La seguridad, cualidad de seguro y éste, libre y exento de riesgo, es un derecho humano fundamental como el derecho a la vida y a la libertad, plasmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948 y hoy, en pleno siglo XXI y casi 70 años después pareciera que se han convertido letra muerta a pesar de los avances en la materia, a pesar de la creación de organismos creados con el objetivo esencial de proteger, observar, promover, estudiar y divulgar los Derechos Humanos porque no basta con las recomendaciones derivadas de una queja interpuesta ante dicho organismo o los correspondientes a nivel local pues cada día (y me refiero a México) al menos 70 homicidios se comenten en el país (según datos del Sistema Nacional de Seguridad).
En mayo de este año y con motivo del homicidio de Lesvy Berlín Osorio Martínez también escribí sobre derechos humanos porque me parece que ya no nos basta con las instituciones, ya que la ola de violencia e inseguridad ha rebasado todo lo ya establecido y porque nos queda un camino muy largo por recorrer para vivir en un nuevo orden que de verdad garantice a todos los ciudadanos (del país que se trate) el cumplimiento de sus derechos humanos fundamentales y tan sólo cuatro meses después, ocurre otro homicidio (feminicidio), el de #MaraCastilla que ya le dio la vuelta al mundo y cuya nota pueden revisar aquí https://elpais.com/internacional/2017/09/16/mexico/1505593677_295786.html.
No me corresponde juzgar ni etiquetar ninguno de los casos ocurridos, pero sí quiero expresar en este espacio la indignación que esto me genera como mujer, como madre, como hija y como profesionista, pero especialmente como humana, porque me impacta la forma en que la muerte dolosa se ha normalizado en el inconsciente colectivo y porque más allá de participar activamente en cualquiera de las movilizaciones que este año se han realizado para visibilizar y denunciar los feminicidios, hace falta tomar medidas que no promuevan más violencia y que estén encaminadas a ejercer presión para que desde el gobierno se realicen acciones que garanticen el cumplimiento del Artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos Humano: “Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos.”
Las ciudadanas de a pie, las que no estamos frente a un micrófono, que no ocupamos puestos directivos o cargos políticos, las que usamos el transporte público, las que no formamos parte de un exclusivo grupo intelectual, las que no tenemos influencias, las que vivimos cada día con “el Jesús en la boca” porque no sabemos si corremos más riesgo en casa (por los robos a casa-habitación) o en la calle (por los asaltos, los secuestros exprés, el robo en el transporte o el auto, las violaciones, los homicidios) todas podemos hacer cosas tan sencillas como: 1) Organizarnos en nuestras comunidades y pedir (o exigir si es necesario) a las autoridades locales la implementación de medidas de seguridad en nuestros vecindarios. 2) Aprender técnicas de autodefensa. 3) Evitar el uso de taxis libres o particulares (Léase Uber, Cabify o cualquier otro) al menos una vez a la semana a manera de protesta y pedir en cualquiera de los casos y por escrito, la garantía de que podemos viajar seguras. También podemos darnos a la tarea de buscar un servicio confiable a través de amigos o familiares (todos conocemos un taxista de confianza). 4) No permitir que movimientos como el de #YoSoyMara o #NiUnaMenos se politicen y en su lugar, acercarnos a las asociaciones civiles serias para apoyar la causa y exigir (ahora sí) a las instancias gubernamentales y sus titulares, el cumplimiento de su trabajo garantizando la seguridad y la libertad para todos.
La violencia es un monstruo de mil cabezas porque así conviene a los intereses de las mafias involucradas en la trata de personas, el secuestro, el narco, el tráfico de órganos y la impunidad es su mejor aliado. El caso de Mara vino a remover aguas profundas, significa la gota que derramó el vaso de agua, pero si permitimos que se convierta en un número más de la estadística, la bola de nieve seguirá creciendo y hoy se trata de una joven mujer, mañana puede ser otra niña (como Valeria) o nuestro padre o madre en un asalto, o nuestros hijos en el colegio, o nosotros mismos (hombre o mujer) en el alto de un semáforo. Gobernantes que ofrecen condolencias a través de Twitter no son políticos, son inhumanos porque no es lo mismo morir por enfermedad o por edad que a manos de un homicida. Marchar codo a codo y al día siguiente pedir un taxi no significa que la vida sigue, sino que tenemos doble moral. Permitir que empresas de servicios incumplan o se deslinden de las responsabilidades ante hechos delictivos de sus agremiados nos convierte en conformistas y apáticos pero además, fomenta que los políticos sigan durmiendo en sus laureles porque se han acostumbrado a que sólo nos solidarizamos ante una catástrofe; necesitamos unión, fuerza, información y particularmente, recordar que somos humanos como dicta el preámbulo de la Declaración de los DDHH: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.”
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Fuentes:
http://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/
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