Antes de las 13.13 horas (Centro) de ayer, mi intención era dedicar esta columna al discurso que pronunció ayer ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York, el presidente de Estados Unidos. Deseaba manifestar mi preocupación por las palabras en extremo beligerantes que utilizó Donald Trump al referirse a Corea del Norte y Venezuela, países que hoy son gobernador por dos dictadores dispuestos a estirar la liga hasta sus máximos límites sin aparentemente estar muy preocupados de que, al hacerlo, se lleven al mundo entre sus patas. También tuvo palabras duras para el régimen teocrático de Irán y la cada día más poderosa China. Quería comentar sobre su amenaza de “destruir totalmente a Corea del Norte si ésta amenaza a Estados Unidos”.
Mi intención cambió debido al terremoto que ayer golpeó a la Ciudad de México y otras zonas del país, exactamente 32 años después del devastador sismo del 19 de septiembre de 1982.
El terremoto me agarró entrando a las instalaciones de TV Azteca, en el sur de la CDMX. Al principio no sentí nada y me extrañó que cientos de personas estuvieran saliendo del lugar. Alguien me dijo que estaba temblando y fue en ese momento cuando sentí como se movía la tierra bajo mis pies. Me ordenaron dirigirme a un lugar considerado seguro en donde ya había mucha gente y ahí permanecí hasta que me fui al estudio donde cada semana grabo el programa La de Ocho. Ahí encontré a mis compañeros Lourdes Mendoza y Horacio Rubio y decidimos no grabar para que Azteca utilizara nuestro espacio para difundir noticias relativas al sismo.
Opté por ir a la sede de Grupo Fórmula en Av. Universidad, para conducir mi programa que desde ahí transmito. Tardé casi 45 minutos para salir del estacionamiento de TV Azteca para luego circular muy lentamente en el Periférico. Cuando vi que nunca llegaría a Fórmula me dirigí a mi oficina, a donde llegué dos horas después de salir del mencionado estacionamiento.
Afortunadamente, Juan Azcárraga y Álvaro Rattinger se encargaron de conducir el programa e informar al público sobre lo que se iba conociendo de los efectos del temblor. Yo, con mi celular AT&T totalmente fuera de servicio y atrapado en el tráfico, no pude entrar al aire.
Durante las dos horas en que permanecí dentro de mi auto constaté que las estaciones de radio no disponían de información amplia y suficiente sobre el suceso en vista de que las comunicaciones estaban parcialmente colapsadas.
Los gobiernos federal y estatales deben tener una estación de radio que en emergencias difunda información oportuna y pertinente y oriente al público sobre lo que debe hacer en estas situaciones. Urge.
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