Como cada cinco semanas, nos asomaremos al ropero de la abuelita, esta vez para recorrer el paso de la fotografía como un objeto especial de recuerdo cuyo concepto se ha transformado hasta convertirse en lo que hoy conocemos como selfie.
A partir de su llegada a México en el año de 1840, la fotografía ha sido utilizada como memoria histórica no sólo del contexto social y político de la época, sino de la élite que entonces contaba con el recurso suficiente para realizarse retratos individuales o familiares en los estudios fotográficos que empezaron a pulular en la Ciudad de México y que con el paso el tiempo, constituyeron el archivo histórico en imágenes del acontecer de nuestro país, tal como lo exhibió la muestra “Nosotros fuimos. Grandes estudios fotográficos en la Ciudad de México” que alberga el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta el 28 de junio.
Seguramente todos hemos visto o incluso guardamos un álbum fotográfico en el que encontramos las clásicas imágenes familiares que dan cuenta de los grandes momentos compartidos en la playa, en el parque, festejando a la mamá, las navideñas, las ceremonias y festivales escolares de los hijos, las fiestas de cumpleaños, los bautizos o las bodas porque era la forma en la que se inmortalizaba el recuerdo y las historias de familia.
Y todavía más, hace algunas décadas dar un paseo por la Alameda o el Eje Central (antes llamado San Juan de Letrán) significaba ser retratado de forma instantánea para luego comprar la fotografía y agregarla al álbum de recuerdos, los novios solían regalar retratos suyos a las novias con alguna dedicatoria de amor y viceversa, lo mismo pasaba con las madres a quienes hijos y nietos también obsequiaban retratos propios con alguna dedicatoria especial como recuerdo. En las casas, solían existir los retratos de boda de los hijos e hijas, así como los retratos de caritas de los bebés en pose de llanto, risa, enojo o cualquier otra. Tampoco podían faltar las fotografías grupales de graduación a lado de los títulos académicos.
Era común en alguna reunión familiar y después de la comida para compartir tiempo con los asistentes, pasar un buen rato mirando fotografías en los álbumes que se iban acumulando uno tras otro y así, era posible apreciar la forma en que las familias construían sus propias historias.
La fotografía como actividad, hasta hace poco era un pasatiempo costoso pues implicaba un largo proceso de revelado e impresión y había incluso que esperar al menos uno o dos días para poder disfrutar de las imágenes capturadas con la cámara. Quien tenía acceso a una cámara fotográfica podía decirse que tenía cierto estatus y que al menos era aficionado, también existían las Polaroid que revelaban de forma instantánea (antecedente cercano de la selfie) pero no tenían la precisión ni la calidad de las capturadas con la réflex.
De la mano de la tecnología llegó la fotografía digital y el proceso se automatizó además de que se puso al alcance de la mano de casi cualquier persona que pudiera adquirir una cámara digital, lo cual significó una oportunidad de oro para capturar gran cantidad de imágenes y poderlas manipular en la computadora. Fue entonces que las fotografías dieron un salto del álbum al ordenador y aún más, si no era posible adquirir una cámara, el simple hecho de contar con un teléfono celular hizo posible tomar fotografías en cualquier momento, lugar y hora.
Actualmente, capturar imágenes no tiene límites y contamos con una gran gama de herramientas para corregirlas o incluso podemos cambiar el fondo y el paisaje donde fueron originalmente tomadas; es posible compartir las imágenes que tomamos de forma instantánea a través de un mensaje por celular o bien en las redes sociales y qué decir de la selfie, esa fotografía que podemos tomar de nosotros mismos en cualquier instante sin tener que recurrir a un tripié para usar el auto disparador de la cámara fotográfica o a un tercero para que la capture.
Mi percepción es que tenemos más pero quizá disfrutamos menos porque quien no tiene acceso a la tecnología queda fuera del encanto de la inmediatez. ¿Cuántos no tenemos decenas o cientos de fotografías almacenados en el disco duro de nuestra computadora o en la memoria del celular y nunca hemos vuelto a revisarlas o lo que es más, no las hemos compartido con nadie más que no sean los más cercanos? Pareciera como si hubiéramos cambiado lo perdurable de la memoria en un álbum por la instantaneidad fugaz que nos ofrecen las cámaras y celulares actuales.
La sensación de mirar el paso del tiempo, de revivir los momentos compartidos y las fechas especiales, el olor, la textura y la magia particulares que tiene el disfrutar las fotografías impresas en papel una a una no lo obtenemos en las digitales de hoy y quizá sea buen momento para traer a valor presente aquélla magia especial de las impresas y crear nuestro propio álbum familiar, lo cual significará también una buena actividad lúdica en la que podemos incluir a los niños y abuelos; técnicas como el scrapbooking nos permiten hacer uso de lo digital combinando con el papel, los colores y las figuras, la única limitante es nuestra creatividad.
La fotografía, como fiel testigo de nuestro paso por la vida está presente en todo momento, la rapidez del ritmo de vida de hoy nos brinda las herramientas necesarias para no dejar fuera ningún acontecimiento especial así que sin abandonar la tendencia que tenemos de fotografiarlo todo, demos un paso más para que nuestra travesía por esta vida sea apreciada en el futuro por las generaciones que nos siguen.
¡Felices recuerdos!
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Fuentes: http://www.mexicodesconocido.com.mx/hitoria-de-la-fotografia-en-mexico.html, http://cuartoscuro.com.mx/2015/03/nosotros-fuimos/
Imagen tomada de Google
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