Cuenta el mito que existió un Rey Griego llamado Midas el cual fue favorecido por un Dios con el poder para convertir en oro todo cuanto tocara, lo cual se volvió un gran problema cuando fue imposible comer porque todo se convertía en reluciente piedra dorada.
Si tuviéramos el don para transformar todo cuanto tocamos, el mundo sería distinto pues nuestros más nobles pensamientos se cristalizarían en realidad; sin embargo, eso no es posible y hace falta más, mucho más que sólo usar el sentido del tacto para cambiar aquello que no nos gusta o para transformar las vidas de quienes amamos. Sería fabuloso que pudiéramos evitar el sufrimiento, la enfermedad, las crisis, la tristeza o todas esas situaciones negativas en la vida no sólo a nosotros mismos sino a los demás pero casualmente (o quizá no) hace falta pasar por todo tipo de experiencias para forjar el carácter y hacernos más fuertes aunque no siempre lo asumimos así y nos creemos presas de la mala suerte o el embrujo de un ser maligno que nos aborrece sin darnos cuenta de que el único mal que debemos vencer es nuestra mente negativa que nos cierra el paso cada que buscamos la felicidad y el bienestar porque no es fácil lograr una vida plena y feliz, porque hace falta valor para enfrentar nuestras inseguridades y miedos.
Hay quien tiene una vida religiosa y es feliz, algunos son corredores y eso los hace felices, algunos meditan y alcanzan la plenitud, otros más cocinan y encuentran el sentido a su vida, los hay que diseñan o danzan y convierten su vida en una pasión por el arte. No se trata de que todos sigamos el mismo camino ni que juzguemos al que va en una dirección diferente a la nuestra sino de aceptar que el truco en la vida (si es que lo hay) es aceptar lo que hay y no dejar de perseguir nuestros sueños, abandonar la idea de que hemos de llegar a un punto en el que sentiremos la realización plena por obra y magia del espíritu santo. Hace falta esforzarse, trabajar, dejar la zona de confort para tomar riesgos y decisiones que nos ayuden a alcanzar la vida que hemos soñado no por medio de cosas materiales sino a través de satisfacciones personales, esas pequeñas cosas que a veces olvidamos por estar pendientes de los mensajes virtuales en nuestras redes sociales o de las vidas ajenas.
El miedo y la culpa son dos grandes enemigos a la hora de disfrutar. Miedo a lo desconocido y lo diferente, entonces resulta más cómodo quedarnos en nuestro sitio seguro sin explorar más allá de nuestro pequeño mundo para evitar sobresaltos o malos ratos. Culpa, cuando resultado de nuestro esfuerzo y constancia logramos un estado de plenitud que no alcanza para motivar a quienes nos rodean e impulsarlos a moverse y con ello ganarse una vida más satisfactoria.
La frustración e infelicidad por convertir en oro todo cuanto tocaba el Rey Midas incluido su alimento, equivale a lo que sentiríamos si todo lo que nos rodea fuera perfecto pues en el acto de sortear dificultades, de secar lágrimas, de afrontar penalidades, de superar duelos y vencer obstáculos está la experiencia necesaria que nos permite ser más fuertes, moldear el carácter y en resumen, crecer como adultos. De lo contrario, nos quedamos atrapados en una esfera que deseamos sea perfecta sin que nos demande ningún tipo de esfuerzo y eso no se llama vivir sino dejar pasar la vida sin sentido.
El camino que cada uno recorremos es personal e intransferible, compartirlo con los demás es posible sólo a través del amor y la aceptación porque nadie puede experimentar a través de nuestras vivencias y lo mismo en sentido inverso. Hace falta más que un don para aceptar la realidad que vivimos en función de las decisiones que tomamos y si queremos transformarla hay que revisar qué hicimos mal para corregirlo e intentarlo de nuevo aunque en eso nos vaya la vida entera pues para eso estamos aquí: para vivir.
¡Se los dejo de tarea!
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