuentra el Doctor Robles entre acceder a las peticiones de la élite de la medicina en la Ciudad de México, lo cual le garantiza un mejor nivel de vida o hacer caso a su sentido humanitario y continuar ayudando a los habitantes de su pueblo natal, lo cual es un asunto polémico porque nadie en su sano juicio renunciaría a una vida de lujos y confort a cambio de su pasión en la vida pero si ello significara atentar contra la ética profesional, ¿también sería bien visto? Vea y opine.
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