Son las dos de la madrugada, a lo lejos se escucha el retumbar de un sonido agudo, se escuchan también voces alegóricas y risas de hombres y mujeres por igual vociferando palabras arrastradas y en su mayoría altisonantes; de pronto, el silencio ¡Al fin terminaron! La música empieza y al mismo tiempo el canto grupal de una canción tras otra entre más risas convertidas en carcajadas y gritos. El ruido no cesa sino hasta que el reloj marca más de las cinco y media de la mañana del día domingo, dos horas más tarde empieza el movimiento habitual de las personas entrando y saliendo de sus departamentos, un nuevo día empieza.
Historias parecidas se repiten semana a semana desde que alguien decidió que podía hacer un reventón en su diminuto departamento al estilo de un gran salón de fiestas o de un bar y los demás le siguieron por el mismo camino. Los vecinos han dejado de quejarse con el administrador quien argumenta que no es su ámbito de gestión e insiste en que se redacte un documento, se recolecten firmas de los inconformes y se presente la queja respectiva ante la PROSOC (Procuraduría Social) cuya razón de ser es la de proteger los derechos ciudadanos además de ser la autoridad en materia condominal; es decir, todo se reduce a un trámite burocrático para resolver algo que debería ser un asunto de conciencia y sentido común en aras de una convivencia respetuosa entre habitantes de una comunidad lo cual es más difícil de conseguir en los últimos tiempos.
Hubo una época en la historia de la humanidad en la que ciertas conductas eran mal vistas y condenadas por la sociedad (lo que hoy algunos nombran discriminación); entre otras, el ser y comportarse como un teporocho no sólo era condenado sino motivo de vergüenza para los familiares.
La palabra teporocho que muy pocos conocen o utilizan en la actualidad, se refiere (o al menos eso indican algunas fuentes) a la costumbre antigua entre las clases menos favorecidas de aquéllos que amanecían con resaca después de una ingesta excesiva de alcohol y buscaban un té que solían vender en ciertos barrios por ocho centavos y que pedían como un “té por ocho” el cual tenía un efecto reparador. Lo cierto es que el Diccionario de la Real Academia Española no incluye el término. En la preparación de la presente entrega me encontré con la referencia de “Chin, Chin el Teporocho”, novela escrita en 1971 por Armando Ramírez y adaptada al cine en 1975 que cuenta la historia y vicisitudes de un personaje del barrio de Tepito y las razones por las cuales se va deformando hasta terminar como un teporocho perdido. En un sentido más cómico y burlesco, el cine ha dado otros personajes entrañables como La Guayaba y La Tostada, representadas por las actrices Amela Wilhelmy y Delia Magaña respectivamente.
Los datos en México nos indican que al menos una de cada tres personas consume alcohol en exceso (según registros del 2015) lo cual es causa de accidentes, enfermedades, suicidios e incluso, divorcios. Más allá de las estadísticas que nos sirven para medir el impacto de tal enfermedad convertida en vicio, lo preocupante es que año con año las cifras van en aumento y el rango de edad en el consumo también se modifica pues se sabe que la edad promedio en que los menores tienen acceso al alcohol es a partir de los doce años.
Recuerdo perfectamente cómo es que mis tías y tíos se avergonzaban cuando uno de ellos que sí, lamentablemente fue presa del alcoholismo, al grado de terminar sus días en la calle como vil teporocho sin saber siquiera cómo, cúando y dónde murió y qué fue del cuerpo sin vida visitaba a la familia y recuerdo también cómo es que él se autonombraba “borracho de categoría” porque había estudiado Contaduría y sus secuaces le decían “El Lic”. Quizá por eso mi mente no concibe, no entiende y no acepta que hoy ser alcohólico sea algo que se ventile a los cuatro vientos y que sea una conducta que toleremos e incluso fomentemos pues en mi mente la palabra teporocho es sinónimo de quien no puede controlar su manera de beber y termina mal sus días.
No soy abstemia, aunque el periodo de lactancia me alejó absolutamente del consumo de alcohol. Me gustan los mojitos y el tequila solo pero nunca bebo más de dos o máximo tres y eso sí, el vino tinto me embriaga a la segunda copa por eso lo evito.
Resulta que ser un bebedor social se ha puesto de moda y muy pocos saben que es la antesala de una enfermedad cuyos efectos secundarios son gravísimos y que van desde la inocente resaca hasta la muerte propia o ajena. He convivido muy de cerca con el alcoholismo y la forma en que hoy se disemina por los diferentes estratos sociales sin distinción de género y a edades tempranas es alarmante aunque parece que nadie lo nota y que somos muy complacientes al respecto.
“¡Vámonos Guayaba… Vámonos Tostada!”.
Gracias COVID-19 (Parte 3)
“Hay lugares desolados sin gente caminando por las calles, hay hogares felices y otros que han aumentado el infierno...
abril 14, 2020Gracias COVID-19 (Parte II)
“Estamos frente a una situación grave a nivel mundial que no nos había tocado vivir en muchas generaciones pero...
marzo 31, 2020Gracias COVID-19 (Parte 1)
Y fue así que el ambiente cambió de tonos rojos y morados por el alto índice de violencia y...
marzo 24, 2020Classic Blue: Calma, confianza y conexión
Así se define el “color del año” que como ya es costumbre desde hace 20 años, anuncia el instituto...
enero 7, 2020