El del Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, se ha convertido en un caso que revela de los grandes desafíos que enfrenta México para esclarecer hechos relacionados con la violencia y la desaparición de personas. Lo que comenzó como una denuncia del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco ha derivado en una investigación compleja, marcada por hallazgos preocupantes, versiones encontradas entre autoridades estatales, federales y organizaciones civiles y, peor aún, la patente ineptitud de la Fiscalía de Jalisco (FJ) que inexplicablemente aún dirige Salvador González de los Santos.
Uno de los elementos más mencionados es el hallazgo de “lotes de restos óseos”. Sin embargo, el término “lote” no ha sido definido con claridad, ni por las autoridades ni por el colectivo. Puede referirse a una concentración de fragmentos óseos hallados en un punto específico, sin que necesariamente corresponda a un cuerpo completo o identificable. Esta ambigüedad complica la comprensión pública del caso y puede generar interpretaciones imprecisas sobre la magnitud del hallazgo.
De acuerdo con la FJ, el rancho funcionaba como un centro de “adiestramiento táctico y físico” del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Reconoce que el 5 de marzo se localizaron siete lotes de restos óseos tras la intervención del colectivo, además de más de mil objetos personales. Niegan, sin embargo, la existencia de hornos crematorios y sostienen que los cateos realizados desde septiembre de 2024 fueron limitados en resultados, pero no por su negligencia.
La Fiscalía General de la República (FGR) fue invitada a intervenir desde el 17 de marzo, pero hasta ayer no había asumido formalmente el caso, ya que seguía sin recibir toda la información requerida por parte de la FJ. A pesar de ello, sus primeras observaciones señalan al menos 13 omisiones importantes, entre ellas el mal resguardo del predio, la ruptura de sellos y la pérdida de vehículos bajo custodia oficial.
Por su parte, Guerreros Buscadores reporta 15 lotes de restos óseos, tres estructuras que podrían haber sido utilizadas para la incineración de cuerpos y la posibilidad de que hasta 1,500 personas hubieran sido víctimas de reclutamiento forzado, tortura y asesinato en lo que califican como un campo de exterminio. Estas afirmaciones requieren verificación forense para ser plenamente confirmadas.
El caso evidencia no solo la gravedad de lo ocurrido en el sitio, sino también las dificultades estructurales para conducir investigaciones claras, coordinadas y transparentes. La falta de definiciones precisas, como en el caso de los “lotes”, y la mala coordinación entre instituciones federales y estatales, abren espacio a la incertidumbre y a la desconfianza.
Mientras se determina qué ocurrió en el rancho y se establecen responsabilidades, son los colectivos quienes, con medios limitados y experiencia directa, han logrado poner en el centro del debate una realidad que durante meses pasó desapercibida. El caso Teuchitlán ilustra la urgencia de fortalecer capacidades institucionales, mejorar la coordinación entre autoridades y garantizar el acceso a la verdad para miles de familias que siguen buscando a las entre 124,000 y 150,000 personas que han desaparecido en México.
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